domingo, 28 de diciembre de 2008

LO QUE APRENDÍ

Me desperté temprano, y pedí el desayuno en la habitación, para tener tiempo de preparar el equipaje. Separé ropa cómoda y liviana, pues ya sabía que el trayecto de regreso a Varadero, demoraba bastante; por otra parte saldríamos de La Habana a la hora que el sol caía más fuerte.
Mientras armaba las valijas pensé que estaba aprendiendo mucho acerca de este país. La mayoría de los cubanos con quienes había podido entablar conversación eran personas cultas, educadas, esforzados trabajadores; adquirían mercadería para su propio consumo por medio de tarjetas de racionamiento; por lo cual, cualquiera fuese la profesión que tuvieran, trataban de realizar tareas relacionadas con el turismo internacional, para tener oportunidad de recibir dólares en concepto de propinas. Este tipo de ingreso “extra” les permitía adquirir productos tanto en el mercado negro ó por medio de alguna persona que tuviese acceso a los lugares destinados a ventas para los turistas. A los residentes les estaba prohibido manejarse con moneda extranjera. En Cuba circulan dos tipos de monedas: el Peso Cubano (CUP ó MN) y el Peso Cubano Convertible (CUC), el residente usa el Peso Cubano (de menor valor); el extranjero el Peso Cubano Convertible o los dólares –según sea el lugar donde adquiera-.
Para los visitantes de otros países los productos resultan bastante caros, por lo que imagino, que para quienes viven en ese País es aun más difícil.
El tabaco, de buena calidad cuesta una fortuna para los turistas; aunque se puede conseguir comprando en la calle, pero no es bueno, son lo que yo llamaría cigarros “mentirosos” pues de afuera se ven similares a los de marca, pero por dentro están armados con restos de tabaco picado o son de mala terminación. Es aconsejable cambiar el dinero solamente en los hoteles y casas de cambio, pues se corre el riesgo de ser engañado (porque se ignora la diferencia entre uno y otro tipo de moneda).
También aprendí que no tengo gustos refinados y prefiero las vieyras que son más dulzonas a las ostras, de gusto un poco más fuerte; probé por primera vez langosta y cangrejo, quedé maravillada de su buen sabor. La cerveza es riquísima, la que más se consume es la rubia. Me agradó tanto el ron blanco como el dorado y el mojito se convierte en un “vicio” para quien lo prueba bien preparado. Las comidas tradicionales son sabrosas, de buen aroma y condimentadas.
En mi última salida en esa ciudad, opté por ir a almorzar en uno de los pequeños restaurantes llamados “paladar”. Allí es posible degustar comidas de la cocina criolla o más refinada. Tenía curiosidad por saber de que se trataba.
Fue una hermosa experiencia. Era una casa antigua, el salón de dimensiones no demasiado amplias; con pequeñas mesas cubiertas de manteles blancos labrados. También los vidrios de las ventanas estaban cubiertos por visillos bordados; las paredes pintadas de celeste pálido daban al ambiente una atmósfera confortable. La vajilla y platería eran antiquísimos y refinados. Cubiertos de plata y copas de cristal labradas. Nos explicaron que esos elementos habían pertenecido a las antiguas familias encumbradas que habitaban en la Isla y fueron confiscados en la época de la Revolución.
El derecho a tener un Paladar se lo habían ganado porque el padre de quienes regenteaban este pequeño establecimiento, había muerto en la lucha revolucionaria.
Pedí pollo relleno a la usanza criolla; el plato estaba exquisito, de muy buen sazón. Yo elegí tomar cerveza rubia, otros pidieron camarones y pescado, que acompañaron con vino blanco. Mi postre fue ensalada de frutas con un toque de crema. Eran manjares salidos de la cocina artesanal de una mujer cubana.
Si bien se demoró el momento de servir el menú elegido - lo que era razonable- pues se preparaba cada uno de los platos luego de la elección, no nos preocupamos, porque la charla nos mantuvo entretenidos y disfrutamos de este momento tan bonito. Las horas pasaban, volvimos al hotel con el tiempo justo para que nos recogieran.
Nuestra estadía en La Habana concluía. A partir de esa tarde tendríamos oportunidad de disfrutar de las playas de Varadero. Un lugar bellísimo y diferente.

Magui Montero
NOTA: Imágenes extraídas de internet

lunes, 22 de diciembre de 2008

ÚLTIMA NOCHE EN LA HABANA

Cuando regresé al Hotel, me pareció que había cruzado la frontera de la sinrazón. Estaba en un mundo diferente, las luces brillaban, música suave, lujo, gente hablando en distintos idiomas, grupos de personas distendidos echados indolentemente en los sillones del lobby. A escasos metros del lugar donde esperaba la llegada del ascensor, observé un hombre cuyo rostro me parecía conocer. ¿Dónde lo había visto antes? Delgado apuesto, muy alto, ojos profundamente azules, tez bronceada.
Supongo que mi insistente mirada, hizo que también dirigiera sus ojos hacia mi; sonrió con picardía y me dijo –hola, como estás? En un español básico y esforzado. Reconocí a un famoso actor de cine que yo admiraba y ni en mis sueños más locos hubiese imaginado conocer; menos aun que me dirigiese un saludo. Le respondí con un –buenas noches, que impensadamente sonó más bien como una invitación pecaminosa. Afortunadamente se abrió la puerta del ascensor y me perdí en medio de otros pasajeros, con el rostro cubierto de rubor.
Tomé un baño, me arreglé y bajé a cenar, en el comedor un trío de cuerdas, con acompañamiento de tumbadoras, ejecutaba conocidas canciones. El colorido y la decoración de la comida eran deslumbrantes.
Disfruté de un cóctel de camarones y vino blanco frío, un postre riquísimo cuyo nombre no recuerdo y café. Estaba cansada, ese día habían pasado demasiadas cosas, pero no quería irme a dormir. Al día siguiente, a las tres y media de la tarde partía para Varadero. La Habana me estaba mostrando su otro rostro, aquel del que disfrutaba la mayoría de los extranjeros que llegaban a la isla; pero a mi me había impactado la hermosa tarde que pasara en compañía de quienes, como muchos otros cubanos hacían una vida apacible y sencilla; donde las familias eran parecidas a miles de otras de cualquier lugar del mundo.
El grupo de compañeros de viaje me incitó a conocer el Piano - Bar del hotel, donde había espectáculo en vivo. En realidad era un cabaret de lujo, que tenía su propio plantel de acompañantes; una cubana bellísima enfundada en ajustado traje de noche cantaba acompañada de un pianista. La ambientación era futurista, paredes grises, adornos cromados, luces suaves. Mucho control y personal de vigilancia; pedí un trago, dispuesta a seguir escuchando esa hermosa voz; pero las luces mortecinas, la excursión, el paseo con Pedro (mi amigo y guía particular) y el alcohol estaban haciendo su efecto. Así que abandoné al grupo, y regresé a la habitación, entre las risas burlonas de los que se quedaban a trasnochar.
Corrí las cortinas del baño, me sumergí en el jacuzzi; la vista nocturna era fantástica. Desde el cuarto piso podía ver el mar y un trozo de la ciudad. Del otro lado de la bahía se divisaban los potentes reflectores de un monumento histórico.
Mis párpados pesaban una tonelada, y salí del agua. Envuelta en la bata de baño me tiré sobre la cama y quedé profundamente dormida. Me estaba despidiendo de la Capital de Cuba. Era la última noche de mi estadía.

Magui Montero

viernes, 5 de diciembre de 2008

UNA TARDE AL RITMO DEL SON

Una habitación no demasiado grande, dos mujeres y un hombre ya mayores, conversaban animadamente cuando entramos. Saludaron con afecto al improvisado guía, mientras echaban miradas desconfiadas hacia mí, que permanecía parada cerca de la puerta.
El taxista (a quién daré el nombre supuesto de Pedro) les explicó la razón por la que me había traído, y sus rostros cambiaron.
Ambas mujeres, eran más bien pequeñas y entradas en carnes; una de ellas más morena que la otra. La que parecía mayor, llevaba el cabello recogido en un pequeño rodete, que dejaba escapar rizos entrecanos; la más joven tenía pelo corto. Se acercaron sonrientes dándome sonoros besos en la mejilla. El anciano, delgado, de escaso pelo, ojos grandes, rostro lleno de arrugas, se sacó la gorra que llevaba puesta y extendió la mano, cuando Pedro hizo las presentaciones.
El lugar era una especie de pequeño bar, había un mostrador de madera lustrada, unas mesas y sillas, todo de diseño antiguo. El ambiente poco iluminado, piso de cemento alisado, las paredes mostraban rastros de humedad y restos de varias capas de pintura, estaba limpio, pero olía a tabaco fuerte. No sabían como comportarse, que ofrecerme, supuse que se sentían incómodos, por esta llegada imprevista de alguien desconocido. Pensé en decir algo más que solo responder las preguntas lógicas de nombre, lugar de donde provenía y como era mi familia.
Les conté que andaba de paseo, quería escuchar música, conocer gente; que era una persona de trabajo. Se reían de mis ocurrencias y al poco rato me sentí rodeada de amigos.
La tarde caía, alguien trajo una guitarra, Pedro cajoneaba en la mesa, poco a poco se asomaron otras personas más; reconocí sentada en el escalón a una de las niñas que había visto jugar en la vereda, cuando caminaba con Pedro. La melodía que entonaba el anciano intérprete, era suave, rítmica, la voz ronca pero melodiosa. La niñita se paró, movía piecitos y caderas con la sensualidad de una mujer adulta. Mi reciente amiga me susurró sonriente y con orgullo – es mi nieta. Yo batía palmas, me sentía feliz de haber encontrado gente simple, sencilla, que me permitía ir conociendo otro rostro diferente de la Cuba turística. Con algunos tragos de alcohol encima, me animé a bailar unos pasos y canté con ellos trozos de viejas canciones.
Antes de partir, les dejé pequeñas cosas que traía en la mochila; enojada conmigo misma por no tener más que ofrecerles a cambio de tan bonitos momentos. Los caramelos, el jabón, dentífrico, dos bolígrafos, el cuaderno de notas, al cual le arranqué las hojas escritas, la toalla de mano y el desodorante; fueron recibidos como tesoros. Pagué las bebidas y salí sonriente. En la mochila solo quedaba una cámara de fotos, las hojas cortadas del anotador, una botella con restos de agua mineral, y el dinero justo para pagarle a Pedro.
La noche había caído, caminamos hasta el automóvil; poca luz en la calle, pero no tenía miedo, me sentía cuidada y protegida. Cuba mostraba el corazón de su gente, tan cálido como yo me imaginaba.
Eran las 10,00 de la noche cuando nos despedimos con Pedro a pocos metros de la puerta del hotel. Le di un fuerte abrazo, sabiendo que tal vez no lo volviera a encontrar. Le brillaban los ojos cuando dije, muchas gracias por entenderme, a lo que él respondió, gracias a usted por ser distinta.
Me quedé mirando el viejo automóvil que se perdió a la distancia y entré en el lobby del hotel. Ahora si, podía decir que estaba conociendo La Habana.

Magui Montero
NOTA: Imagen extraída de internet

jueves, 20 de noviembre de 2008

UNA DE CAL Y OTRA DE ARENA

El Museo de la Revolución y mis sentimientos
Poco a poco mi estado de ánimo fue cambiando, yo deseaba conocer La Habana, ansiaba saber un poco de Cuba, pero lo único que recibía era propaganda oficial. Es cierto que se admiraba a los héroes de la Revolución y estos recibían homenaje de su pueblo; pero ¿Eso era lo que yo buscaba? Internamente me respondí que no había ido a ver fotografías ni la Historia de luchas intestinas que ya llevaba varias décadas. El pueblo cubano era toda su gente, la de antes y la actual. El sufrimiento se podía palpar a cada paso, me pedían caramelos para endulzar la leche de los niños, papel y lapiceras para poder escribir, dentífrico y jabón para el aseo. No eran mendigos, no era gente desocupada, como había podido ver en distintos países, incluso en el mío. Eran seres humanos trabajadores, íntegros, sacrificados, que se veían imposibilitados de tener lo necesario para seguir adelante. Temerosos de ser vistos por el personal de vigilancia que podía denunciarlos, susurraban y escapaban rápidamente ante el menor síntoma de que alguien pudiese culparlos de algo.
En medio de ese sentimiento de rabia e impotencia que me embargaba, llegamos al antiguo Palacio de Gobierno, cuya construcción databa de 1920, actualmente Museo de la Revolución… Y entonces más de lo mismo. Una construcción antigua, maravillosa, la arquitectura sublime, los techos y columnas con ornamentos de increíble belleza; y en incongruencia total, muestrarios de armas, y recuerdos, que resultaban dolorosos haciendo apología de la violencia; aunque hubiese habido razones fundadas para ello.
Nuestra sorpresa nos dejó callados, hasta que pregunté el porqué de todo esto. Quizás si este edificio hubiese sido usado en forma diferente, con eso se hubiese podido alimentar a miles de cubanos que carecían de cosas imprescindibles. El guía, sinceramente molesto, respondió que los héroes de la Revolución merecían ese homenaje, y de hecho no alcanzaría para subsanar problemas que no eran culpa del País ni de su pueblo, sino del bloqueo injusto que los estaba perjudicando. Recibí un codazo de un compañero de excursión, que me susurró ¡callate! Y el resto del recorrido lo hice en silencio.
El paseo había sido curioso, las cosas que había aprendido eran muchas, sin embargo nuevamente me quedaba un sabor amargo y las ganas de expresar mi protesta. ¿Qué podía hacer yo, una simple turista? Solo mirar y escuchar, lo demás era actuar como lo que hacían tantas personas que sabían y se encogían de hombros; pero yo me negaba interiormente a hacer lo mismo.

Conociendo a los cubanos
Salí a la calle y me separé del grupo, quería caminar; en la mochila guardaba la cámara y mi cuaderno de notas, un poco de dinero, agua mineral, y algunos artículos personales para higiene. No sacaba fotos, en la mano llevaba un plano de la ciudad y folletos, donde se indicaban los principales lugares y monumentos; pero yo tenía ganas de hablar con la gente, de escuchar ese dulce y cantarín sonido de la voz de los cubanos.
Deseaba conversar sin presiones, sin propaganda, sin otros recuerdos que no fueran los de la hermosa música y la vida simple de cualquier persona; aunque sabía que era improbable que pudiese ocurrir.
Quedé parada en una esquina, admirando los coches antiguos, de marcas que ya no se veían en otros lugares, motocicletas con sidecar preciosas, muchas bicicletas. En ese momento, un automóvil paró frente mío, y un moreno canoso y sonriente me preguntó respetuosamente si necesitaba movilidad. Sin pensarlo dos veces le dije que si; y antes que pudiera abrir la puerta trasera, me ubiqué a su lado. – Quiero conocer un poquito de la ciudad y luego escuchar música, pero lléveme a un lugar común para ustedes, no donde van los turistas. Al principio me miró sorprendido, luego de indicarle lo que deseaba, aceptó.
Conversamos mucho, no era de La Habana, aunque hacía años que vivía ahí. Me explicó algunas cosas; respondía mis preguntas y aclaraba preconceptos que yo guardaba dentro mío. El automóvil recorría diferentes lugares mientras él me contaba parte de su vida y cosas de la ciudad.
Me llamó la atención, una construcción blanca, bonita, con banderas y custodia. Le pregunté que edificio era; soltó una carcajada y respondió esa es la casa de las “jineteras” o las putas como dicen ustedes los argentinos. ¿Cómo dice? -Usted perdone, señorita; le explicaré… Es La Casa de Suiza, allí se siguen haciendo negocios entre Cuba y EEUU, por medio de ellos que hacen de intermediario. Eso no nos llega al común de la gente, pero hay dinero que sigue entrando por esas transacciones. Son cosas que Cuba produce y se exportan. ¿Donde conseguirían los yankees cigarros cubanos? ¡¡Solo en Cuba!! – dijo a modo de broma.
Paseamos un rato más, y dijo – la llevaré a escuchar música nuestra, ya verá que divertido es, iremos a un lugar seguro, es gente amiga.
Yo no sabía donde estaba, pero intuía que andábamos a buena distancia del lugar donde me alojaba. Me sentía a gusto con ese hombre mayor risueño y conversador, que me trataba cordial y respetuosamente.
A medida que seguíamos, las callecitas se veían más angostas, unos pequeños jugaban sentados en una vereda. Dejamos el automóvil y caminamos dos cuadras, hasta que llegamos.
Pintado prolijamente sobre la pared descascarada, estaba el nombre del lugar al que me llevaba, bajamos dos escalones y abrió la cortina de tiras plásticas.
Por fin! Acababa de entrar en el corazón de Cuba, era lo que había estado buscando.
Magui Montero
NOTA: Imágenes extraidas de internet
Imagen 1- Frente del Museo. Imagen 2- Detalle de la cúpula desde el interior

martes, 11 de noviembre de 2008

VISITA AL MUSEO DE JOSÉ MARTÍ

Comentario Previo
Durante esos días que visité La Habana, me sorprendieron las muestras de afecto de la gente cuando decía “soy argentina” sonreían y respondían ¡Maradona! ¡Argentina la Patria del Che!
Convengamos que cuando me hablan de Maradona se me infla el pecho del orgullo, porque siento un cariño especial por ese niño-grande que le peleó a la pobreza y valiéndose de la magia de sus piernas trató de brindar a su familia, no solo afecto, sino todo lo que la vida le había negado por provenir de un medio humilde. Es cierto que el Poder y el dinero, muchas veces modifican el comportamiento de las personas; ponen en contacto con cosas y vicios que pueden destruir, pero él –fuera de las cuestiones que pertenecen a la intimidad de su persona- jamás olvidó a los suyos, ni negó o se avergonzó de sus orígenes; por otra parte ¡Es de Boca Juniors! El Club de mis amores…
Respecto al Che, tengo una forma de pensar distinta. Hay mucha gente que lo admira, yo solo le tengo respeto. ¿Por qué empecé escribiendo todo esto? Sabía del amor de los cubanos por Ernesto Che Guevara, quien es un héroe tanto para ellos como para algunos argentinos. Cuba le rendía homenaje permanente por haber tratado de cambiar el futuro de ese pueblo luchando durante la Revolución por terminar con la desigualdad entre pobres y ricos; sin embargo, al paso del tiempo los cubanos seguían con problemas, pagando consecuencias de un régimen que nada había solucionado, aumentando sus padecimientos y por encima de todo coartando su libertad.
De todas formas ese es mi criterio; tengo por costumbre aceptar y tolerar las ideas diferentes. Jamás discuto de temas políticos ni religiosos que lo único que logran es crear resentimiento y discordia.
En cuestiones de Fe religiosa o ideológica es sumamente difícil ponerse de acuerdo, pues cuando se cree en algo o en alguien y se está convencido de una postura -con razón o sin ella-, probablemente nunca acepté la posición del otro.
Y vuelvo a lo mío… comentar mis impresiones y experiencias de viaje; aunque es justo para quienes me leen expresar mi opinión, con antelación, puesto que relataré mi paseo para conocer el Museo de la Revolución y el Monumento de José Martí emplazado en la Plaza de la Revolución.

La Plaza y el Monumento de José Martí

Desayunamos temprano, el día estaba lindo, luminoso; había aprendido a conocer ese viento suave que por las mañanas daba alivio a las jornadas sofocantes cuando el sol comenzaba a golpear fuerte. Nos apresuramos a partir, deseábamos hacer el itinerario programado.
Llegamos a la Plaza de la Revolución. Era lo que habitualmente es conocido como “plaza seca”, un inmenso espacio de varias hectáreas, cubierto por losas. A la derecha, a varios cientos de metros, se podía observar un impresionante mural con la imagen del Che Guevara, sobre el lateral de un edificio de varios pisos; nos dijeron que se trataba del Ministerio del Interior. Frente nuestro, elevado del nivel de la calle, como si fuera una pequeña loma, se encontraba el Museo de José Martí, delante de éste, una escultura blanca cuya imagen lo representa de diecisiete metros, resguarda la entrada. Es precisamente el lugar donde habitualmente se levanta el escenario, sobre el que Fidel Castro acostumbraba a dar sus largos discursos al pueblo cubano, en ciertas oportunidades.
Ingresamos al Museo, instalado en la base de una construcción en forma de aguja pero cuyas caras facetadas semejarían una estrella si fuera vista desde arriba (en realidad no conozco el término apropiado para nombrarla desde la definición arquitectónica). Por dentro era amplio; había diferentes salas en lo que vendrían a ser cada una de las cinco puntas de la estrella e incluso posee una sala para conferencias. En los laterales había escenas pintadas en tamaño casi natural, sobre algo que parecía vidrio o acrílico, -no me animé a tocarlas por miedo a recibir una reprimenda-, recordaban momentos importantes de batallas y eventos; una de ellas llamó mi atención especialmente, era José Martí luchando; en otro sector, infinidad de fotografías, la mayoría instantáneas que plasmaban hechos importantes o cotidianos de los hombres y mujeres que fueron parte de la revolución. Muchas de estas imágenes eran conocidas por todos nosotros, pues habían recorrido el mundo al publicarse reiteradas veces en diarios y revistas de distintos países. Documentos, poemas, distinciones, me permitían conocer otra faceta del artista, aquí estaba parte de su historia como ser humano, se podía intuir al hombre.
El guía hablaba con gran fervor explicando cada detalle y respondiendo preguntas, comentando acerca de hechos históricos e informándonos de los elementos que se hallaban expuestos. Todo el edificio tenía una estructura que podía catalogarse como de arquitectura vanguardista, buena iluminación y diseño, a pesar de que su proyecto original era de la década del 30. Estaba sostenido con grandes columnas de diseño sencillo. Se podía acceder a un mirador en la cúspide del referido obelisco, pero preferí no hacerlo. Quedé mirando curiosamente los documentos expuestos, las pinturas, caminando y husmeando. Esto me hacía ver bajo una óptica distinta al poeta que tanto me gustaba, por su fuerza y romanticismo. Evidentemente todo lo que decía a través de las letras, no se había limitado a eso; también había sido un luchador buscando un final feliz para sus ideales de libertad. Sin embargo, su amado pueblo aun no lo había logrado.
Magui Montero

Nota: Las fotografías e imágenes expuestas fueron sacadas de Internet.

Nota 2: He extraído algunos párrafos que a mi criterio, merecen ser leídos y reflexionados de

“La página de José Martí” http://www.josemarti.org/jose_marti/pensamientos/

De Hubert Jerez Mariño, El cantar de Martí, Plantation, Jerez Publishing Inc., 1999, pp.171-172.
“Patria es eso, equidad, respeto a todas las opiniones y consuelo al triste.”
“Me parece que me matan un hijo cada vez que privan a un hombre del derecho de pensar.”
“De los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos.”

jueves, 6 de noviembre de 2008

EL CAÑONAZO DE LAS NUEVE

La tarde anterior había visto un espectáculo majestuoso. Concurrí a la ceremonia que se realizaba desde hacía muchísimos años, conocida como “El Cañonazo de las 9” se llevaba a cabo en la Fortaleza de la Cabaña, en el Parque Histórico del Morro. Según me informaron estas construcciones databan de los siglos XVI y XVII, el lugar era bellísimo. Cientos de personas, esperaban para verlo, la vista era preciosa. Desde allí podíamos observar la bahía y admirar gran parte de la ciudad, iluminada por miles de luces que semejaban pequeñas lentejuelas brillantes y el hermoso Malecón, lugar donde los cubanos pasean habitualmente, disfrutando del paisaje y la brisa marina.
El acto que presenciaría en pocos instantes más, rescataba la magia y las costumbres más antiguas.
De pronto, el redoble de tambores nos hizo quedar en silencio; un grupo de hombres, vestidos con uniforme color rojo y peluquines blancos, desfilaba a paso marcial, hacia donde se encontraban instaladas las viejas baterías que daban al mar. Guardaban similitud con la vestimenta de los soldados que aparecían en las películas de corsarios.
Esta ceremonia se realiza diariamente, para conmemorar lo que tradicionalmente se hacía para proteger la ciudad de los ataques enemigos y piratas. El cañonazo, marca el momento en que se cerraba con cadenas la Bahía, evitando el paso de barcos hasta el amanecer del día siguiente. Fue precioso, impactante, emotivo. Me permití volar con la imaginación hasta donde jamás había pensado. Los trajes de época, la luz de las antorchas, el redoblar de los parches, me llevaron instantáneamente a la época. El sonido atronador resonó exactamente a las 9 p.m. Quedé gratamente sorprendida y emocionada. La Habana tenía un halo mágico al anochecer y miles de instantes por descubrir.

Magui Montero
NOTA: La imagen del momento del cañonazo, fue extraída de internet.

martes, 28 de octubre de 2008

UN CITY TOUR LLENO DE SORPRESAS

Nos levantamos a las 7,30 y fuimos a desayunar, a las 9,00 pasaron a buscarnos; debíamos ir a varios hoteles más a recoger otros turistas. Había un guía que hablaba varios idiomas, porque el grupo era heterogéneo. El sol brillaba bajo un cielo límpido, y corría un suave viento desde la costa. Muchos de nosotros apelamos a protectores solares, gorras y sombreros, sobre todo varios europeos que venían de regiones poco cálidas. Apenas estuvimos todos ubicados en el bus, se nos hicieron algunas recomendaciones que a mi criterio resultaron indignantes. Se nos aconsejaba, en lo sucesivo, contratar servicios oficiales para paseos, excursiones y taxis; alegando la importante cantidad de delincuentes, estafadores y gente que se aprovechaba del turista. Me mordí las ganas de protestar, pues sabía que esta gente, pertenecía al grupo de personas que trabajaba para los estamentos oficialistas, y quizás por miedo, obsecuencia o fanatismo; no comprendían que estaban hablando mal de su propio pueblo.
Luego de este mal inicio, partimos rumbo a la Vieja Habana, veíamos asombrados construcciones bellísimas, que estaban siendo restauradas en algunos sectores, pero a pesar del paso del tiempo no dejaban de mostrarnos lo hermoso de su arquitectura. Visitamos El Capitolio, réplica exacta del que se encuentra en EEUU, transformado luego de los cambios del régimen en la Academia de Ciencias, la Plaza de Armas, el Castillo del Morro con sus baterías apuntando hacia la Bahía para protección de la Ciudad, tal como estaban enclavados antiguamente. Nos explicaron que para evitar la entrada de los piratas; a determinada hora se acostumbraba a levantar una pesada cadena que cruzaba de un lado al otro, e impedía el ingreso nocturno de barcos bucaneros. Aun hoy, al atardecer, se realiza la ceremonia de cambio de guardias a la luz de las antorchas con cañonazos que anuncian el cierre con cadenas del puerto de la Ciudad (un espectáculo que tuve oportunidad de disfrutar y fue maravilloso).
Por toda la ciudad veíamos desplazarse vehículos muy antiguos e incluso las famosas motos con sidecar, dejándonos boquiabiertos por el buen estado de mantenimiento en que se encontraban. Nos informaron que las piezas eran reparadas y modificadas para seguir usándolos, pues el cierre del comercio con otros países les impedía traer lo necesario. Pasábamos en nuestro recorrido por lo que eran antiguas mansiones, el joven que oficiaba de guía, explicaba con orgullo que eran algunos de los bienes quitados a la gente rica y entregado al pueblo; y ciertamente no mentía. Podíamos observan en los ventanales de las habitaciones que daban a la calle, en medio de ropa colgada y jardines cubiertos de yuyos, pequeños carteles que decían “zapatero”, “peluquera” y otros por el estilo, mostrando que se habían convertido en inquilinatos, donde cada habitación funcionaba como una vivienda. Conocimos la Catedral, y allí tuve mi primera reacción desde que iniciara el paseo. Ya había sacado varias fotos; estaba parada en la Plaza, buscando resguardo en la sombra, esperando reunirme nuevamente con todo el grupo que se demoraba en comprar artesanías, cuando se acercó un señor mayor, de ropas humildes pero impecablemente limpio, tenía en las manos algo como un folleto y se dirigió hacia mi.
Me saludó, miraba con temor hacia uno y otro lado; me ofreció algunas monedas y billetes cubanos. Le pregunté cuanto costaban, dijo déme lo que usted deseé. Estaban colocados dentro de un folleto recordatorio de la llegada del Santo Padre a Cuba. En ese momento, ambos nos dimos cuenta que se acercaba personal uniformado, el hombre comenzó a titubear, me las entregó y empezó a alejarse. Guardé en mi cartera lo que me había dado y le dije – Espere, venga aquí. Ya el guardia estaba a lado mío y el hombre se había parado, me miraba con miedo. Lo tomé del brazo, mientras el guardia preguntó que hacía ese hombre conmigo, si me molestaba. Mi carcajada sorprendió a ambos, al tiempo que enfrenté al guardia y le dije: Yo molesté al señor, porque le pregunté donde podía tomar un “mojito”, él dijo que no sabía porque no era de esta zona. ¿Hay algún problema? y quiero darle un pequeño regalo por su atención Supongo que no está prohibido!
- No señora, disculpe usted, pensé que la estaban molestando.
Descaradamente, desafiando la autoridad, saqué un billete de diez dólares, se lo entregué al anciano, me dio las gracias y se alejó casi corriendo.
Era una forma de rebelión interna que me iba ganando poco a poco, tenía ganas de patear a alguien y no sabía bien que hacer.
Cuando seguimos nuestra excursión, sin haberlo pensado, me llevaron a conocer “La Bodeguita del Medio” donde tomaba su tradicional mojito el escritor Ernest Heminway. Allí me di cuenta que no había mentido, estaba tomando un mojito, sabroso, frío, dulzón y cubano. Este pequeño incidente, me devolvió el buen humor.
Por la tarde haría otra excursión, deseaba ver la ceremonia del cañonazo de las 21,00 y al día siguiente iría a conocer la Plaza y el Museo de la Revolución.
Finalmente fuimos hasta el Templete, lugar donde está colocada la placa que recuerda la designación de La Habana como “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO. Podía ser por los edificios antiguos, por las construcciones hermosas; en cuanto al resto? Esas palabras me sonaban como carcajada de burla.

Magui Montero

viernes, 24 de octubre de 2008

Mi primer día en La Habana

Pisé la entrada del Hotel Melia Cohiba, y no podía creer lo que veía, mármol y granito, bronce y terciopelo, sillones de estilo, lámparas antiguas se codeaban con spots cromados que brillaban dando destellos a los espejos y cristales. El espacioso lobby decorado con buen gusto; tan grande que me hacía sentir pequeña.
El personal, impecable en sus uniformes se mostraba diligente, con una sonrisa nos explicaron cada detalle y las comodidades con que contaba el hotel. Un botones cargó el equipaje, acompañándome hasta la suite que me fuera asignada, en el 4º piso, que se abría con tarjeta magnética. Casi me desmayo de sorpresa al ver el tamaño que tenía la habitación; totalmente cubierta de espejos. La cama (dividida en dos partes) tenía más de tres metros de ancho, los cortinados, sillones y cobertores hacían juego. El escritorio, la silla y la lámpara de bronce eran de estilo inglés, El baño, con hidromasaje y sauna incluido íntegramente cubierto en mármol rosado, con secador de pelo, teléfono hasta ceniceros!! Desde la tina se podía tener una amplia vista del mar y la Bahía, pues estaba rodeada por un ventanal curvo de visión panorámica. Una canasta de frutas y flores, un plato con bombones y otras confituras con tarjeta de bienvenida completaban este cuadro inimaginable. ¿Esto había pagado yo? ¿Era posible o se trataría de un error? Sin embargo, dejé de lado mis resquemores, dedicándome a desarmar rápidamente el equipaje, para darme un baño de espuma, pues esa noche conocería el mundialmente famoso Cabaret Tropicana, por los espectáculos al aire libre y su estilo de los años 50.
Debíamos vestir ropa de noche para ir a la excursión nocturna; cenamos a las 20,00 horas y partimos. Nos sentamos adelante, en una larga mesa preparada para quienes participábamos de la salida, sirvieron bebidas, y disfrutamos de dos horas de baile, canciones y trajes de un lujo increíble. Tanto los hombres como las mujeres bailarines eran muy bellos y la plasticidad maravillosa, llevaban el ritmo en la piel.
La noche era tibia, la música nos envolvía, todo fue perfecto. Por fin regresamos al hotel; nos acostarnos a la madrugada, muy cansados y felices. Debíamos despertarnos temprano, haríamos un city tour con visitas guiadas. Por la mañana comenzaría a conocer otro aspecto de La Habana. Estaba ansiosa, deseaba descubrir una ciudad “diferente” aun restaba mucho por aprender, pero eso lo sabría con el paso de los días…

Magui Montero

jueves, 2 de octubre de 2008

Entre los sueños y la realidad

Siempre me dijeron que soy algo “rara” en cuanto a mi forma de pensar y los criterios que tengo; pero desde que comencé a viajar hacia otros países había tomado una decisión.
Sé que hay gente, que va solo a los lugares que las empresas de turismo ofrecen dentro del “paquete”. Yo soy cabeza dura para ciertas cosas y me propuse como imprescindible conocer la Capital de cada país al que pudiese llegar, por respeto a su pueblo; porque me parecía ridículo visitar una nación y desconocer al menos lo fundamental de la ciudad más importante.
En algunos casos, esta determinación hizo que el viaje se encareciera o complicara, o tuviera que separarme del resto de mis compañeros de excursión; pero la herencia de sangre gallega, provocaba que mi terquedad se impusiera a cualquier sugerencia. Por ello, no pudiendo hacer otra combinación en el vuelo; iría desde Punta Cana hasta Varadero –la mayoría hacia ese recorrido-, luego por carretera a La Habana por algunos días y recién a mi regreso las playas de Varadero. Así que me esperaban muchas horas de viaje antes de llegar a mi primer destino en Cuba.
Luego de la fiesta en el Hotel de Punta Cana, daba vueltas en la cama porque temía dormirme. A las 5,30 de la mañana oí el sonido del teléfono; antes de contestar ya estaba totalmente despabilada. Desayunamos a las 6 de la mañana, pasaron a buscarnos 6,45; llegamos al aeropuerto, hicimos los trámites y nos despedimos de Estefan, -nuestro guía anfitrión y responsable de la empresa que habíamos contratado- ¡Por fin embarcamos rumbo a Cuba! Antes del descenso -por exigencias sanitarias del gobierno de Cuba- rociaron el interior del avión con aerosol desinfectante, como prevención contra los insectos que pudiesen haberse introducido en la cabina, y evitar la propagación de enfermedades tropicales. Durante el vuelo nos informaron que la temperatura era de 28º y había brisa. Desde la ventanilla del avión alcancé a ver que el día estaba hermoso, brillante; la vegetación era abundante y muy colorida.
A las 11,40 aterrizamos en el Aeropuerto “Juan Gualberto Gómez” de Varadero.
Descendimos cantando, el grupo estaba bastante bullicioso; nos hicieron parar a pocos pasos de la escalerilla cada uno con su equipaje de mano, había personal uniformado dándonos indicaciones, esperando que bajaran los pasajeros y nos quedamos en silencio. Teníamos la sensación rara de ser observados como sospechosos; no como un alegre grupo de turistas que llegábamos de diversos lugares del mundo a conocer este hermoso país.
En migración nos recibieron cordialmente; sin embargo, al llegar a la Aduana las cosas cambiaron. No había sonrisas, abrían los equipajes, revolvían todo, hasta que vieron la mochila donde colocara los caracoles y los trozos de coral -cuidadosamente acomodados, para evitar que se rompieran- que adquiriera en República Dominicana, Se miraron entre ellos, llamaron otro funcionario y me pidieron el pasaporte. Me puse nerviosa, estaba asustada, pero -por suerte- me tranquilizaron ellos mismos. Explicaron que el caracol Cobo es una especie en extinción, su comercialización estaba prohibida en toda la zona del Caribe. De nada sirvió decirles que no lo sabía, porque no me habían informado, el animal ya estaba muerto, y en Dominicana autorizaron que pasara.
Me lo quitaron, firmé varios documentos; mis compañeros de viaje se quedaron conmigo por precaución, a pesar de tener sus papeles en orden. Me enojé y empecé a protestar a los gritos; hasta que alguien me pidió calma. Yo sentía que me estaban robando lo que había comprado, experimenté la sensación de ser estafada.
Dejaron mi ropa revuelta sobre el mostrador, las prendas íntimas a los ojos del resto de los pasajeros. La rabia tiño de rojo mi rostro, hice un gran esfuerzo por evitar la humillación de llorar. Tenía ganas de patear a todo el mundo, mandarlos a paseo y acabar el viaje allí mismo. Luego la cordura se impuso, aunque decidí poner mayor énfasis en conocer la realidad de este país, que había visto solo en fotografías; y del que tantos comentarios escuchara -unos a favor y otros en contra-. Debía saber cual era la verdad; solo así me lograría quitar el sabor desagradable de este disgusto inicial.
Las cosas se habían iniciado mal, aunque más tranquila analicé que era algo de menor trascendencia, y terminaría por olvidarlo. A las 13 horas, me separé del resto del grupo; solo cinco personas más, tomaron similar decisión a la mía y debíamos viajar aproximadamente 180km. hasta llegar a la Habana. El camino estaba rodeado de bellezas naturales, hermosa vegetación, pero se veía mucha pobreza; aunque diferente a lo que acostumbraba a ver en mi país. Quizás afectada por los eventos ocurridos en el Aeropuerto, o por lo que mis ojos observaban, empecé a llorar silenciosamente; venía en plan de vacaciones, pero me di cuenta, que estúpidamente no había pensado en que la miseria toca con igual crueldad en cualquier lugar de la tierra.
Me esforcé por ahuyentar estos pensamientos y cerré los ojos concentrándome en descubrir quien era el intérprete de un bonito son que se escuchaba.
A las tres de la tarde, cuando pensé que estábamos ya por llegar, el bus hizo una parada en un restaurante costero, estaba semi-vacío decorado con redes pesqueras y ambientación marina, tenía forma semicircular; grandes ventanales vidriados daban al mar y las olas rompían sobre las rocas que estaban debajo.
Almorcé pizzeta de camarones, tomé una lata de cerveza muy fría mientras contemplaba el mar; estaba agotada y hambrienta, así que prácticamente devoré en un suspiro este sabroso tentempié, pues me había levantado a la madrugada y luego del desayuno en Punta Cana, en el avión nos invitaron solo un sándwich de miga acompañado de un vaso de refresco.
Sabía que aquí se respetaba a rajatabla la velocidad máxima, por lo que el recorrido duró más de lo esperado. Llegué a La Habana a las cinco de la tarde; olvidé mi cansancio ante la sorpresa de conocer el lugar donde me hospedaría. Era el hotel Meliá Cohiba, ubicado al frente del Malecón, y su aspecto era lujosamente imponente. ¿Qué sorpresas me aguardaban? Aun no lo sabía, pero ansiaba descubrirlas.
NOTA: Fotografía 1 - vista desde la carretera, trayecto Varadero - La Habana.
Fotografía 2 - vista de La Habana desde el Morro.
Fotografía 3 - Imagen frontal inferior del Hotel Meliá Cohiba (escaneada de un folleto)

sábado, 20 de septiembre de 2008

CON LAS ALAS DEL ALMA

Antes de comenzar el siguiente relato, que insertaré en días próximos; he decidido incluir un comentario. Este espacio fue destinado solo a relatar lo que conocí y mis impresiones en los países que tuve oportunidad de visitar.
No significa en modo alguno estar a favor de determinadas políticas. Muchas veces fui buscando bellos paisajes y encontré situaciones desconocidas o injustas que me impactaron; lo cual volqué en los cuadernos que habitualmente llevo para no olvidar detalles porque al paso del tiempo se desdibujan.
Quiero una vez más alzar mi humilde voz en pos de la Libertad, de la Paz, del derecho a una vida digna y a la convivencia en fraternidad de todos los pueblos del mundo.
Los próximos relatos se referirán a mi viaje a Cuba, por ello decidí incluir dos cosas: unas palabras del escritor cubano José Martí, y a continuación un tema de la compositora y cantante argentina Eladia Blázquez. En nombre de todo esto vaya mi homenaje a los cubanos; -dentro o fuera de su patria- quienes tienen un país hermoso en paisajes y un corazón tan bello como el lugar que los vio nacer.
Magui Montero

Libertad y Honradez
José Martí (1853-1895)
Libertad es el derecho que todo ser humano tiene a ser honrado, a tener decoro y a pensar y hablar sin hipocresía.
Un hombre que oculta lo que piensa o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado.
Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado.
Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas y permite que le maltraten el país en que nació no es un hombre honrado.


Con las alas del alma - Eladia Blazquez (1931-2005)

sábado, 13 de septiembre de 2008

LA DESPEDIDA

Era nuestro último día en República Dominicana. La madrugada siguiente dejaríamos el hotel para partir rumbo a Cuba. Ansiaba conocer el próximo país que visitaría, pero al mismo tiempo me apenaba dejar éste. Todo había sucedido con rapidez; demasiadas cosas bonitas, infinidad de paisajes nunca vistos, sensaciones nuevas –como la excursión en velero y la práctica de snorkel, maravillándome con los colores de la fauna y flora submarina-, el romanticismo de cenar a la luz de las velas, la intensidad de los ritmos de esta tierra, la sensualidad de su danza, había calado profundamente dentro mío. Ahora esa euforia ante las cosas vividas se trastocaba en una tenue congoja, pues por dentro sabía que difícilmente esta oportunidad se repitiera.
Decidí levantarme muy temprano y dejar el equipaje casi listo para aprovechar al máximo las últimas veinticuatro horas que me quedaban por gozar en este lugar bendecido con tanta belleza.
Amaneció algo nublado, pero a pesar de ello, tercamente luego de desayunar me dirigí hacia el mar. El viento soplaba con fuerza, aunque las aguas cercanas estaban casi mansas; a la distancia, en el borde que formaba el anillo coralino, las grandes olas restallaban levantando espuma.
El personal iba y venía presuroso recogiendo reposeras, asegurando puertas y ventanas. Veía sus sonrisas algo forzadas y me aconsejaron volver hacia el hotel. Las palmeras se cimbraban, sus hojas caían pesadamente. Era la hora del desayuno, el cielo se oscurecía rápidamente. A la distancia podía oír los truenos y los relámpagos formaban dibujos extraños cada vez más cerca.
Finalmente, uno de los múltiples empleados que corrían trabajando esforzadamente se acercó y recriminó mi actitud. –Usted no sabe los peligros que implica una tormenta tropical, por favor acepte mi consejo, esto no tardará en llegar, y se irá en seguida. Tendrá el resto de la jornada para disfrutar de la playa, pero ahora por su seguridad, le sugiero regresar al hotel.
Acepté la sugerencia, que sonaba en realidad como una orden y me encaminé al dormitorio. Tercamente trataba de espiar a través de las persianas y encontrar una explicación a la angustia que veía reflejada en los rostros de los lugareños, disimulada detrás de sus sonrisas forzadas… En pocos minutos lo comprendí… El ulular del viento se convirtió en sonido arrollador, un rayo hizo temblar todo; toneladas de agua se precipitaron de golpe. Una sombrilla parasol olvidada en el jardín, se elevó varios metros, impactando con fuerza en el balcón del bar; fueron no más de treinta minutos, después todo quedó en silencio. Esperé varios minutos y salí nuevamente. Parecía que un loco enfurecido había pasado por allí. Había brisa fresca, pero el panorama de plantas desgajadas, bellas flores destruidas y hasta dos o tres cocoteros con las raíces al aire me sorprendió. Sin embargo, como pequeñas hormigas laboriosas, muchísimos empleados trabajaban limpiando y colocando cuidadosamente todo en su lugar. El sol se dejó ver nuevamente, la tormenta había pasado…
Luego de sorprenderme con la vista de una pequeña grúa que ayudaba a colocar nuevamente las palmeras en su sitio de la playa y remojarme un rato en el agua –aun algo oscura- me envolví en el pareo y fui a “Bachata” para tomar un capuchino con un copo grandote de crema espolvoreada con canela, mientras otros preferían comer pequeños bocadillos acompañados de cerveza.
Ese día no almorcé… -ni falta que hacía- tenía suficiente reserva de comida por haber pasado toda la mañana picoteando delicias que se nos ofrecían a cada instante. Volví a la playa a sumergirme nuevamente en el mar, hasta el atardecer.
Era sábado, la fiesta de gala de despedida se acercaba, después de quince días transcurridos concluía nuestra visita a Punta Cana.
El Hotel tenía por costumbre ofrecer cotidianamente en la cena, una noche dedicada a cada país. Durante estos eventos, decoraban el comedor con adornos, banderas, tragos, música y comidas temáticas. Tuve oportunidad de disfrutar sabores de Alemania, Francia, España Italia y otros lugares. Abanicos, mantones, sombreros, sones de acordeón, punteos de guitarra, voces en diferentes idiomas interpretando canciones fueron creando un clima excepcional, acompañando nuestra estadía. Ahora se acercaba el momento del gran final.
Me arreglé cuidadosamente, tenía un vestido negro largo con un atrevido escote, las uñas esmaltadas y el maquillaje –muy suave, porque el bronceado lo hacía innecesario- sandalias altas de tacón fino hicieron el resto.
Bajé a cenar, me encontré con una decoración sorprendente, era dedicada a Japón. Cócteles, flores, abanicos y sombrillas de papel de arroz cubrían la recepción. La luz de las velas daba un aspecto maravilloso a la escena. Comí sushi de cerdo y ensalada de mariscos sabrosísima. Otros pidieron langosta y ostras. Tomamos vino blanco, terminé con un postre que me agradó, pero nunca pude entender como se llamaba.
Más tarde nos reunimos todos en “Bolero” bailé hasta quedar agotada de cansancio, me saqué los zapatos tomé el último trago, saludé y agradecí al personal del bar antes de regresar a la habitación.
Preparé el resto del equipaje, dejé solo lo que me pondría para viajar. Eran las tres de la mañana… A las cinco treinta me despertarían para volar hacia Cuba. Restaban pocas horas en Dominicana. Iniciaba otra etapa… Nuevamente el cosquilleo de ansiedad se hacía sentir en la boca del estómago.
Magui Montero

lunes, 1 de septiembre de 2008

CAMBIO DE HABITOS Y SENSACION DE LIBERTAD

Los días iban pasando, mi estado de ánimo fluctuaba entre la felicidad de vivir tantas cosas diferentes y la pena de saber que mi estadía en este hermoso país estaba llegando a su fin, aunque el viaje continuaba.
El aprendizaje acerca de los hábitos, el modo de vida, el carácter de los dominicanos y al mismo tiempo estar en un ambiente paradisíaco, rodeada de lujo, con paisajes desconocidos para una persona criada con sencillez en una provincia de costumbres austeras; había modificado en parte mis actitudes.
Me sentía más dispuesta al diálogo, tomaba con naturalidad una conducta osada que jamás se me hubiese ocurrido estando en mi país –bañarme en el mar a la luz de la luna, asolearme sin sostén- pues aquí todo ello era parte de las cosas habituales que podía realizar sin culpas ni vergüenza.
Despertaba al amanecer, para correr o caminar por las extensas playas silenciosas cuando el sol empezaba a asomar y sin embargo la sensación de seguridad me acompañaba permanentemente.
Desayunaba jugo de fruta, yogur, cereales, -bastante diferente al consabido mate amargo o el café bebido antes del trabajo-, pocas veces almorzaba y tomaba la cena a la hora en que estaba merendando en mi casa.
Lógicamente, hacía un tentempié alrededor de las cinco de la tarde apenas salía del mar y devoraba algún sándwich acompañado de cerveza –que era muy sabrosa, de acuerdo a la opinión autorizada de los alemanes-.
Respecto al consumo de alcohol, si bien es ilimitado para quienes se hospedan en carácter de turistas en estos inmensos hoteles, está totalmente prohibido para los empleados, quienes viven en edificios separados, dentro del mismo complejo. Esta pauta continúa fuera del horario de trabajo, solo pueden aceptar “excepcionalmente” una copa si alguna persona que se aloja los invita y paga por ella.
En una de mis caminatas mañaneras, fui hasta el mercado de artesanos, situado a unos tres kilómetros sobre la playa, compré pequeñas artesanías y aprendí una costumbre -después tuve oportunidad de verlo en varios países visitados- que es parte de antiguas prácticas en el comercio. El regateo, la conversación especial entre comprador y comerciante donde éste promociona las bondades del artículo, pide el doble de su valor y poco a poco baja el precio hasta que ambas partes llegan a acordar lo razonable. En caso de desconocimiento del adquirente sobre dicha tradición, simplemente bajan el precio sin que se lo pidan y entregan un regalito.
Ya de regreso por la costa, compré dos caracoles muy grandes, dos trozos de coral blanco y uno de coral lila a un pescador; me dijo que los caracoles eran “Reina Café” y “Cobo” –este último, cuando llegué a Cuba me fue confiscado por la Policía en el Aeropuerto, se trataba de una especie protegida, situación que ignoraba-
Al regresar del paseo, el sol estaba muy fuerte, era cerca del mediodía, hacía calor y me tomé un cóctel en el Snack Bar cuyo nombre es “Bachata”, me decidí por un Caribbean Blue (Ron Blanco, Crema de Coco, Zumo de Piña, Curacao Azul y Triple Seco). En realidad era un trago que no conocía, pero me llamó la atención el color turquesa que se veía fantástico en los vasos altos y bien decorados. No me sentí defraudada por su sabor exquisito; pero me hizo sentir con un poco de flojera, pues había desayunado temprano.
Almorcé liviano y dormité en una reposera al abrigo de las palmeras. A pesar del protector solar, tenía la piel enrojecida y las pecas –que tanto me enfurecían- habían hecho su aparición.
Esa noche fui a bailar con todo el grupo de argentinos en “Bolero” un lugar mezcla de Pub y Disco, donde hay espectáculos teatrales, desfiles de modelos, música en vivo ó se hacen juegos de entretenimiento, dentro del mismo hotel. A las 0,30 caí rendida en la cama. Había transcurrido un día más en Punta Cana.

Magui Montero

NOTA: Imagen de Postal. Playa Arena Gorda. Punta Cana. República Dominicana

miércoles, 27 de agosto de 2008

NOCHE DE SALSA Y MERENGUE


El regreso desde Santo Domingo fue divertido, cantábamos, batíamos palmas y bromeamos todo el camino. Llegamos al hotel cerca de la hora de cenar.
Luego de la cena, presenciamos una exhibición de música nativa que se desarrolló a la luz de antorchas y fogatas. La melodía acompasada llenaba la noche con sones de tambores, parches y otros instrumentos de percusión para mí desconocidos -confeccionados con algo que parecía cáscaras de cocoteros y golpeados con especies de cañas-. El tam-tam por instantes era frenético mientras se bailaban danzas típicas cuya forma guardaba similitud con ritmos afro e indígenas, impregnados de movimientos sensuales, saltos y acrobacias. La vegetación daba el entorno adecuado a este espectáculo majestuoso. Aplaudimos con entusiasmo, nos habíamos contagiado de la euforia de los bailarines, por lo que decidimos seguir divirtiéndonos.
Formamos un grupo; encaminamos nuestros pasos hacia la Disco que aun no conocíamos, “Pacha” nos estaba esperando.
A las doce de la noche comenzó el espectáculo. Era noche de salsa y merengue. Nos deleitamos con la música interpretada por un timbaletero y percusionista junto a otros músicos, nada menos que Tito Puente Jr. quién tenía el mismo don natural que su padre. Disfrutaba interpretando rumbas, mambo, y otros ritmos, pues su rostro lucía una permanente sonrisa. Más tarde se presentaron los ganadores de diferentes años del Concurso Salsero de República Dominicana; y debo aclarar que me sorprendió ver bailar en equilibrio encima de una botella y con un cajón lleno de bebidas sobre su cabeza a un anciano de 72 años, que tenía un ritmo tremendo!
La mejor salsera del país bailó e hizo acrobacias y eso no me hubiese causado asombro, si no hubiese estado con un embarazo tan pronunciado como el que ostentaba, a pesar de lo joven que se veía. Le pregunté al barman -quien evidentemente conocía a la pareja de bailarines- porque lo hacían, pues me parecía que podía resultar riesgoso para su estado. De inmediato comenzó a reír, y me dijo algo que en cierta manera me recordó lo que dice la gente nativa de mi provincia, -Santiago del Estero, Argentina-. “Aquí los dominicanos antes de aprender a caminar, ya sabemos bailar; y la mejor forma de conocer nuestra música es disfrutarla desde antes que nacemos”
Teniendo la posibilidad de contar con una pareja de baile experta, me lancé a la pista al ritmo del merengue y la dulce bachata. Pude divertirme toda la noche, meneándome sin ningún reparo, hasta bien avanzada la madrugada. Estaba feliz de poder sentirme como una más entre todos ellos.
Comenzaba clarear cuando salimos de Pacha, un viento fresco venía desde el mar. Al fin la excursión del día anterior y el trajín de la jornada, se estaban haciendo sentir, estaba cansada pero contenta. Creo que dormiría hasta cerca de mediodía.


Magui Montero


NOTA: Folleto de propaganda de "Pacha"



lunes, 11 de agosto de 2008

UN PASEO CON SABOR A HISTORIA


Me levanté a las 5,30 y desayuné junto al grupo que participaba de la excursión; estaba algo excitada porque sabía que conocería un lugar “especial”, allí donde había comenzado parte de la nueva historia, llámese conquista, choque de dos culturas o lo que cada uno pudiese opinar, pero indudablemente, marcaba un hito, tanto para Europa, como para el Nuevo Continente.
A las 6,30 partimos en un minibús, climatizado –los lugareños llaman guaguas a los buses de corta distancia-; recorrimos varios hoteles recogiendo pasajeros que participaban de la excursión. El viaje era largo y los caminos no eran buenos, pero se compensaba con todo lo que vas conociendo. Atravesamos la ciudad de Higuey, preciosa, sencilla, con casitas multicolores y un bellísimo santuario, la Basílica de Higuey, centro de peregrinaciones marianas.
Antes de llegar a Santo Domingo, pasamos por unas cavernas, que están por debajo del nivel de la tierra, se desciende por escaleras talladas en la misma piedra, y aun conservan el ahumado de las antorchas con que se iluminaban antiguamente. Estas grutas, eran habitadas por los indios tainos. Por distintas aberturas se filtra la luz del sol, creando un clima especial, donde toca la luz crecen especies raras de helechos, flores, y algunas palmeras, Dentro de ella a medida que se desciende, cuenta con especies de piscinas y el agua cae en pequeñas cascadas. En cada una de estas piletas naturales que se forman por los manantiales, el agua toma colores de acuerdo a los minerales que contiene. La primera que vi era color azul, otra verde y otra de color oro. Nos explicaron cada una de ellas era destinada a los baños conforme a la jerarquía que ocupaban en la tribu.
La piedra de la gruta brillaba por la presencia de minerales y le daba un aspecto maravilloso. Pude sacar muchísimas fotografías, pero el revelado hizo que descubriera lo inútil que había resultado el uso del flash, pues no alcanzó a iluminar tan hermoso panorama, por la amplitud de la concavidad subterránea.
Luego de esta parada, continuamos camino. La carretera es paralela a la costa, pero se ven menos playas, los bordes están cubiertos de rocas donde las olas rompen con fuerza formando remolinos y espuma.
Por fin llegamos a Santo Domingo, se encuentra enclavada en la zona sur de la isla. Es una ciudad de estilo colonial, de calles angostas, y casas muy viejas; fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Para no cambiar la fisonomía de la ciudad, la alcaidía dictó normas mediante las que cada edificio que se construyera, aunque fuera moderno y lujoso interiormente, debía conservar el estado original exterior, los revoques caídos, las puertas antiguas y escalinatas de entrada. Hay frentes tallados en piedra, arabescos y figuras afiligranadas. Llegamos al faro de Colón, es una inmensa construcción con escalinatas, hay una luz encendida permanentemente, que marca el lugar exacto –supuestamente- donde desembarcó por primera vez Cristóbal Colón en 1492. Continuamos el recorrido visitando las primeras oficinas administrativas instaladas en el Nuevo Mundo; el Alcázar de Colón, en cuya plaza frontal se encuentra emplazada una estatua del colonizador. Es un hermoso palacio colonial de principios del siglo XVI, que habitó la familia – su hijo Diego y su nuera-, se conserva aun mobiliario y algunos utensilios de su propiedad, en la época que éste gobernó la isla.
Fuimos hasta la Fortaleza de la ciudad, construcción que da al mar, rodeada de cañones en sus almenares, para evitar que entraran en aquella época, los piratas ingleses. (En este caso me reservo de mayores comentarios). Continuamos el recorrido visitando la casa de Hernán Cortés; el Museo del ámbar, donde se hallan las “piedras” en que se basó la historia de la película Parque Jurásico. Pude sacar fotografías cuando atravesamos el puente y visitamos el lugar en que fue filmada la película Apocalipsis Now.
Luego conocí la primera Catedral construida en América, esta realizada en piedra y data de 1523. Finalmente nos llevaron a visitar la tumba de Colón. No puedo creer todo lo que veo, pero es imposible no mirar y tocar estas cosas sin sentirse emocionado.
Fuera de lo que cada uno de nosotros piense, esté a favor o en contra de la evangelización y la conquista o la forma en que se hizo, pero es un paso hacia el punto donde se tocaron dos civilizaciones y se transformó para siempre la cultura de ambas.
Más tarde, nos dieron un tiempo libre, que aproveché para visitar el mercado de la ciudad. Personalmente, creo, y esto lo fui confirmando en sucesivos viajes por diferentes regiones, que uno puede conocer mucho de las costumbres y la cultura del verdadero pueblo, si visitas su mercado. Ahí no hay lugar para los “disfraces” turísticos, allí concurre y hace sus compras la gente común, como visten, si son alegres, como se alimentan y si verdaderamente hay cordialidad con aquellos que concurren de visita.
Tal como lo imaginaba, no fue una equivocación; los dominicanos tienen la sonrisa fácil, son atentos, bromistas, diligentes. Me ofrecieron un brebaje que preparan con algunos yuyos de la isla, mezclado con ron –dicen que tiene también ingredientes secretos- ellos acostumbran a tomar una copita, como paliativo después de una noche de fiesta donde se comió o se bebió en forma abundante; lo llaman “Mama Juana”.
A la salida del mercado, en el carrito de un vendedor ambulante, compré un coco, de los muchos que descansaban en un colchón de cubos de hielo, para calmar la sed, pues estaba haciendo calor. El vendedor, luego de lavarlo, le hizo un corte limpio con machete, y colocó una pajita dentro para que pudiera sorber con comodidad. Me saludó con una sonrisa deseándome buena estadía, y yo seguí mi paseo.
Almorzamos en el hotel Sheraton de la ciudad –es una belleza- y me sorprendió conocer un obelisco más pequeño que el de mi querida Buenos Aires, pero íntegramente pintado en colores fosforescentes, con estilo Art Noveau. Compré algunos regalitos y artesanías y emprendimos el regreso.
Esta excursión en verdad había superado mis expectativas, República Dominicana, se estaba brindando en todo su esplendor.

Magui Montero


NOTA: Fotografía de la estatua de Cristobal Colón, frente del Alcázar. Santo Domingo. República Dominicana

domingo, 3 de agosto de 2008

AGUAS CÁLIDAS Y ROMANTICISMO

Me revuelvo en la cama, abrí los ojos en la oscuridad y miro el reloj de viaje (único capricho que me permití traer en el viaje para recordar los horarios) son las 04,50 a.m. Duermo con los ventanales abiertos y las cortinas se mueven con la brisa nocturna. Me levanto y camino al balcón, hay luna llena, los caminitos que conducen a la playa se ven nítidos entre la vegetación. Decido ir a caminar, me puse el traje de baño, un pareo encima y salgo. Desde lejos escucho música, quizás venga de la Disco, yo voy en dirección al mar, quiero ver el amanecer.
Sin embargo, no todo está solitario, en la semipenumbra se ven personas corriendo por la playa, algunos bañándose o esperando observar el mismo espectáculo que yo. Traje mi cuaderno de notas, lapicera, y la cámara de fotos. El viento sopla con mayor fuerza; el cielo se está cubriendo, pero a pesar de ello a medida que la luna baja, va tomando un suave color rosado, haciéndose cada instante más rojizo. Todo el mar se tiñe de rojo por un momento; el sol emerge en el horizonte, para volver a ocultarse entre las nubes, aunque los rayos se filtran entre las nubes y forman haces de luz que dan distintos colores al agua. ¡Qué espectáculo se pierden los dormilones o aquellos que aun están bailando!
Dejé las cosas en la arena y me sumergí en esta increíblemente tibia caricia líquida. Desde allí me sorprenden gratamente, empleados de los hoteles que recorren kilómetros y kilómetros de playa limpiándola de algas que la marea deja durante la noche y la retiran en tractores que pasan, haciendo grandes fardos. Desocupan también los cilindros decorados que están colocados cada aproximadamente veinte metros para depositar la basura y los ceniceros; de esta forma se mantiene el aseo permanentemente.
Salí del agua a tomar algunas notas para no olvidar cada detalle de lo que mis ojos ven, pero es indudable que mi corazón lo grabará definitivamente.
Voy a desayunar al comedor aun despoblado, la música está sonando suave y los camareros se mueven diligentemente. Tengo hambre! Huevos revueltos, panceta, queso regional, yogur, café y pan alemán. Esto se pareció a un almuerzo!! Los turistas comienzan a despertar, opto por volver a cambiarme, para salir a caminar y conocer más; pues hoy nos cambiamos de hotel.
Los primeros días estuvimos en el Riu Melao y nos instalaremos en el Riu Naiboa. El nuevo hotel esta construido a diferencia del anterior todo en un solo bloque, de forma curva, para que desde todos los balcones se visualicen los jardines, la piscina y el mar. Es sumamente lujoso, igual al estilo de todos los hoteles Riu, está rodeado de jardines tropicales, tiene un puente, y por debajo corre agua en medio de piedras y flores. El bar es una cabaña grande, rodeada de barandas que dan a la pileta de natación, la cual tiene un islote en el centro. Antes del mediodía decidí salir en lancha para recorrer la costa. Desde allí pude ver de un ángulo diferente esa parte de la isla y fui conociendo los diferentes hoteles instalados allí.
El complejo hotelero Riu es el más grande y lujoso de todos (al menos lo era hasta el momento en que yo estuve hace 10 años) cuenta con más de 3.000 empleados, todos hablan aparte de su idioma –español- alemán e italiano o alemán y francés, el inglés no es obligatorio porque la mayoría del turismo proviene de Europa, -80 % de alemanes- el resto españoles, italianos, algunos franceses y latinoamericanos. El personal vive en edificios de departamentos que son parte del mismo complejo. Reparten su tiempo entre las horas que trabajan y el estudio (continúan perfeccionándose), reciben becas y pueden ascender e ir escalando jerarquías dentro del hotel o establecerse en otros de la misma cadena distribuidos por todo el mundo. Mientras sigo conversando, preguntando, curioseando aquí y allá, llegó la hora de la siesta.… Y comencé con mis clases para aprender a bailar merengue. Un ritmo hermoso, sensual, alegre, con muchos movimientos cadenciosos. Puede bailarse suelto de la otra persona o en pareja, con giros y figuras que se realizan meneando las caderas y manteniendo el hombre el control sobre de la mujer, roces, miradas, vueltas. Es la seducción hecha danza, el calor y la fogosidad; como todos los ritmos propios de países que tienen sangre latina.
Me siento en el bar a tomar jugo de fruta, quiero refrescarme un poco. Creo que la clase de música latina me dio bastante calor… ejem
Tengo algunas curiosidades... ¿Qué será lo que incluye el: “all inclusive”? Mejor averiguo bien.
Aprendí algunas cosas. Gran cantidad de parejas de buen nivel económico vienen con amigos y familia; se casan aquí en una ceremonia que se realiza en la capilla de los hoteles, por supuesto toda la fiesta, comida, bebida y números artísticos les sale gratis, y al mismo tiempo pasan su luna de miel. Tuve oportunidad de ver una ceremonia de este tipo y fue preciosa. Solo pensé que es inusual pasar la “luna de miel” con los suegros, hermanos, primos y amigos. En fin!! Creo que mi idea de romanticismo, caminar a la luz de la luna por la orilla del mar o hacer la travesura de poderse bañar desnudos en medio de la noche de una pareja de enamorados, no concuerda con la practicidad de armar un paquete turístico para la familia y “aprovechar” para casarse… Pero debo respetar las formas de pensar diferentes a la mía…
Bien, ya nos pusimos de acuerdo con todo el grupo que hace el mismo circuito turístico. Estuvimos tomando unos cócteles y vimos un espectáculo de rumba en la confitería del hotel. Me acosté rendida de cansancio a las 12 de la noche; debo levantarme a la madrugada.
Salgo de excursión para visitar la Capital de República Dominicana. Mañana conoceré Santo Domingo.

Magui Montero

martes, 22 de julio de 2008

UNA VISION DISTINTA

Hasta ese momento, veía cosas que nunca había tenido oportunidad de conocer. El hotel y todo su entorno, solo estaba en los sueños de gente común, me asomaba por primera vez a un mundo reservado para personas de mucho dinero. Todavía me costaba creer que era yo quien lo estaba viviendo; pero ansiaba mirar el mar, que conocía por fotografías y películas filmadas en el Caribe; así que me alejé del sector de la piscina, fui caminando hacia donde alcanzaba a divisar muchas palmeras, cocoteros, y terminaba el camino cubierto de lajas.
La arena es blanca y suave como talco, no se adhiere en el cuerpo ni se calienta; a pesar del fuerte sol puedes caminar tranquilamente. Llegue a la orilla del mar, el agua es transparente, de un turquesa indescriptible, cálida mansa, forma pequeñas olas con espuma blanca solamente cuando estas rompen en la playa.
Me quedé sentada en una reposera embobada por el paisaje. Aproximadamente a cien o ciento cincuenta metros de la costa, una línea semicircular rodea toda la playa, convirtiendo este espacio en una inmensa piscina natural, donde el oleaje explota formando un cordón blanquecino. Desde allí hasta donde se pierde la vista el mar es de un intenso color azul. Me explicaron que es un atolón, formado por corales que hacían de barrera natural. A lo lejos se divisa un antiguo barco encallado, que quedó integrado al paisaje y es motivo de excursiones para los curiosos.
Salté y jugué en el agua, un rato. Aquí y allá veía las camareras trayendo jugos y tragos de diversos colores, decorados en piñas ahuecadas, en cocos, o vasos de trago largo con frutos tropicales. Los más jóvenes jugaban voleibol playero o corrían a uno y otro lado. No faltaban las bronceadas sirenas y los adonis, mostrando su musculatura y pavoneándose. Cada cincuenta metros había grandes recipientes decorados, donde se dejaban los vasos usados y grandes ceniceros de pie. ¡No es una exageración, es verdad! Las personas fumaban, apagaban sus cigarrillos y tiraban las colillas dentro de los ceniceros, que semejaban inmensos maceteros de pie.
Disfrutaba del lugar, pero la prudencia me aconsejaba tener cautela con el primer día de estar al sol. Me dirigí hacia donde terminaba la zona de playa y comenzaba el césped. Solo separaba el lugar dos escalones, allí estaban las chinelas, tal como las había dejado hacía ya tres horas, junto a muchas otras. Me puse el pareo, y salí a recorrer una callecita que se llama “Pueblo Caribeño”. Las viviendas tienen colores intensos y amplias terrazas, pero en realidad, simulan ser viviendas; son comercios donde se pueden adquirir regalos, souvenirs, pinturas, artesanías, hay casas de fotografía, turismo, joyerías, peluquería, gimnasio, etc. Al consultar los precios, salí espantada, las cosas que vendían eran hermosas, pero inalcanzables para mi bolsillo.
Pasé por el bar, comí algunas delicias tentempié y un refresco; pues faltaban pocas horas para la cena que se sería entre las 18,30 y las 21,00. Aun tenía puesta la ropa de playa, sin embargo quedé sentada escuchando las melodías que tocaba un hermoso dominicano en el piano de cola y hasta me animé a cantar el tango “Nostalgias” en actitud totalmente desenfadada de mi parte; pues había pocas personas y era una linda ocasión, que quizás no pudiese repetir.
A la hora de la cena, se reiteraban los manjares, mientras tres músicos acompañados por guitarras paseaban entre las mesas cantando boleros y música suave. Luego se comenzó a escuchar música folclórica del lugar que es el merengue. La gente comenzó a bailar (incluso los empleados) quienes acompañaban e indicaban los pasos en medio de risas y aplausos.
Un viento suave venía desde el mar, mientras caía la noche. Eran apenas las 22,00 y se me cerraban los ojos. Tal vez mañana, tuviera ganas de ir a bailar en “Pacha”, la disco del complejo hotelero Riu. El primer día había sido demasiado intenso para mi.

Magui Montero

sábado, 28 de junio de 2008

LA LLEGADA – PRIMER DÍA EN EL HOTEL


El Aeropuerto Internacional de Punta Cana fue todo un impacto, por su belleza. Los pisos y paredes eran de granito espejados, pero los techos y el resto de la estructura superior respetaba el estilo caribeño; en caña y paja.
Los lugareños, funcionarios y empleados, son en su gran mayoría gente de color o mestizos de piel color canela, pero muchos de ellos tienen ojos azules; lo cual me extrañó y cuando pregunté me dijeron que los indios tainos, naturales de la región, etnia de la cual descienden, tenían esa particularidad.
A pesar de hablar en español, nos cuesta comprender, pues tienen una tonada especial, pronunciación diferente para algunas letras y se expresan rápidamente. Son amables, atentos; casi todos hablan más de un idioma, cantan y bailan mientras atienden al público y la sonrisa a flor de labios es una constante. Desde el momento que pisamos ese hermoso país, no hemos visto alguien que no tenga un buen trato para los turistas.
Comentando esta situación con la persona que esperaba para trasladarnos al hotel en una combi, me dijo lo siguiente: Somos un pueblo que tiene su economía dependiente del turismo; si no tratamos bien, los estafamos, o hacemos algo desagradable, el turismo disminuye. Tenemos una premisa, por cada persona que visita nuestro país, intentamos que vuelvan al menos dos, no es un gran secreto. La riqueza o pobreza de los habitantes depende de la propaganda que se le haga al país y de que las grandes cadenas hoteleras sigan instalándose. Casi todos los jóvenes que estudian, buscan alguna carrera que tenga que ver con turismo o con lo que tiene inserción laboral relacionada a ello; por eso es que también estudiamos idiomas. Esta conversación me dejó pensando en que hay países que tienen muchísimas bellezas, pero sus habitantes no se concientizan de la importancia que tienen los ingresos de la industria sin chimeneas; y si ven un turista, solo piensan en ver la forma de sacarle dinero estafándolo o robándole, aprovechando que no conoce el idioma o el lugar.
Pude comprobar que el pueblo dominicano educa a su gente para ser servicial y honesto con quienes lo visitan, y efectivamente la gente regresa a su país de origen, feliz del trato que recibió. Uno de los ejemplos anecdóticos es que en el mismo hotel en que me encontré alojada, había una señora alemana muy despistada. Se olvidó la filmadora dos veces en la playa, y las dos veces le fue entregada en la recepción del hotel.
En el trayecto hasta el complejo “Riu” formado por cuatro hoteles, el guía nos fue informando sobre la historia, economía, costumbres, del país; hasta que llegamos.
No podíamos creer lo que veíamos. El lujo, la vegetación exótica, los jardines, glorietas, puentes que cruzaban pequeñas corrientes de agua; y mayor fue nuestra sorpresa cuando ingresamos en las habitaciones. Decoradas en estampados con predominio de verde y con flores que imitaban la vegetación tropical en cortinados y alfombras, juego de living en cuya mesita había una canasta con flores frescas y frutas (tarjeta de bienvenida incluida), block para cartas, lapicera, postales, mini-bar, heladera con bebidas, amplios placares de madera lustrada con caja fuerte incluida, muebles de mimbre de un diseño rarísimo.
El baño de granito rosado con artefactos cromados, una canasta más pequeña con flores y artículos de tocador. Las toallas y toallones colocados sobre la cama plegados formando un hermoso diseño (algunos días eran cisnes, corazones o canastas donde colocaban flores). Cada habitación tenía su propia terraza con sillones que daban a jardines tropicales cubiertos de flores y cocoteros.
Todo el grupo se cambió rapidísimo de ropa, dejamos las valijas a medio desarmar y nos fuimos a desayunar (de nuevo) jajajaja! pues lo que consumimos en el avión era para mantenernos sin hambre por una semana! Pero era el ansia de seguir conociendo y ver que nuevas sorpresas nos deparaba ese lugar de ensueño.
Las construcciones estaban separadas como si se tratase de pequeñas casitas y el comedor no era menos esplendoroso que el resto. El comedor se llama La Proa tiene amplios ventanales que dan al mar o hacia los jardines internos con múltiple vegetación y caminitos serpenteantes cuyos bordes están delimitados por cáscaras de coco barnizadas como si fueran pequeñas piedras semiesféricas. Allí vi por primera vez, que varias edificaciones tenían agujeros en el techo, para no sacar los árboles que estaban antes, y los integraba al interior. La decoración es en madera oscura, iluminada por grandes faroles típicos de la decoración del Caribe. A un lado, mesas en distintos niveles con todo tipo de frutas (algunas totalmente desconocidas para nosotros, tanto de nombre como de sabor), jugos, yogures, leche, dulces, café (riquísimo), comidas saladas, quesos de varios tipos, fiambres, ensaladas, salsas de sabores extraños, panes, budines, tortas y ¡¡cerveza!!! Si!! Como lo están leyendo!! Cerveza de barril para tomar la cantidad que quisieras, en el desayuno… Al ver esto, mentalmente hacía un cálculo de los kg. de sobrepeso que llevaría de regreso a la Argentina, y seguí mi paseo saliendo por otra puerta. Era un hermoso jardín central, donde estaba la pileta de natación de impresionantes dimensiones circundada por plantas de diferentes colores de verde, dándole un marco adecuado.
Casi ningún turista hablaba español, el 90% eran suizos, alemanes, italianos, franceses. En la playa las mujeres caminaban con los pechos al aire, pero nadie reparaba en ello, esto no se limitaba a las chicas jóvenes; algunas muy maduras y hasta ancianas también andaban de igual forma; gordas, flacas; rubias, morenas y canosas. Yo que pensaba que mi tanga era muy escotada, me sentía al mirarlas como si tuviera un traje de baño de 1920, con cofia incluida. Era una de las múltiples sorpresas que nos tenía reservadas este viaje. ...Y recién comenzaba.

Magui Montero

miércoles, 25 de junio de 2008

RUMBO AL CARIBE - Hacia República Dominicana

LA PARTIDA DE ARGENTINA. LOS PRIMEROS PAPELONES
Era la época del dólar barato para los argentinos; el uno a uno. Yo, una simple laburante del montón, que nunca lograba ir más allá de donde alcanzaba el sueldo de un empleado público. Vacaciones cortas, con gastos muy acotados, a los destinos turísticos que nos permitía pasear con lo que cobrábamos de aguinaldo. Y ahora, de pronto, podía hacerlo! Un dinero extra cobrado en el momento adecuado y me lancé a la aventura de conocer ¡EL CARIBE! Ni en mis sueños más locos lo había imaginado! Varios santiagueños éramos de la partida. Todos haciendo planes, ninguna experiencia en viajes internacionales.
Llegamos a Buenos Aires un día sábado por la mañana. Fuimos a almorzar en el restaurante Pippo en calle Montevideo, pleno centro de nuestra querida ciudad de Buenos Aires. Hacía un frío terrible, y llevábamos muy poca ropa de invierno. Las valijas estaban repletas de remeras, pantalones cortos, tangas y bikinis, bronceadores, pareos, zapatillas y chinelas playeras.
Partimos rumbo al Aeropuerto Internacional de Ezeiza a las 21,30. Llovía torrencialmente y corría viento. Algunos conversaban con el chofer del minibús, yo intervenía de a ratos, pero iba más bien callada, tratando de mirar a través de la lluvia.
Por suerte llegamos bien al aeropuerto. Allí nos quedamos parados, sin saber que hacer ni a donde ir. Conseguimos carritos para llevar las valijas y luego a buscar donde consultar… Un audaz de los que no faltan dijo: “quédense aquí cuidando las cosas, yo averiguo donde está Dinar y les aviso”
El “valiente” demoró un largo rato en volver, no había mucha salida de vuelos a esa hora, la gente que andaba era poca, volvió riéndose a las carcajadas. Dinar y Aero Cancún eran la misma empresa, y estaba al frente de nosotros, con una cola de más de cien personas, que nosotros veíamos llegar y ubicarse en la fila, en todo el tiempo que estuvimos esperando.
Allí estaba el responsable de la Agencia de Viajes, algo enojado, esperando a estos “pedazos de bestia” que no llegábamos!. Nos entregó la documentación necesaria, y empezó el sufrimiento!! Hacer fila para entregar el equipaje, hacer fila para la visa, hacer fila para control de la policía aeronáutica, hasta que por fin!! Embarcamos!!!
Me tocó el asiento a lado de la ventanilla, estaba nerviosa, el avión era grande, llevaba 300 pasajeros. Nos informaron que iba a República Dominicana (nuestro destino) y luego seguía a Cuba.
Los asientos me resultaron duros, y yo que soy alta, tenía poco espacio para estirar las piernas; de todas maneras no me importaba, ya estaba rumbo a Punta Cana, luego a otros lugares y después a Cuba.
El despegue fue hermoso, había dejado de llover y Buenos Aires brillaba; estaba iluminada como una tela cubierta por lentejuelas doradas y plateadas en pequeñas hileras formadas por la luz a mercurio de sus calles. Al ir elevándonos observamos la Costa de Uruguay. Una luna preciosa, me permitía ver claramente nuestro rumbo hacia el norte, siguiendo la línea del Río Paraná.
Cené muchísimo,. Luego los pasajeros se acomodaron para ver una película, yo me quedé dormida antes de que sirvieran el café. No se cuanto tiempo dormí, me despertó la claridad de la noche, estábamos volando a 10.000 metros de altura y sin embargo pude distinguir al Río Amazonas y más tarde el Orinoco casi al amanecer, en medio de un mullido colchón de nubes rosadas, mientras el sol asomaba desde medio del mar, por el este.
Ya con el sol a pleno distinguí la costa de Venezuela (preguntaba todo) porque quería ir recorriendo el mapa dentro de mi mente y pegando interiormente cada imagen que lograba rescatar en el lugar preciso. Luego que dejamos atrás la costa de Venezuela todo fue mar…
Creí que me iba a impresionar, pero desde arriba se veía tan calmo! A las 7 de la mañana, nos sirvieron el "desayuno". Oh sorpresa! Era una mezcla rara de americano y continental Salchichas, huevos revueltos, tortilla de papas, jugo, café con crema, mermelada, manteca, medialunas, masas, scones. Por supuesto comí todo a riesgo de reventar, pero quería probar como sabía y me pareció bárbaro!.
Avisaron que aterrizábamos en cinco minutos, y allí empezó la lucha por sacarnos la ropa de abrigo porque nos dijeron que estaba haciendo una temperatura de 29º y eran apenas las 7,30 de la mañana.
No comprendía como, faltando tan poco para aterrizar, solamente veíamos mar a nuestro alrededor, pero recordé que el piloto había informado que la velocidad crucero era de 1000 km. por hora, o sea que aun estábamos a más de 80 km. de nuestro destino.
Noté que íbamos cada vez más bajo, pues ya distinguía a lo lejos las olas y las crestas blanquecinas de espuma. De pronto me golpeó la vista el paisaje más hermoso que pudiese imaginar. Casi debajo mío una punta de tierra con infinidad de palmeras, la rodeaba el mar de un color turquesa tan claro que parecía una inmensa pileta de natación.
Ya a baja altura pudimos ver que la isla tenía montañas (aunque no muy altas) y debajo de una vegetación bastante frondosa la tierra era de color rojo intenso.
A mis pies ya estaba la pista de aterrizaje y en pocos segundos tocamos tierra. Cuando se abrieron las puertas del avión una bocanada de aire caliente nos recibió. Ante la carcajada del resto de los pasajeros, el grupo de santiagueños que veníamos en vuelo preguntamos a viva voz: ¿Están seguros de que estamos en Punta Cana y no nos trajeron de vuelta a Santiago? Habíamos llegado al Aeropuerto Internacional, en la República Dominicana.