martes, 1 de septiembre de 2009

SIGUIENDO MI CAMINO – RUMBO A LIMA Y El CALLAO – ÚLTIMA PARTE DEL VIAJE

Había bajado de Macchu Picchu al caer la tarde; aterida de frío, calada hasta los huesos por la lluvia; agotada, pero feliz. Las emociones se multiplicaban dentro mío. Llegué nuevamente al Hostal Adelas, donde la dueña me ofreció un tazón de café con un sándwich, tomé un baño y me acosté. Al día siguiente volvía a Cusco, recorrería otros lugares, pero ya mi objetivo estaba cumplido. Sin embargo, fiel a lo que hago cuando visito un país; debía conocer su Capital –Lima- y desde allí emprendería el regreso, por otras rutas; me esperaban más paisajes de ese bello país, aunque interiormente sabía que nada sería comparable a lo que había vivido en intensidad y emoción.
Llegué a Cusco y de allí seguí viaje a Lima. Mi proyecto inicial era quedarme en Nazca, pero el costo de volar para ver desde arriba los diseños era demasiado alto, por lo que abandoné la idea, dejándolo para una oportunidad posterior. Sin embargo, de igual modo, visualicé a la distancia ciertos detalles interesantes y continué mi ruta.
Cuando es la primera vez que sales de tu país; das por sentado que las cosas son parecidas a lo que es habitual dentro del territorio que conoces; probablemente porque crees que si hablan tu idioma y se trata de Sudamérica, todo será casi igual. En mi caso particular; supuse que en cada lugar que llegara, había una Terminal Central de buses en Lima, tal como ocurre en Argentina y en la mayoría de las ciudades por las que había pasado.
En Lima, debía encontrarme con un amigo virtual. Era un muchacho joven, con el que conversaba desde hacía más de un año; y se ofreció para ayudarme en el recorrido de Lima. Desde que entré a Perú, le avisaba donde estaba; John me iba indicando cosas o haciéndome sugerencias y recomendaciones. Antes de salir para Lima, le había enviado un mail avisando que llegaba desde Cusco a la “Terminal” en un bus que llegaba a las 16, 30 horas a la ciudad Capital; y viaje tranquila, suponiendo que allí estaría esperando John.
Cuando el transporte entró a su destino, me sorprendí de la pequeñez del edificio. Me preguntaba porqué una Ciudad como Lima tenía apenas ocho plataformas; bajé mientras miraba de un lado al otro, no estaba nadie esperando. Tal vez se había demorado…
Cuando transcurrieron 45 minutos, empecé a ponerme inquieta, a consultar con el personal y allí comprendí mi error. En esa ciudad, cada empresa de transporte de pasajeros, tenía su propia Terminal; yo solo había avisado el horario de arribo, pero no le informé que línea de bus era. John no sabría donde buscarme.
Estaba cansada, empezaba a caer la tarde, debía buscar un lugar donde alojarme, luego vería como contactar a mi amigo.
Sin tener mucha idea de donde estaba, a que distancia de la zona céntrica de la ciudad; pues hasta la reserva del hostal donde me alojaría lo había encargado; tomé una guía de teléfonos, llamé a un Hotel, pregunté precio, subí a un taxi y partí.
El Hotel era muy bueno – digamos que excesivamente bueno- para el presupuesto que manejaba; pero no me haría daño pasar una noche en ese lugar. Desde allí, llamé por teléfono a John; estaba un poco inquieto y bastante afligido. Le avisé donde me alojaba, comenzó a reír, pues comentó que ese hotel me salía el equivalente a siete días en el Hostal. De todas formas, le dije que por ese día me quedaría.
Vino a buscarme y finalmente conocí a quién era mi amigo hace largo tiempo; era más delgado y pequeño de lo que yo imaginaba. Después de abrazarnos fraternalmente; decidí que no saliéramos a pasear, y quedáramos en el bar del mismo hotel a conversar mientras comíamos algo juntos.
Hablamos largo rato; finalmente se despidió diciéndome que vendría a buscarme a la mañana para llevarme al Hostal donde me alojaría. Así lo hizo; el lugar donde finalmente quedé los cinco días de mi estancia en Lima, era cómodo, limpio y seguro.
Así fuimos recorriendo esa preciosa ciudad. Me sorprendió lo extensa que parecía; aunque no tenía muchos edificios demasiado altos. Limpia, de calles amplias, caminé por sus peatonales, me detenía en las construcciones antiguas, y el trabajo afiligranado de la herrería.
Recorrimos plazas, parques, iglesias, edificios con diseño colonial, a pesar de ser de reciente construcción, y otros auténticamente antiguos. Las fuentes eran una constante en los lugares públicos.
La Plaza de Armas amplia, está ubicada en el centro histórico de la ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, con su Casa de Gobierno imponente; allí pude ver la ceremonia del cambio de guardia; con un pequeño desfile (encaramada en un banco de la Plaza, pues había demasiada gente, observando los bonitos diseños que formaban los guardias) al son de la Banda de Música Militar.
Alrededor de la Plaza, la Iglesia Catedral se destaca por su estructura magnífica; el Palacio Municipal, de hermoso diseño, enlazado con otros edificios también pertenecientes al Municipio de Lima, siguiendo idéntica estructura y color, prolongando la visión alrededor de la Plaza en un conjunto armónico; con detalles de balcones y salientes en madera finamente tallados.
Caminando por una de las peatonales, a poca distancia, me maravilló el frontispicio de la Iglesia La Merced, aunque en realidad los templos de Lima, son una exquisita obra de arte en si mismas, tanto en trabajos de ebanistería, marmolería, pintura, hierro forjado, etc.
Los parques tenían infinidad de flores y plantas multicolores, que eran una fiesta para los ojos.
Conocí barrio de Miraflores, bonito, elegante, en lo que llamaría “el lugar mimado” de la ciudad y fue fascinante verlo al igual que la costanera de Lima, (en ese momento sujeta a modificaciones y arreglos de mejora en su diseño), sin embargo igualmente resultaba bellísima.
También conocí el puerto de El Callao, con sus historias de bucaneros, el Fuerte, la vegetación diferente, las olas rompiendo en la costa y las leyendas tejidas en torno a la Isla que se encuentra cercana.
Lima y sus alrededores, tenía en edificios y calles, el sello español; estaba presente en las farolas, en gran parte de su música -que recordaba la fuerte ascendencia en la etapa de la colonia- pero simultáneamente tenía grabada profundamente la estirpe indo-americana, las pieles broncíneas de su gente, la mirada penetrante y el andar orgulloso de una etnia que se conservaba intacta en cada rincón y la hacían tan exquisita, perfectamente singular; caminando por cada sitio se podía descubrir la amalgama de dos culturas diferentes que habían logrado fundirse, forjando algo único, el alma de un país bellísimo.
Ahora era el tiempo del regreso a mi patria, llena de nuevos conocimientos, de historias, leyendas y mitos; de nuevos amigos, de la sensibilidad a flor de piel por todo lo que había vivido durante este viaje.
En mi regreso, pasaría tocando pueblos y ciudades bellos, Pisco, Ica, Paracas, Arequipa. A unos podría conocer más que otros; sin embargo sería una deuda pendiente, regresar alguna vez para detenerme por mayor tiempo.
Mi objetivo al iniciar este periplo estaba cumplido, lo había logrado! Mi primer viaje mochila al hombro estaba concluyendo…

Magui Montero

Foto 1-Desierto de Nazca. Foto 2- Costanera de Lima, diseño floral imitando línea de Nazca. Foto 3- Vista de edificios desde la costa de Lima. Foto 4 y 5 - En la costanera. Foto 6 - Bello diseño del frontispicio de Iglesia La Merced en mármol. Foto 7- Casa de Gobierno. Foto 8- Municipalidad de Lima. Foto 9- Iglesia Catedral. Foto 10- Correo Central. Foto 11 y 12- Parque de Lima. Foto 13- Costa de El Callao

jueves, 13 de agosto de 2009

La experiencia que marcó mi vida - Ascenso al Waina Picchu

Nota Aclaratoria: Decidí colocar en este lugar un relato titulado “La Piedra” cuyo Derecho de Autor me pertenece y se encuentra junto a muchos otros, en etapa de edición en mi libro de próxima aparición. La decisión se basa en que éste narra sucesos e impresiones ocurridas durante el ascenso a ésta montaña. Espero que les agrade. Magui

LA PIEDRA
Era un sueño largamente postergado. Había pasado diferentes etapas de mi vida hilvanando proyectos, que pensé no llegarían a hacerse realidad. Estaba en un momento crucial en que debía tomar decisiones, necesitaba reflexionar sobre cual sería el camino a seguir; la experiencia me decía que para ello debía irme lejos, el contacto con la naturaleza y los restos de una civilización por la que sentía profunda curiosidad, orientó mis pasos hacia el centro espiritual de los primigenios sacerdotes de Macchu Picchu.
Mi camino fue pausado, los ojos y el corazón se inundaban de colores, perfumes y sensaciones que superaban en mucho las expectativas que llevaba. El conocimiento de seres parcos y piel color bronce, paisajes diferentes, ciudades antiquísimas, ríos caudalosos, lagos de plácidas aguas, islas de increíble belleza fueron plasmando hitos en mi espíritu, preparándome para el momento trascendental.
A medida que transcurrían los días sentía que dentro de mí, se iba produciendo una transformación, por la percepción diaria de ese pueblo extraño y aferrado a tradiciones, mientras continuaba adentrándome en el Cusco (1). La gente aun conversaba fluidamente en lengua quechua, el idioma de sus mayores; las costumbres ancestrales eran diferentes a lo que conocía hasta entonces de otras regiones; los antepasados habían logrado construir palacios, templos y fortalezas de una belleza indescriptible, con diseños y ubicación en equilibrio cósmico tan perfecto que resultaban inexplicables muchas de ellas, aun para la ciencia actual.
Con el transcurso de los días, me sentí sorprendida, por los relatos de los guías locales, sobre la destrucción y humillaciones a que se los había sometido en nombre de una catequización hecha a látigo y punta de espada, sin respeto por los que demostraban mayor sabiduría a la europea de aquel momento, solo que la cultura Tahuantisuyo había honrado la naturaleza.
Entonces entendí el dolor de un pueblo al que se obligaba a festejar el “Día de la Raza”, cuyo significado era para ellos conmemorar el martirio de los suyos en defensa de sus creencias y costumbres.
Macchu Picchu era como la coronación del espíritu de aquellos seres, una ciudadela que representaba el santuario perfecto, la demostración de que a pesar de las muchas centurias transcurridas, aun persistía tercamente, diciendo aquí estoy; este es el mundo que nosotros quisimos.
En el amanecer de Macchu Picchu, el rostro del Inca se perfilaba a la salida del sol, perfectamente dibujado por la propia naturaleza. La creencia popular decía que quien se atrevía a escalar el Wayna Picchu (2) – la nariz del Inca – para que los rayos del sol lo tocaran al amanecer en la cumbre, tendría la paz que ansiaba y la protección de sus pasos futuros. Era el momento indicado; sin estar planeado, había llegado justamente entre el solsticio de verano y el equinoccio. A las siete de la mañana, cuando aun Macchu Picchu estaba en semipenumbras y rodeada de una densa neblina, comencé a escalar.
Sabía que me llevaría más tiempo que a los jóvenes y los deportistas, mis años de fumadora empedernida, me decían que no era adecuado hacerlo, pero eso aumentaba la obstinación por emprender el ascenso. Había aceptado los consejos de guías y gente avezada con la sugerencia de no llevar mucho peso. Mi mochila tenía una provisión de agua mineral, linterna, capa de lluvia, una fruta y dos sándwiches.
El trayecto no era difícil, un sendero angosto, muy escarpado y empinado pero perfectamente delimitado llevaba a la cumbre, en algunos tramos todavía resistían el paso del tiempo escaleras talladas en la roca por los antiguos habitantes de la ciudadela. El espacio no era mayor a los sesenta o setenta centímetros, salvo en pequeños lugares, donde se ensanchaba un poco, permitiendo descansar durante la ascensión, de un lado la pared montañosa, y del otro el vacío. En medio de la cerrada vegetación podía observar por momentos el caudaloso río Urubamba, afluente del Amazonas, y la ciudadela, que iba empequeñeciéndose a medida que trepaba.
Varias personas iban escalando, algunos se ayudaban con bastones, otros tomándose de las piedras; eran pequeños grupos de risueños jóvenes en busca de aventuras y buenas fotos, que habían viajado desde distintos países y se intercambiaban bromas.
Yo subía en silencio, respiraba agitada, me temblaban las piernas, descansaba cada vez con mayor frecuencia, hasta que finalmente llegué a la cumbre. Un majestuoso entorno se extendía a mis pies, la vegetación tenía matices azulinos y realicé el rito que me habían indicado, abrí los brazos en cruz, y puse mi rostro hacia el este para que me llegara de lleno la luz del sol. Luego bajé unos pocos metros, para sentarme a descansar en un lugar resguardado del intenso viento que soplaba, me ubiqué al cobijo de una piedra, comí la fruta y tomé un poco de agua.
Permanecí con los ojos cerrados, deseando poder compartir con alguien, estos instantes tan intensos. Quedé algo adormilada, hasta que el viento se hizo más fuerte, silbaba y pequeñas gotas de agua empezaron a caer. Cuando abrí los ojos; ya nadie quedaba en la cumbre, habían emprendido el regreso hacia la ciudadela, ante la inminente tormenta que se gestaba, haciendo peligroso el descenso.
Estaba desorientada; la lluvia y el viento ya caían con fuerza y comencé a buscar el sendero para volver. Giré hacia el lado derecho, vi una pequeña flecha casi desdibujada y supuse que tomaba el camino correcto. Lenta y cuidadosamente hacía los pasos, no se veía mas allá de los dos metros de distancia, el agua bajaba con fuerza desde la cima formando pequeñas cascadas que corrían arrastrando piedras, tornando riesgoso el trayecto. Noté la vegetación espesa y algunos árboles que crecían en el precipicio, cubrían con su fronda el camino, formando un túnel sobre mí, haciendo que me sintiera más protegida.
Anduve durante aproximadamente una hora, hasta que llegué a la planicie, de no más de cien metros de lado. Sobre la pared de la montaña se abría una caverna, un poco más allá los restos de la pequeña construcción que era “el Templo de la Luna” y otras edificaciones; luego solo el precipicio, rodeado de árboles y lianas y fue allí donde me di cuenta del error. Había bajado la montaña, pero hacia el lado opuesto, no había posible retorno sin escalarla nuevamente. Estaba agotada, el agua se había colado bajo la capa de lluvia dejándome empapada y seguía lloviendo. Decidí guarecerme en la gruta que tenía un cartel indicador, decía “La Gran Caverna”, era lugar sagrado; por otra parte según antiguas creencias la Luna protegía a las mujeres y traté de tranquilizarme.
Mordisqueé un sándwich, tome algo de agua y me senté, mientras miraba, lo que parecían antiguas catacumbas. El silencio era roto solo por el sonido de la lluvia ó el aletear de algún pájaro buscando refugio. Los músculos dolían por el esfuerzo de más de tres horas de camino desde que salí de la ciudadela, y el temor comenzó a surgir. ¿Tendría fuerzas para enfrentar otra caminata? En este último tramo había cruzado frágiles pasarelas de madera, atadas con sogas, que se balanceaban sobre el vacío, sentía que la voluntad me estaba abandonando, pero apelé nuevamente a mi tozudez.
La lluvia estaba amainando, era hora de volver. La entrada a ese sector cerraba a las cinco de la tarde, luego se verificaba si quedaban personas registradas sin regresar, para iniciar la búsqueda. Había escuchado que pocos meses antes un extranjero se perdió y no se pudo recuperar el cuerpo.
Levanté la mochila, la puse en mis espaldas y comencé a caminar. Cada paso significaba un esfuerzo tremendo, las botas de escalar, parecían pesar toneladas, la ropa húmeda incomodaba; pero decidí hacer caso omiso a esos detalles y continué ascendiendo. Estaba arribando a la punta, cuando encontré un jovencito, sentado en uno de los descansos donde se ensanchaba la senda, los ojos mostraban angustia, tenía el jeans y una remera sin mangas totalmente mojados, los labios morados le temblaban por el frío y pude notar su alegría en cuanto me vio aparecer.
- Hola! - le dije - ¿qué haces aquí a esta hora? ¿Necesitas ayuda, te sucede algo?
Las palabras brotaban a borbotones, no quería demostrar mi alivio de encontrar otro ser humano en esa desolada senda, pues suponía que todos los visitantes habían regresado.
- Me sorprendió la lluvia, no traje equipo y hace frío. Yo entendí que la cumbre estaba más cerca, que solo eran unos minutos, mi familia está esperándome abajo.
- Toma mi capa de lluvia, ya dejó de llover, pero vos necesitas ponerte algo encima. ¿quieres un sándwich y un poco de agua?
- Si, gracias, tengo sed.
- Bien, es hora de continuar, ya es muy tarde. Vas por el camino equivocado, debes girar hacia atrás. Tenemos que ir la cima, y descansar un rato, para iniciar el descenso.
- No se preocupe, hace una hora que estoy sentado aquí, caminaré delante suyo y aviso que ya baja, así puede volver despacio, muchas gracias por su ayuda.
- Adiós amigo, nos vemos abajo.
Cuando llegue a la cumbre, ya no se veían rastros del muchacho, me senté agotada por el esfuerzo, pero ahora más tranquila, pues esperarían mi llegada.
La niebla aun cubría todo con un manto algodonoso, el viento helado parecía acariciarme, el sol se filtraba de ratos formando un arco iris majestuoso. Bajaba lentamente y desde lejos oí el lastimero sonido del erke, acompañado de parches y cascabeles. Recordé que ese día había un acto en que Macchu Picchu se postulaba a ser elegida como una de las maravillas del mundo; la emoción me superó e hizo el resto; ya no había lluvia, pero sentí el rostro húmedo por las lágrimas. Sabía que no debía levantar nada de la ciudadela, pues estaba prohibido; pero no me indicaron nada respecto a este lugar. Me agaché y recogí una piedra pequeña, no mayor que el tamaño de mi puño, desde la montaña sagrada de Wayna Picchu. La música interpretada con instrumentos legendarios me acompañaba envolviéndome mágicamente, y se perdía a lo lejos con el eco; pensaba en lo que había ocurrido e hice una promesa, al tiempo que apretaba fuertemente el trozo de roca.
Si había logrado atravesar este escollo, no habría en el futuro situación difícil que fuera insuperable. Cada angustia, cada pena, que afrontase; con solo mirar esa piedra – que acompañó mi regreso – podría resurgir el ánimo, me infundiría valor. Tenía la más absoluta convicción, que no existirían imposibles, si en ello ponía mi esfuerzo y voluntad.
Nuevamente estaba llegando a la ciudad sagrada; las nubes iban abriéndose. Macchu Picchu se veía hermosa al atardecer y los rayos del sol hacían resplandecer la Ciudad Dorada de los Incas…
(1) Cusco: En 1933, el XXV Congreso de Americanistas opta por el nombre CUSCO con ¨S¨, tomando como base el vocablo quechua QOSQO, que significa Centro u Ombligo de la cultura Inca o cultura del Tahuantinsuyo. También Cosco. En Perú se lo escribe con s.
(2) Wayna Picchu constituye un espolón que forma parte de la montaña, cuya base está bañada por el río Urubamba. Su nombre quechua significa “montaña aguja” o montaña joven” también llamada la nariz del Inca. Desde allí se pueden apreciar las construcciones de Macchu Picchu.
NOTA: Todas las fotografías pertenecen a distintos momentos del ascenso al Waina Picchu, y el recorrido hasta La Gran Caverna.
Magui Montero

jueves, 23 de julio de 2009

LOS SECRETOS DE MACCHU PICCHU ENTRE LA NIEBLA Y EL SOL

Ya había amanecido, pero la mañana estaba oscura; grandes y pesados nubarrones lo cubrían todo, cuando ingresamos a Macchu Picchu.
El viento silbaba y nos agrupamos en torno a los distintos guías, de acuerdo al idioma en que se daban las explicaciones. Algunos de ellos llevaban en alto un banderín de color para distinguirse y mantenernos cerca, pues había muchos grupos ingresando. Los visitantes sentíamos la presión de haber llegado a un lugar “especial”, hablábamos despacio y los ojos no nos resultaban suficientes para atrapar tanta belleza.
La Ciudad de los Incas, estaba perfectamente planeada y diseñada de acuerdo a la estructura social y jerárquica. Hacia un lado, en sobre elevación las viviendas de los vigías; hacia otros sectores se distribuían los sacerdotes, los milicianos, el resto del pueblo, etc. Todo organizado alrededor de una inmensa plaza principal de forma rectangular, en cuyo centro se veía una piedra ubicada a ras del suelo, destacándose sobre el intenso color verde del césped. Ésta marcaba el lugar donde alguna vez estuvo colocado un obelisco que ahora yacía bajo tierra. También en la Plaza, pero hacia el costado, un árbol de ceibo marcaba la zona donde se realizaba el ceremonial de la fertilidad. Este rito se cumplía en el momento que los niños entraban en la pubertad y marcaba el inicio de la madurez sexual.
Más alejadas, pero integradas a la ciudad se observaban las viviendas destinadas a los agricultores, ubicadas en las cercanías de las terrazas destinadas a la siembra.
Fuimos avanzando por el sector izquierdo respecto a la Plaza. Nos encontramos en un espacio amplio, en cuyo frente se hallaba la que fuera la sala del altar principal de ceremonias, a la derecha de éste, con aberturas que miraban a la plaza, otra habitación grande preparatoria del ceremonial.
Seguimos hacia la parte trasera de la que fuera sala del altar principal; y vimos una estancia rectangular más pequeña, con asientos en la totalidad de sus lados y trece hornacinas en las paredes a la altura de la cabeza de una persona (sentada). Nos explicaron que era una habitación ceremonial de reunión del Inca con los sacerdotes. En el lugar principal (frente a la puerta) se hallaba la ubicación del Inca, a su alrededor a cada lado se sentaban seis sacerdotes. Allí nos mostraron ciertas características de propagación del sonido y se hizo la prueba. Uno de nosotros murmuró una frase en el hueco de una de las urnas y en cualquier otra se escuchaban claramente las palabras expresadas. Cómo lo hacían? Tenían gran conocimiento de la expansión del sonido. El formato levemente inclinado de una de las caras de las paredes así como el diseño de puertas y ventanas obedecía a darle características antisísmicas a las estructuras, había red de distribución de agua respetando las pendientes y hasta diseño de control de excretas.
A lo largo de nuestro recorrido fuimos haciendo diferentes tipos de pruebas que nos dejaban cada vez más sorprendidos. Tendimos un largo hilo a través de varias habitaciones que se conectaban entre si por ventanas ubicadas en la pared que compartían; sostuvimos en tensión el hilo en una esquina de la primer ventana y la hicimos cruzar por tres habitaciones; era tal la exactitud de ubicación que ni quedaba más espacio, ni el hilo rozaba más en las siguientes ventanas.
En cierto lugar nos mostraron una gran roca donde los estudiosos habían realizado experimentos para conocer que método se usaba para cortar y tallar piedras; nada dio una explicación coherente, si se utilizaban solo los elementos que “supuestamente” contaban en esa época.
Todo era bello, imponente, cada lugar nos despertaba admiración o sorpresa. La piedra ceremonial donde se realizaban los sacrificios tenía forma de cóndor y sólo parándose en determinado sitio, las piedras que enmarcaban el recinto parecían prolongar la figura imitando las alas extendidas del ave.
El inmenso reloj de sol, situado en cierta ubicación respecto a los puntos cardinales, marcaba no solo las horas, sino las estaciones del años y tenía facetadas en forma esquinada las constelaciones más importantes del Hemisferio Sur en determinado momento del año. Las mediciones efectuadas con aparatos avanzados, permitieron conocer que la ubicación era exacta y sin errores. Me dijeron que eran un pueblo de grandes astrónomos, matemáticos e ingenieros; algunas cosas que tuve oportunidad de ver me hicieron pensar que no solo eran geniales observadores de la naturaleza. Creo que hay cosas que nunca sabremos y permanecerán inexplicables para todos nosotros.
Un pichón de cóndor estaba posado en el borde de la pared limitante con el precipicio. Lo miré y le saqué una fotografía. Me observaba, no voló ni temió. Es un descendiente de aquellas aves que compartieron un mundo diferente y acompañaron a los habitantes de lo que fuera un exquisito y floreciente pueblo de elegidos.
Quizás recibió en sus genes la orden suprema de custodiar las ruinas de la civilización Tahuantisuyo.
Poco a poco me iba acercando a la puerta por donde iniciaría el ascenso a la Nariz del Inca, sin saber que esta experiencia marcaría un antes y un después en mi vida.
Antes que el sol llegue a su esplendor, debía trepar el Waina Picchu y la hora avanzaba, me faltaba cumplir el rito de la bendición del Astro Rey, antes de culminar el viaje y dar por cumplido mi anhelo.
El guía se despidió indicando que su misión concluía; yo aun tenía algo que hacer.
Magui Montero
NOTA: Foto1 Habitación ceremonial. Foto 2 Terrazas. Foto 3 Plaza. Foto 4 Vista del Waina Picchu. Foto 5 Reloj solar. Foto 6 Ceibo de ceremonial fertilidad. Foyo 7 Río Urubamba visto desde la Ciudadela. Fotos 8 y 9 Ubicación de construcciones alrededor de la Plaza

miércoles, 17 de junio de 2009

ANSIEDAD Y MISTICISMO. Aguas Calientes y Macchu Picchu. La llegada

Finalmente había llegado el momento esperado. Los proyectos que hiciera desde el inicio del viaje; unos se concretaban y otros fueron modificándose por la falta de experiencia. Los consejos de algunos viajeros me indicaron llevar aparte de la mochila grande para portar todo el equipaje, una más chica que servía para cargar los artículos personales de higiene, el botiquín, linternas, pilas y otras pequeñas cosas de uso diario, sin tener que desarmar aquella que cargaba en las espaldas. Era más cómoda para las excursiones cortas, (de no mas de dos o tres días) sin llevar conmigo tanto peso. El camino iba enseñando; paso a paso conocí que el guarda-equipaje de los hoteles o de las terminales resultaban una buena opción.Antes de salir de Argentina, había leído lo que debía llevar para hacer la Ruta Sagrada de los Incas (con el cruce de la selva incluido) para llegar a Macchu Picchu; pero a pesar de contar con los implementos necesarios, no había hecho las reservas y la cuestión se había complicado. Reflexioné y comprendí que quizás esto era lo mejor. Sabía que la travesía resultaría muy dura para mi; resignada pero teniendo siempre mi objetivo de hacer -aunque fuera en parte lo que me había propuesto- opté por adquirir en Cusco un pequeño paquete que incluía el viaje en tren de Cusco hasta Aguas Calientes, dos noches (con desayuno) en un Hostal del pueblo y la entrada con visita guiada a la Ciudadela Macchu Picchu. Lo demás iría viendo como se presentaba; pero al menos me aseguraba un lugar donde dormir. Salí de Cusco con mi mochila chica. Llevaba una imprescindible muda de ropa, capa de lluvia, abrigo impermeable, un traje de baño y el infaltable mate (aparte de los artículos de uso diario e higiene).El tren resultó sorprendente. Tenía diferentes categorías y los precios consecuentemente, variaciones sustanciales; pero el servicio que había comprado era excelente. Música ambiental, coches climatizados, asientos confortables, ventanillas vidriadas amplias que permitían captar fotografías fácilmente, buena atención. Se podía comer en el coche comedor o en el asiento, apetitosos sándwich de los más variados gustos (aunque de precios altos). Llegué a la Estación de Aguas Calientes avanzada la mañana y la primera impresión fue maravillosa. El pueblo estaba enclavado en una angosta quebrada, rodeada de montañas de lujuriosa vegetación; las viviendas, los hostales, y comercios de todo tipo, convivían armónicamente entre callecitas que subían o bajaban hacia uno y otro lado y puentes que unían la población pasando por encima de las aguas del río que bajaba con fuerza. A poca distancia se encontraba el Hostal Adelas, donde me alojaría; ubicado en la parte superior de un comercio con venta de artesanías, libros y postales. Cómodo, agradable, bien arreglado. La habitación tenía una gran ventana hacia el río Urubamba, afluente del Amazonas, cuyas aguas bramaban a escasos metros de mis pies y del otro lado una pared montañosa cubierta de vegetación. Me dediqué a recorrer el pueblo; era bonito, multicolor, con escaleras y declives; había una linda feria artesanal, tentadora por la variedad de artículos que ofrecía. La calle principal ascendía hasta donde estaban enclavadas las termas usadas desde tiempos remotos, por las cuales el pueblo recibía ese nombre. En torno a esa calle, grupos de turistas escuchaban música, descansaban, o bebían algo fresco en las veredas. Regresé para almorzar; tomaría el baño en las termas en horas de la siesta; el clima me acompañaba con sol brillante, aunque temía que al día siguiente pudiese cambiar el tiempo, cuestión habitual en ese lugar. Almorcé comidas típicas y me encaminé hacia las termas. El trayecto era ascendente, siguiendo el recorrido del río que bajaba con fuerza por la quebrada. Las flores, helechos, el musgo y los árboles indicaban un microclima tropical, pájaros y mariposas se cruzaban hacia uno y otro lado, entreteniéndome, por lo que la distancia, que no era demasiada, se esfumó y llegué casi sin proponérmelo. Pagué la entrada e ingresé en la zona de las piscinas. En realidad eran pequeños piletones con escaleritas para sumergirse y permanecer sentados. El lugar estaba rodeado de césped y flores a los costados. Eran varias piscinas, ubicadas en el declive natural del terreno, me explicaron que las que se encontraban más abajo en la pendiente, eran de mayor temperatura y que se debían tomar las precauciones habituales de todo baño termal. Estuve los consabidos diez minutos y me senté a un lado a gozar del sol.En ese lugar conocí a otro grupo de gente que al día siguiente iría a conocer la Ciudadela y nos entusiasmamos en armar un proyecto (irresponsable). Teníamos pagado el microbús para la ida y el regreso hasta Aguas Calientes; pero al no haber podido hacer "el camino del Inca" decidimos trepar hasta la Ciudadela, ayudados por la experiencia de un muchacho peruano que ya lo había hecho.Para ello debíamos subir durante tres horas aproximadamente y llegar al amanecer, para ingresar apenas se abrieran las puertas. Allí me reuniría con el guía y las personas que iban en los microbuses y entraría a Macchu Picchu. De la partida fuimos seis. Una pareja de jóvenes japoneses, una chica australiana, un estadounidense, yo y nuestro audaz guía; quien solo por entusiasmo de aventura se unía a esta experiencia con personas que nunca lo habían hecho y desconocían los peligros de realizarlo de esta forma. Partimos con pocas cosas. Yo llevaba en mi mochila aparte de linterna y agua mineral, mi botiquín, dos sándwich, dos manzanas, la cámara de fotos, la capa de lluvia y otra camiseta. Sabía que sería un trayecto duro y no debía llevar nada pesado. Había luna, pero igualmente la noche no era clara; al principio las linternas sirvieron, pero cuando comenzamos a trepar, por momento necesitábamos las dos manos y no sabía como hacer. Tomé la decisión de atarla firmemente con una correa en mi pecho apuntando hacia abajo, así al menos vería donde ponía los pies. Me puse unos viejos guantes porque las piedras lastimaban las manos, la hierba estaba húmeda y había niebla, ¿o serían nubes? Hablábamos poco, por problemas de idioma y porque el esfuerzo cada vez era mayor. Agradecía por otra parte que fuera de noche y no tener idea de la altura, pero me arrepentía de haber seguido a este puñado de jóvenes locos. Sabía que íbamos trepando por el mismo lugar donde iba el camino, pues de rato en rato, cruzábamos la ruta, hacíamos descansos, y luego continuábamos subiendo acortando distancia. Nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad y ahora era más fácil ver el empinado trayecto, empecé a transpirar y me saqué el sweater y la campera impermeable. Empecé a ver que el cielo estaba más claro, pero gris y una fina llovizna nos humedecía. Rony nos dijo que no era lluvia sino nubes bajas y que faltaba apenas media hora de trepada. A lo lejos alguno que otro vehículo subía, lo supe por el sonido de motores y la luz de los faros; nos comentó que eran los empleados que empezaban a subir. Llegamos cansados, con algunos raspones, agitados pero con la mirada brillante de los que lo han conseguido. Una amplia calle con un edificio, asientos en lo que parecía una parada de buses, y la entrada. Recién empezaba a clarear y estaban llegando los primeros buses. Me separé de los compañeros de la improvisada expedición y entré a los baños, a asearme. A la salida, el lugar estaba cubierto de micros y turistas que pululaban; encontré a la persona que debía contactar, quien me miró con sorpresa y disgusto cuando le comenté lo que había hecho. Recibimos recomendaciones de quien sería nuestro guía dentro de la Ciudadela. Nos dijo que debíamos ir al baño antes de ingresar, ya que adentro no lo había; no debíamos hablar en voz demasiado alta, pues cualquiera fuese la religión que profesáramos, teníamos que comprender que estábamos entrando a un lugar que era un templo, por lo cual era primordial tener respeto. Amanecía, el lugar permanecía en medio de bruma espesa; yo rogaba interiormente que no lloviese para poder disfrutar a pleno aquello que tanto quería conocer. Estaba ingresando a Macchu Picchu.
NOTA: Foto1- Ciudad de Cusco. Foto 2 y 3- Llegada estación Aguas Calientes.
Foto 4- Río Urubamba. Foto 5- Almorzando en Aguas Calientes.
Foto 6- Pueblo de Aguas Calientes. Foto 7- Termas de Aguas Calientes
Fotos 8, 9, 10, 11 - Camino hacia las termas- Foto 12- Subiendo a la Ciudadela de Macchu Picchu

miércoles, 3 de junio de 2009

RECORRIENDO EL CUSCO. TEMPLOS, FORTALEZAS Y PUEBLOS. II


Continuamos la excursión saliendo de la ciudad para ir a la Fortaleza Saqsayhuaman a poca distancia, pues desde la altura podía aun ver la ciudad. La fortaleza estaba construida en forma de tres estructuras concéntricas. La exterior a nivel y las murallas internas a su vez sobre elevadas respecto a la primera, como si se tratara de una torta de tres pisos. Algunas piedras tenían hasta dieciséis caras, tan bien talladas que a pesar de los cientos de toneladas encajaban perfectamente la una con la otra, sin que una hoja de papel pudiese ser introducida entre ellas (lo comprobé). Continuamos hacia el Templo Qengo, donde se realizaban las ceremonias de iniciación de las mujeres púberes y sacrificios de animales dedicados a la Luna, entramos por pasadizos hacia un nivel inferior y pude observar tanto los altares preparatorios de sacrificios, como el altar principal. En la parte superior se hallaban los tronos tallados en piedra donde se ubicaban tanto el Inca como los sacerdotes del Pueblo Tahuantisuyo (verdadero nombre y no Inca como erróneamente se lo llama). Continuamos visitando la fortaleza Pucapucara, era la fortaleza encargada de proteger la zona más alejada del los alrededores del Cusco.
De allí fuimos al Templo Tipón, lugar donde antiguamente se realizaban las ceremonias de purificación y las mujeres recibían bendiciones de fertilidad. En ese lugar, aquel día a pesar del sol había viento muy frío; compré a una vendedora ambulante por 0,50 soles humita en chala rellena con queso de llama. Sabroso manjar caliente que me sirvió de tentenpié y tentó al resto de los excursionistas a probar lo mismo que yo.
Continuamos el recorrido hasta una feria de artesanos, luego seguimos rumbo a Pisac, allí visitamos el pueblo donde se realizaba la fiesta de carnaval. Había personas de diferentes comunidades indígenas que concurrían al pueblo para esta celebración. Cada comunidad durante todo el año trabaja duramente y va bordando los trajes que se usarán para esta ceremonia. Fue maravilloso contemplar sus danzas, sus trajes, la diferencia entre cada región y los rasgos distintivos. El haber concurrido la primera noche al Centro Cultural, me servía ahora para identificar la región a la que pertenecían y me sentí feliz de haber tomado nota.
Las calles de Pisac eran adoquinadas pero formando diseños con las mismas piedras. La gente del lugar congregada en la plaza del pueblo formaba una abigarrada multitud que miraba el espectáculo en silencio. Yo los observaba con curiosidad y solo sus ojos mostraban alegría, pero comprendí que era parte de sus características. Estaban acostumbrados a los silencios, a las grandes distancias, a la inmensidad de sus montañas y la profundidad de sus precipicios. Ríen sin estridencia, hablan bajo, caminan con pasos cortos; pero tienen mirada fuerte, ojos rasgados, penetrantes, quizás con mucho de los cóndores que habitan en su alturas montañosas.
Seguimos rumbo a las ruinas de Tambomachay, en los alrededores del mismo pueblo y enclavados en el monte de este nombre. Lo que a la distancia parecían pinturas o grabados en la montaña, formando diseños incaicos, en realidad eran construcciones de grandes dimensiones, que pueden observarse en detalle acercándose a ellas. ¿Cómo se había construido todo esto? ¿Cuántas generaciones habían trabajado para lograr tan geniales obras? Los detalles de belleza que se veían desde muy lejos como diseños y arabescos, eran grandes paredones de la fortaleza; habían sabido jugar hasta con la perspectiva para que se tornara un elemento decorativo de la montaña. En el valle, el pueblo entero estaba danzando y jugando con agua, el carnaval nos mostraba sus distintos rostros en cada población. Lo sorprendente es que se bailaba, se cantaba, pero todo en el contexto de una festividad religiosa; pues las imágenes de el Cristo crucificado o la Virgen estaban presentes en cada lugar que visitábamos; lo religioso estaba incorporado a lo pagano. Comprendí lo que el guía nos explicaba acerca de que para evangelizar, se los había incorporado a Dios, Jesús y la Virgen, como parte de su misticismo y religiosidad anterior.
Desde allí fuimos con rumbo a Chinchero, un pueblito enclavado en la montaña, de belleza indescriptible, con la capilla maravillosa llena de historia y antigüedades de gran valor, ubicada en el lugar más elevado del pueblo.
Había comenzado a anochecer. Hacía frío y emprendimos el regreso, antes de llegar al Cusco cuando ya se veían muy abajo las luces de la ciudad como pequeñas lentejuelas doradas, paramos en una posada para tomar una taza caliente del consabido té de coca acompañado de un sandwich.
Terminaba un día más en el Cusco y aun restaban muchas sorpresas porque comenzaba el viaje a Macchu Picchu.
Magui Montero
NOTA: Foto 1- Fortaleza Saqsayhuaman. Foto 2-Templo Qengo Trono Ceremonial. Foto 3-Fortaleza Pucapucara. Foto 4- Templo Tipón. Fots 5 y 6- Lugarenos con trajes típicos de Fiesta. Foto 7- Camino al templo Pisac. Foto 8- Tambomachay. Foto 9- Iglesia de Chinchero