martes, 31 de marzo de 2009

Copacabana - Un lugar de ensueño. La ayuda entre los viajeros

Salí de La Paz rumbo a Copacabana, la última localidad que visitaría antes de pasar la frontera rumbo a Perú. Ni siquiera sabía que en Bolivia había un lugar con el mismo nombre de aquella que se encuentra en Brasil. Íbamos tocando pequeñas poblaciones que quedaban en el camino, pero solo me bajaba lo necesario, para continuar el viaje. Sin embargo, ya durante el camino había escuchado hablar maravillas del lugar hacia donde me dirigía. Nada me hacía suponer lo que vería allí; ni siquiera lo imaginaba. Solo me habían avisado, que desde ese lugar podía tomar excursiones a la Isla del Sol y la Isla de la Luna (después supe que no podría ir a esta última) Salimos temprano, casi al amanecer, el cielo limpio de un color celeste sin nubes. A medida que habían transcurrido los días y cuando se trepaba más y más, la limpieza del éter era evidente. Ya sin problemas para respirar, y bien medicada, me llenaba el pecho de el aire de las montañas, el olor de la hierba fresca al amanecer y los colores enceguecedores del paisaje. La poca información que tenía del país boliviano me hizo suponer que la región oeste por donde pasaría, era solo seca y árida; sin embargo, el verde brillante de los pastizales me avisaba que estaba equivocada. A eso se agregaba que con el correr de los kilómetros aparecía o se escondía una y otra ver a la distancia un pedacito del Lago Titicaca y el horizonte se desdibujaba en la unión imaginaria del cielo con el Lago.Llegamos a un embarcadero, debíamos cruzar en lancha; los vehículos pasaban en balsa. Era una parte del Lago donde se estrechaba, de esa forma se ahorraban muchos kilómetros innecesarios de ir bordeándolo, entrar y salir de territorio peruano; por lo cual a Desaguadero lo vería en el camino de regreso del Perú.El cruce en lancha fue bonito, llegamos al otro lado y volvimos a subir en nuestros respectivos transportes para continuar el viaje. Los kilómetros parecían no sentirse porque hacia donde miraba, un espectáculo de maravilla se presentaba ante los ojos.Había mucha gente joven haciendo el trayecto, gran parte de ellos solo estaría de paso por Copacabana, pues iban a acampar en la Isla del Sol. Algunos ya conocían el trayecto y de pronto dijeron: ¡Miren, allí está Copacabana! A la distancia, en una suave pendiente que se veía desde la ruta había dos cerros, en el medio un el valle que tenía casi la forma de un plato reclinado hacia el lago, alcancé a divisar la población a una altitud de 3800 metros. Prendida como un broche en el borde mismo del Titicaca y custodiada por los cerros, lucía majestuosa a la luz del sol. Bajamos en la pequeña plaza de los artesanos, ese día se celebraba "el baile de las comadres" por lo que las mujeres lucían sus trajes de brillantes colores. Bajé y a poco de andar el grupo de jóvenes con quienes compartiera el recorrido me dijeron: si no tienes donde parar, ven con nosotros, hay un hostal cerca, es sencillo pero limpio; hay muchos viajeros y no conseguirás donde dormir. Y los seguí. Uno de ellos sugirió que esperáramos el conseguiría mejor precio, porque conocía al encargado. Finalmente volvió; se acomodaron en tres habitaciones dobles y triples; para la tía (o sea yo) una habitación simple sin desayuno (con baño compartido), ¿y cuanto tengo que pagar? Y empezaron a reírse. -Si quieres estar sola te saldrá bastante más caro que a nosotros; debes pagar un dólar por día. Yo no podía creerlo, suponía que se estaban burlando, pero confirmé el precio cuando ingrese a la pensión. De hecho, solo tenía la cama, una mesa de luz, una silla y una pequeña repisa de pared. La Mochila sobre la cama, hasta que sea la hora de dormir; luego la pasaba a la silla haciendo equilibrio para no caerme. Era una pequeña celda, pero la cama cómoda y las sábanas limpias; no necesitaba más. Tengo por costumbre apenas al llegar conocer la Iglesia del lugar. Me dirigí a la Plaza principal a recibir la bendición de Ntra. Sra. de La Candelaria, una hermosa Iglesia Blanca con sus puertas finamente talladas. En la plaza, la banda tocaba música alegre y había una enorme cantidad de palomas, que los niños y algunos adultos alimentaban y registraban en fotografías. Caminé mucho entre los negocios con artesanías, pinturas, bares, pubs, hoteles. Casi todas las calles eran angostas; iban en declive a desembocar en el lago.Jóvenes artesanos (la mayoría extranjeros) desplegaban sus productos, tejían pulseras, hacían trenzas, pintaban prendas, modelaban cerámica en frío, mientras cantaban y se reían entre ellos. Me acerqué a preguntar precios; allí descubrí una pareja de argentinos que venía viajando desde México hacía seis meses, mientras recorría los países. Me miraron con alegría y con ansiedad consultaron si andaba cargando "mate". Saqué el termo y me senté en la vereda a cebarles un rato. Prometí volver por la tarde trayéndoles de regalo un poco de yerba mate pues tenía lo suficiente como para cederles un poco. Me sugirieron aclarar que era argentina, pues (en ciertos lugares) se negaban a atender a las personas chilenas, cuestión que solucioné comprando lo que otros compañeros de viaje provenientes de ese país necesitaban; pero solo fue en situaciones puntuales. En casi todos los casos no se generaban inconvenientes.Por la tarde, nos reuníamos en un bonito bar que tenía sillones y mesas hechos con troncos de árboles, comíamos pizza, tomábamos chocolate caliente (al atardecer el viento que llega del lago es demasiado frío) O armábamos fogones a la orilla del lago mientras se ponía el sol envueltos en ponchos y abrigos, cantábamos, contábamos anécdotas y proyectábamos excursiones calentando el cuerpo con mate o tomando unos tragos de ron, aunque ya a las diez de la noche todos regresábamos a nuestros respectivos alojamientos, pues el frío se hacía imposible. Un día alquilé un bote de vela, para navegar en el Titicaca y sacar fotografías del pueblo desde otra perspectiva, Willy -el botero-, solo logró tomarme una foto donde aparece parte de mi cabeza; finalmente me di por vencida. No podía hacerle comprender como funcionaba la cámara; así que me dediqué a registrar los paisajes, renunciando a salir en ellas. El paseo de cuatro horas, me salió dos dólares. Al día siguiente haría la excursión a la Isla del Sol y en dos días más cruzaría la frontera peruana. Cada jornada transcurrida, me iba acercando a mi principal meta, Macchu Picchu; aunque no dejaría de reconocer que ni un solo instante se había desperdiciado; los minutos y las horas vividas en este hermoso proyecto, eran imposibles de olvidar. Hasta ahora, el conocer Bolivia había sido una experiencia fantástica.
MAGUI MONTERO
NOTA: Foto1- Vista llegando a Copacabana. Foto2- Copacabana desde la altura, detrás Lago Titicaca.
Foto3-Iglesia de Ntra. Sra. de Copacabana - Foto4- Una calle de Copacabana, al fondo el lago -
Foto 5- Vista del muelle de Copacabana Foto 6- Vista de Copacabana desde el Lago Titicaca.

viernes, 27 de marzo de 2009

LA PAZ - Una ciudad de contrastes.

Partí de Oruro en las primeras horas de la tarde, el viaje fue hermoso, me sentí cómoda, el paisaje de las montañas al atardecer, pincelaba de claroscuros los valles y el cielo semicubierto de nubes dejaba filtrar rayos de sol que semejaban hilos dorados, creando la sensación de un cuadro surrealista.Empezaba a oscurecer cuando vi por primera vez a la distancia, desde la altura la ciudad de La Paz, como pequeños cuadritos de colores recostándose en una profunda hondonada rodeada de montañas. Comenzamos a descender poco a poco, el ómnibus iba haciendo paradas cada vez más frecuentes en diferentes lugares a medida que nos adentrábamos en la zona urbanizada y seguíamos descendiendo por la ruta recostada en los faldeos montañosos que rodeaban la ciudad. Ingresamos en La Paz, cuando ya era noche cerrada. Había poco movimiento, la Terminal estaba casi vacía, bien iluminada, limpia. El diseño raro, altísimos techos, bancos, plantas, numerosos locales comerciales, a esta hora cerrados. Recordé algunas recomendaciones que me habían hecho, respecto a cuidar mi seguridad en horas de la noche; y decidí dejar la mochila en uno de los varios locales guarda – valijas que estaban abiertos las 24 horas. Por pocas monedas recibieron mi equipaje y me dieron un ticket numerado. Eso permitía que lo guardara durante un día entero; (de hecho que no pensaba en tenerlo más allá de las dos horas) pero la idea era moverme rápidamente hasta encontrar alojamiento en un lugar adecuado y seguro, antes de la medianoche. Eran casi las 11 p.m. cuando salí de la bella y amplia Terminal. Afuera, poco movimiento de vehículos; sin embargo, como en cualquier lugar del mundo, un grupo de taxistas esperaba potenciales clientes mientras fumaban y reían, conversando animadamente.Me acerqué a ellos y les expliqué que viajaba sola, no conocía la ciudad y necesitaba alojarme en un lugar cómodo seguro, pero barato, pues no tenía demasiado dinero. (Es adecuado decir esto, cuando uno se dirige a un extraño en un lugar desconocido, ante la posibilidad de contactar accidentalmente a una persona de no buenas intenciones), pero de inmediato, varios de ellos coincidieron en indicar un Hostal que quedaba casi al frente de la entrada, subiendo por la avenida. Me informaron que era un lugar serio, limpio y seguro. Crucé la calle y me dirigí a la entrada. El Hostal estaba como colgado en un desnivel, tenía escaleritas por las que se iba subiendo en pequeñas terrazas con bancos y plantas. Era el Tambo de Oro, tenía habitaciones disponibles de varios tipos y precios, de acuerdo a las comodidades que ofrecía. Pedí habitación, y regresé a la Terminal, donde agradecí por la atención al grupo de taxistas que me lo había recomendado. Iba rumbo al depósito de equipaje, cuando encontré una pareja de jóvenes en el hall central casi desierto; miraban a uno y otro lado, desorientados y con cara de preocupación. Me acerqué a ellos y les dije si podía ayudarlos. Venían de luna de miel, eran de Chile, no conocían la ciudad y no tenían alojamiento; así que cargué mi equipaje y los llevé conmigo, para que se instalaran en el mismo Hostal. De allí en más, una buena parte del trayecto hasta Macchu Picchu fueron mis compañeros de aventuras e hicimos varias excursiones juntos. Probamos comidas y compramos souvenirs. A la mañana siguiente inicié mi paseo por La Paz, caminando y sacando fotografías, el corazón me golpeaba como tambor, estaba agitada, me zumbaban los oídos, no podía respirar y un fuerte dolor de cabeza no me soltaba a pesar de haber tomado aspirinas. A la hora del desayuno –café con leche, mantequilla, mermelada y dos panecillos (del tipo de los que usamos para hamburguesas)- le comenté mi malestar a la empleada que servía el desayuno. Me preguntó si era de zona de llanura y cuando le respondí afirmativamente me dijo: eso es el soroche. Vaya a la farmacia, le venderán unas pastillas que debe tomar todos los días a la mañana, y no la molestará más. Sabias palabras! Compré una caja y el resto del viaje tanto en Bolivia como en Perú no volví a sentir ninguna cosa extraña. Ciertas veces chupaba también caramelos de coca o tomaba una taza de este té que me servía no solo como paliativo para el apunamiento, sino como digestivo cuando me daba algún atracón de comidas.La capital boliviana me recibió con sus brazos abiertos, era una ciudad antigua, con bellos balcones y casas de frente ornamentados del siglo pasado, que convivían con grandes edificios modernos. Anchas avenidas, que se entrecruzaban con angostas callecitas de adoquines. Plazas secas imponentes en contraste con otras llenas de flores multicolores. Muchísima gente, impresionante cantidad de puestos callejeros. El tráfico enloquecedor y desorganizado. El parloteo altisonante de los extranjeros y el suave murmullo quechua o aymará de los naturales. La elegancia y sobriedad de hombres y mujeres de negocios, con el colorido y los bordados de los trajes tradicionales de faldas superpuestas y sombreros de fieltro. Un lugar de contrastes, para disfrutarlo llenarse los ojos de historia, de paisajes y de sabores fuertes, condimentados, tan fuertes como el impacto de diferentes culturas entremezcladas en el oficio diario de la convivencia armónica. La huella aborigen era fuerte, la huella de las migraciones europeas también; el resultado eran hermosos frontispicios bellamente trabajados en ornatos afiligranados y una cultura digna de verse y revelarse al mundo. Era cuestión de saber descubrir el corazón de Bolivia, en esta ciudad cuyo nombre sonaba como una ofrenda y oración: La Paz.
Magui Montero
NOTA: Foto 1- Iglesia San Francisco. Foto 2- Casa de Gobierno.
Foto 3-Congreso de la Nación. Foto 4- Monumento en piedra cerca de la Iglesia San Francisco
Foto 5- Una calle de La Paz - Foto 6- Detalle de tallado en piedra en el frontispicio de la Iglesia San Francisco

sábado, 21 de marzo de 2009

Llegada a Oruro. Música, alegría y paisajes

Eran aproximadamente las 7,30 de la mañana cuando el tren llegó a Oruro. Bajé junto al resto de los viajeros y me dirigí al vagón del equipaje -no permiten llevar nada en el vagón de pasajeros, salvo un pequeño bolso de mano y los abrigos-. Pusieron vallas de contención y detrás de ellas valijas, mochilas, cajas que el personal descargaba. Cada persona con su ticket en la mano esperó hasta que controlaban la numeración y entregaban. Preferí que la mayoría de los pasajeros retirara las valijas, pues no tenía urgencia. El sol brillaba en un cielo límpido, pero hacía frío. Salía a la calle con un plano de la ciudad que había pedido en la oficina de Turismo de la estación. Parada en la vereda, mientras decidía el rumbo a tomar; observé varios carritos instalados, donde la gente de la ciudad se acercaba a tomar lo que debía ser el desayuno. . Un rico aroma a canela, vainilla y clavo de olor venía desde allí. Las personas de pie recibían un plato hondo y cuchara con algo que parecía ser un caldo o sopa caliente, acompañados de bollitos de aspecto tentador, otros semejaban ser tortas fritas. La curiosidad me llevó a preguntar que era y me dijeron: es "api", es "tojori", palabras que no agregaban nada a mi escaso conocimiento de los platos, bebidas y postres regionales bolivianos. Me sentí tentada de pedirlos, pero preferí averiguar de qué se trataba antes de degustarlos. Observé una niña que saboreaba lo que parecía ser una compota de duraznos, y me eché a caminar, mientras pensaba lo diferente que era a nuestros desayunos. Tenía hambre y los aromas percibidos me recordaban que hacía varias horas que no comía nada; pero primero buscaría alojamiento. Había marcado dos o tres lugares posibles, la diferencia en el precio estaba dada por el tipo de servicios y la distancia del centro de la ciudad. Empecé por ir a los más económicos, pero luego de recorrer dos o tres y no conseguir lugar me di cuenta que había cometido el error de no efectuar una reserva, pues faltaba poco para el carnaval y también se festejaba el cumpleaños de la ciudad. La ciudad bullía de turistas, fotógrafos, periodistas que venían a buscar registrar el Carnaval de La Diablada de Oruro. Finalmente, cuando estaba comenzando a preocuparme encontré habitación, en un Hotel bastante lujoso, que era la más cara de las opciones según me indicaron, pero cuando pregunté el precio, no resultó así. De hermoso diseño y decoración; la habitación era amplia, con mobiliario antiguo; el comedor con columnas y diseños que recordaban las construcciones de la "Belle Époque". Cuando fui a tomar el desayuno me indicaron que era libre. Era una fiesta ver todo tipo de ricuras, bastante completo, perfectamente distribuido en una amplia mesa decorada, desde donde podías servirte dulces, quesos, fiambres, jugos, frutas, yogur, café, te, leche y variedad de panecillos .Me sentí feliz de llegar a esa hermosa ciudad en el momento apropiado, en las calles los colegiales con sus uniformes e útiles, improvisaban batallas con globos de agua a la salida del colegio. Durante dos días, infinidad de bandas de música con uniformes coloridos interpretaban canciones en la Plaza principal y en un anfiteatro - que también se usa para el baile de las comparsas- durante el carnaval. En el mercado de Oruro, acompañada de una pareja de argentinos, pude probar "api" y "tojori" acompañado de pasteles rellenos con queso de llama. Son diferentes alimentos realizados con maíz molido y cocinado con especias, endulzado con azúcar o miel. El color (rojo, amarillo o casi morado) depende del tipo de maíz. Contiene muchos nutrientes, similar en preparación a lo que en Argentina conocemos como "mazamorra". En uno de mis paseos, fui a conocer la Iglesia de Ntra. Sra. Del Socavón, Patrona de los Mineros, enclavada en uno de los cerros, cuya historia es digna de escucharse por las implicancias históricas que tiene. Dentro de la misma iglesia visité el Museo del Socavón, que parte del interior del templo. Recorrí sus galerías, -pertenecen a una antigua mina que ya no está en explotación- y guarda instrumentos, recuerdos y hasta la imagen del "Tío" que es un muñeco realizado con características diabólicas y traje de luces. Significa el espíritu de la mina, y se encuentra a la entrada de las galerías. De acuerdo a la creencia popular, los mineros deben habitualmente dejarle un pequeño regalo (caramelos, cigarrillos, hojas de coca) pidiéndole permiso para entrar en el interior de la montaña y sacar sus tesoros .Me maravillé visitando el Museo de las máscaras, ubicado a un costado de la Iglesia del Socavón. Ciertas máscaras son muy valiosas, hay de todos los tamaños, diseños y colores, desde algunas antiquísimas que realizaban los orfebres en metal, cerámica con incrustaciones de piedras y plumas hasta trajes de de los más variados y exóticos modelos. Oruro es una bella ciudad, antiquísima, tradicional, alegre, con paisajes impactantes. Caminé hasta el faro de la ciudad, desde donde puedes observar toda la belleza de Oruro, ubicado en una especie de Plaza Seca o Terraza. Al pie del faro, hay sobre-relieves con los escudos de cada una de las provincias bolivianas, incluida aquella que se perdiera en la Guerra contra Chile. Seguí ascendiendo y llegué hasta el lugar más alto de Oruro, donde está la Cruz que domina la ciudad. Pasear por la ciudad es una hermosa experiencia, hacia donde giras la cabeza el paisaje se ve diferente. Yo lo hice caminando, porque quedé varios días. El esfuerzo es significativo y la pendiente de algunas calles, sumado a la falta de costumbre de estar a demasiada altura, -está a 3.075 metros sobre el nivel del mar- termina agotando.Por las noches, en días anteriores a la fiesta de Carnaval, se escucha la música de las bandas; el sonido de cohetes, petardos y luces de bengala, hace salir a la gente a las veredas. En las calles, los grupos que participarán del evento, acostumbran a bailar, con uniformes de colores, cascabeles en las ropas y sombreros. (trajes y máscaras de gala se usan solo para bailar durante los 4 días de carnaval) A estos desfiles anteriores, se les llama "convites". El 1º Convite se realiza las noches de viernes y sábado dos semanas antes; el 2º Convite las noches de viernes y sábado de una semana antes. El significado que tiene es realizar un llamado o invitación a la gente para participar de la fiesta. También pude saber que tanto en Bolivia como en Perú, al paso de los años, el Carnaval no es una fiesta estrictamente pagana, pues a través del proceso de evangelización se mezclaron lo que antiguamente eran eventos de agradecimiento a la Pachamama y pedido de protección en las siguientes cosechas; con el agradecimiento y la bendición de la Virgen. Por ello durante el carnaval se danza llevando la Imagen de la Virgen de La Candelaria, o se la coloca presidiendo los actos. También se le da significado de la lucha del bien y del mal. Por ello en los desfiles hay imágenes representativas de ángeles y demonios. Oruro me había fascinado, pero era hora de partir; debía seguir camino. Esta vez iría en ómnibus. La ruta era buena, el trayecto no demasiado largo y deseaba conocer el paisaje mientras seguía ascendiendo. Más al norte, más hacia la altura. Mi próximo destino era La Paz, a 3.650 metros.
Magui Montero
NOTA: foto 1- Festival de Bandas. Foto 2- 2º Convite de Carnaval.
Foto 3- Faro de Oruro. Foto 4- Vista de la Ciudad desde el Faro.
Foto 5- Calle que va hacia el Socavón. Foto 6- en el Monumento al Minero.
Foto 7 - Iglesia de Ntra. Sra. del Socavón. Foto 8- Entrando al Museo de la Mina

miércoles, 18 de marzo de 2009

El cruce a Bolivia - De Villazón hacia el Norte por tren

A las 6,30 me levanté y tomé un suculento desayuno. Debía ir temprano a la frontera, pues más tarde comenzaban a llegar los colectivos turísticos y la espera se hacía interminable. Cargué mis cosas, salí del hotel y comencé a caminar por las calles de La Quiaca rumbo al límite con Bolivia. Tomé por la avenida que desembocaba en las oficinas de migración argentina, antes de la barrera. Restaban caminar apenas 200 metros cuando presté atención al interminable ir y venir de personas; semejaban una larga hilera de hormigas laboriosas cargando bultos de grandes dimensiones sobre las espaldas. Evidenciaban ser gente de la zona, por rasgos étnicos y vestimenta. Cruzaban la frontera hacia uno y otro lado, casi corriendo, doblados por el peso de mercadería, cajones, etc. Quedé parada, sorprendida y apenada. No parecía gente que se dedicara a comprar cosas para su consumo o su negocio. No supe de qué se trataba; pero me explicaron que resultaba más barato pagarles pocas monedas para cargar y descargar mercadería a uno y otro lado; por la demora que significaba cruzar con un vehículo de transporte. Como si se tratara de animalitos de carga, con el lomo inclinado, por tener algo más para subsistir; como los porteadores nativos de África (que había visto en películas); solo que esto ocurría en la frontera entre mi país y un país hermano... dolía, dolía mucho.Saqué algunas fotos, la mayoría cuando me percibía daba la espalda o escondía el rostro, no insistí y seguí adelante. El primer colectivo ya había llegado y me ubiqué en una fila que tenía más de 50 personas. De todas formas, para ganar tiempo, los empleados la recorrían entregándonos formularios que debíamos llenar hasta que nos tocara el turno y no demoré demasiado.Unos treinta metros más adelante estaba migración boliviana, ya del lado de Villazón; donde debía cumplir similar trámite. Ahí reinaba el caos, que infructuosamente y a los gritos trataban de organizar algunos funcionarios en la oficina que no tenía más de veinticuatro metros cuadrados y pugnaban por entrar una centena de personas. A pesar de todo se nos recibió afablemente y me desocupé en no más de media hora. Miraba a uno y otro lado la impresionante cantidad de casas de cambio y el movimiento comercial que triplicaba lo que viera del lado argentino.Cambié dinero sin mayores inconvenientes y comencé a caminar. Sabía que por esa misma calle quedaba a unas doce cuadras la Terminal de colectivos y un poco más allá la Estación de Trenes. Quería saber horario, precios y días de salida de un tren que me llevase hasta Oruro, si conseguía pasaje; sino quedaba la alternativa de viajar en bus, pero me comentaron que las rutas eran malas y se demoraba muchísimo. Delante de mí a pocos pasos caminaba también con su mochila un muchacho joven, de pelo largo hasta los hombros, pantalón beige con varios bolsillos que a mi parecer usaba como un anexo de la mochila. Lo había visto por primera vez en la oficina de migración y al escucharlo hablar supe que venía de Buenos Aires.Apuré el paso, lo saludé y me dijo que se llamaba Hernán, ya conocía este trayecto porque era la segunda excursión que lo hacía; volvía de vacaciones al Salar de Uyuni donde tenía un amigo. Me dijo que debía conocerlo, que era muy bello y quedaba de camino. Le prometí que mi próximo viaje sería con ese destino (cosa que ya cumplí hace pocos días) pero quería llegar a Macchu Picchu y no deseaba desviarme. Al ser conocedor de esta parte del camino, acepté sugerencias, conversamos un rato, compartimos mate y sándwich en la estación mientras esperábamos la salida del tren y por fin iniciamos el viaje a las cinco de la tarde.Había en realidad cuatro categorías de pasajes. El me sugirió tomar la segunda categoría (contando de menor a mayor, porque no recuerdo el nombre que tenían); gustosa seguí su consejo; porque eran algo caros. Temía que las condiciones de viaje no fueran buenas; sin embargo grande fue mi sorpresa al ver los vagones y asientos en buen estado, música ambiental, televisión, aire acondicionado. Se podía comer, tomar café, gaseosas o sándwich que vendía el personal de comedor, quienes recorrían los vagones; u optar por cena o refrigerios que se servían en el coche comedor. Yo comí un sándwich (rico, bien presentado y sellado en una caja transparente descartable).Más tarde fuimos con Hernán a tomar cerveza acompañada con algunas cosas para picar en el comedor. Encontramos otro grupo de turistas argentinos con los que conversamos animadamente durante largo rato; luego volví a mi asiento. Hernán me despertó para despedirse, era aproximadamente la una de la mañana, estábamos llegando a Uyuni; me deseó que todo fuera bien y que disfrutara del viaje. Lo saludé a través de la ventanilla y el tren arrancó nuevamente. Había encontrado un amigo, que me había orientado y ayudado. Esperaba que todo siguiera así más adelante. Amanecía cuando empecé a divisar el lago Poppó. Nos acercábamos a Oruro.
Magui Montero
NOTA: Foto 1-Frontera La Quiaca (Arg)/Villazón (Bol) lado argentino. Foto 2-Idem.
Foto 3- Frontera Villazón (Bol)/La Quiaca (Arg) lado boliviano. Fotos 3 y 4- Lago Popoó Bolivia

sábado, 14 de marzo de 2009

Cerca de la frontera boliviana - La Quiaca y Yavi

De regreso en Jujuy me despedí de Theo, agradecida por las atenciones recibidas; ni siquiera había permitido que pagara el gasto de combustible y solo aceptó, ante mi insistencia, que me hiciera cargo del almuerzo en Humahuaca.Esa noche me despedí de los tíos que había visitado. Levanté el equipaje y a las 2 a.m. partí puntualmente de la Terminal de San salvador con rumbo a la Quiaca.Dormí plácidamente, agotada por el paseo diurno. De rato en rato abría los ojos y observaba el mismo paisaje que pude ver a la luz del sol. Ahora presentaba claroscuros dibujados por la luna y algunas cumbres a la distancia tenían destellos plateados, pues conservaban vestigios nevados en sus picos.Arrullada por música melódica, interpretada con instrumentos del altiplano - que había comprado en Humahuaca- me desperté en la Terminal de La Quiaca. Apenas aclaraba; cuando bajé me golpeó fuertemente el viento frío del amanecer.Levanté mi mochila, me abrigué e intenté llegar a los sanitarios. Cuestión totalmente imposible por la cantidad de gente, las condiciones que presentaba y la falta de agua corriente en el lugar. Apelé como siempre, a lo que aprendí a llamar "mentalidad de turista" (significaba disfrutar de cada momento, no enojarse ni protestar por nada y sonreír ante las dificultades, adaptándote a las circunstancias). Compré una botella de agua mineral con la que lavé mi cara y cepillé mis dientes, en la calle.En la planta alta del edificio funcionaba la cafetería y bar, donde tomé un reconfortante café con leche caliente con dos medialunas; mientras desplegaba mis mapas y anotaciones; esperando que fuera un poco más tarde.A las 8,30 empecé a caminar por el pueblo. A pesar de tener una agenda con el nombre de algunos lugares "posibles" para alojarme, todos tenían la capacidad colmada, por la cercanía del carnaval.(faltaban alrededor de 15 días) por lo que estimé que para esa fecha estaría en Cusco, tal como lo había previsto. Finalmente dejé el equipaje en la conserjería de un hotel, donde un viajante desocuparía la habitación a las 12 de ese día y me dediqué a recorrer y conocer el lugar,. Visité los lugares típicos que me habían sugerido, saqué fotografías y conversé con lugareños. Allí comprobé que la mayoría de los "naturales" de la zona, de las etnias coya y aymará son parcos y rehuyen de la conversación con extraños; sin embargo poco a poco logré conocer ciertas costumbres, modos de vestir, alimentación; principalmente en las zonas aledañas al mercado municipal; donde las frutas y los quesos se mixturaban en perfecta armonía con otros productos de la Puna, totalmente desconocidos para mi.Cerca de mediodía, escuche por boca de unos extranjeros acerca de lo bonito y agreste del paisaje de un lugar llamado Yaví. Podía ir al lugar en taxis-colectivos que hacían el recorrido durante todo el día hasta las siete de la tarde.Sin pensar más, me dirigí hasta la calle donde partían, y esperé pacientemente bajo un sol despiadado, hasta que logré conseguir espacio en uno de ellos.El trayecto fue maravilloso. Su paisaje extraño, con ondulaciones, serranías y concavidades de formas diferentes a lo que había conocido hasta el momento. Bajé en el pueblito, formado por una calle principal muy ancha y angostas callecitas que se abrían a los lados, todas de tierra, las casitas eran de adobe, y la mayoría de los techos de paja. Grupos de jóvenes y niños jugaban con agua, había banderines de colores y música. Reían y corrían de un lado al otro. Me dirigí hasta el final de la calle, que continuaba en una pendiente ascendente y concluía en una especie de terraza alta de forma circular, desde donde se divisaba todo el pueblo y el paisaje que la rodeaba.Allí encontré un montículo de ofrenda a la "Pachamama" formado por pequeñas piedras, serpentina y papel picado de colores, botellas de diferentes bebidas, restos de alimentos, maíz y hojas de coca.Había mucho silencio en el lugar, el viento silbaba. A mis pies a la distancia divisaba un curso de agua y abundancia de árboles, podía distinguir los vivos colores de las carpas instaladas en el camping municipal, y empecé a bajar por el sendero, para conocer ese lugar; en el camino me encontré con un niño de aproximadamente 11 años que se ofreció gentilmente a servirme de guía. Le pregunté cuanto me costaría y me respondió que eso quedaba a mi criterio y voluntad, porque él no cobraba para mostrarme el lugar. Acepté y me asombré con la belleza de las pinturas rupestres que el niño me hacía descubrir en diferentes partes de la montaña; luego me llevó hasta un Museo donde se guarda infinidad de historia acerca del sistema de "encomiendas" en la época del Virreinato; los viajes del enviado del rey fueron relatados y mostrados en diferentes grabados, mobiliarios y documentos. Cuando salimos, me despedí del niño, le dí una pequeña retribución y salí a buscar donde comer algo, pues eran casi las tres de la tarde.En la calle principal encontré un hostal llamado "La casona", en cuyo frente se hallaba un comercio con venta de artesanías y productos regionales. A pesar de la hora, me prepararon un suculento plato de pastas con tuco, que comí gustosamente. El comedor tenía varias mesas y sillas realizadas en artesanalmente. En algunas repisas y en la pared colgaban adornos y diferentes cacharros que componían la decoración. Encima de la chimenea, infinidad de fotografías, postales, tarjetas de agradecimiento de quienes se habían alojado en el hostal. A un lado, atada a una caña tacuara, apoyada en la pared, estaba la bandera multicolor representativa de los aborígenes, reforzando la idea de identidad regionalista.El lugar invitaba a la convivencia cordial. Si bien no pernocté allí, me informaron que tiene el sistema de "cama y desayuno" con baño compartido. Se veían muchas personas alojadas en el hostal, que se acercaron a conversar. Finalmente cantamos acompañados de guitarra y recitamos algunas poesías .A las 7 de la tarde, tomé el último taxi compartido de regreso a La Quiaca. Ya mi equipaje estaba en la habitación. Tomé un baño de agua caliente y comí un sándwich acompañado de ricos mates en la cama. A la mañana siguiente, cruzaría la frontera boliviana. Seguía recorriendo los kilómetros en pos de alcanzar algo ansiado: conocer Macchu Picchu.
Magui Montero
NOTA: Foto1- Iglesia de La Quiaca. Foto 2-Comestibles desecados Mercado de La Quiaca. Foto 3- Mercado Municipal de La Quiaca - Foto 4-Serranías de raro diseño camino a Yaví. Foto 5- Pueblo de Yaví (imagen parcial) Foto 6- Pinturas rupestres indígenas. Yaví

Subiendo por la Ruta Nº 9 - Desde Jujuy a Humahuaca

Íbamos por la Ruta Nº 9 Un sol espléndido y el cielo sin nubes anunciaban que ese día era ideal para la excursión. Los pequeños pueblos se sucedían. Cada uno tenía una belleza diferente, algo que lo hacía diferenciarse de los otros. Así fuimos haciendo el recorrido por Volcán, Tumbaya. Maimará y Humahuaca. Todos ellos preparándose para el inicio de las festividades de carnaval, que tienen un colorido diferente en el norte de Argentina. En Humahuaca visitamos el Monumento al indio, de dimensiones impactantes por su tamaño y por la forma en que fuera construido. Sobre la estructura principal de piedra, hay grupos de figuras escultóricas íntegramente realizadas en metal; y en la parte superior la figura central de un indio de dimensiones extraordinarias; colocado de manera especial para mantenerse en equilibrio a pesar del constante viento que sopla con fuerza.Luego nos dirigimos a la Plaza, para ver la ceremonia de bendición que diariamente congrega a cientos de turistas, frente al edificio municipal. Exactamente al mediodía se abre una ventana donde está enclavado el reloj del Cabildo y el Santo Patrono, San Francisco Solano, con su imagen articulada, imparte la bendición. Luego nos dirigimos a la Capilla ubicada al frente del edificio anterior, donde todos los años se realiza la adoración del Niño Jesús el día de Navidad. Su altar es de color dorado, y se dice que está recubierto de pequeñas láminas de oro. Las mayor parte de las calles de Humahuaca son angostas, cubiertas por adoquines y casa de adobe. Esta población fue declarada Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO en el año 2003.Almorzamos comida regional (locro) en un lugar tranquilo, con música folclórica en vivo y precios razonables. Visité un mercado artesanal y emprendimos el regreso. Aun debíamos visitar Purmamarca, pues de la ruta principal había que desviarse algunos kilómetros. A medida que nos acercábamos al pueblo el paisaje de los cerros se iba tornando más rojo por la tonalidad de la tierra.Había tanta paz, la tranquilidad se respiraba. Las calles de tierra estaban regadas y los artesanos lugareños exponían variedades de productos regionales, destacándose mantas y tejidos autóctonos con guardas coloridas. La iglesia estaba en penumbras, invitando al recogimiento, mientras en el altar titilaba la luz del sagrario. Interna y externamente las paredes de la capilla estaban cubiertas por estuco y blanqueadas, el techo sostenido por vigas de madera. Las capillas e iglesias que visitaba, estaban construidas en similar forma, aunque algunas eran más sencillas que otras.A un lado de la plaza, alcance a ver un hostal, muy agradable en cuanto a su estructura exterior. Un grupo de jóvenes que evidenciaban estar alojados en el lugar, cantaban canciones acompañados de guitarra y el infaltable mate. Salimos del pueblo y nos internamos por caminos compactados. La naturaleza seca de la zona, se mostraba en las cactáceas que aparecían a uno y otro lado, como gigantescos dedos apuntando hacia el cielo.Retornamos hacia la Ruta Nº 9, aun faltaba conocer Tilcara, y sus ruinas indígenas. Llegamos en seguida, pagamos una entrada, que nos daba derecho a recorrer El Pucará. Subimos hacia el lugar donde estaba enclavado el pueblo, y al llegar me sorprendió gratamente, la belleza del lugar. Las casitas del pueblo indio, el lugar de ceremonias, los corrales, todo perfectamente ordenado y diseñado. Paredes, pircas, lugares de reunión de la comunidad, se habían mantenido a través de los años. La altura, los valles que lo circundan, el paisaje que rodea El Pucará, no hace más que enmarcar un monumental hito de la historia de los naturales de esa tierra. Empezaba a bajar el sol, era hora de regresar a la ciudad. Estaba cansada pero feliz de todo lo que había conocido. Esa misma noche, volvería a recorrer la Ruta Nº 9 rumbo a La Quiaca y Yaví. Eran los dos últimos pueblos que visitaría de mi país, antes de cruzar la frontera.
MAGUI MONTERO
NOTA: Foto 1- Ruta Nº 9 camino a Humahuaca. Foto 2- Purmamarca. Foto 3-Monumento al Indio, Humahuaca. Foto 4- Ruinas El Pucará, Tilcara.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Recorriendo caminos con la mochila al hombro - El comienzo de mi sueño, el proyecto. Mi primer destino. Conociendo Jujuy

Sentada en la computadora, empecé a gestar mi sueño. Quería llegar a Macchu Picchu en el Perú; pero deseaba ir haciendo camino, recorriendo lugares, como yo misma siempre dije "puebleando". Y la computadora me ayudó! Durante algún tiempo empecé a recorrer mapas, rutas, de cada región y haciendo contactos mediante Chat. Ayudada por marcador, fui trazando mi ruta, seleccionando donde llegaría. Mi promesa con los amigos virtuales que fui haciendo era: el día que pase por tu pueblo te iré a conocer; a cambio debes enseñarme tu ciudad. Solo con internet aprendí que cosas llevar y que descartar, documentación imprescindible y vacunas para tener colocadas. Decidí no llevar carpa y elegí parar en hostels. Pasaba el tiempo, la familia me decía que estaba loca. No tenía edad para hacer chiquilinadas; era demasiada altura y yo muy fumadora. Presté oídos sordos a las recomendaciones y partí; sola, con no demasiado dinero, pero con un gran entusiasmo. Llevaba un cuaderno de viajes y la cámara fotografía, 4 pilas recargables y una docena más de las comunes (para cámara y linterna) Salí de Santiago en colectivo directo rumbo a Jujuy un viernes 1º de febrero a las 23 horas. El corazón me latía fuerte, estaba soltando amarras y ahora iba totalmente por mi cuenta. En Santiago quedaba mi familia, llena de miedos. Llegué a San Salvador de Jujuy apenas despuntando el sol, un tío anciano al que no veía hace mucho tiempo, me esperaba. Aunque sea unas pocas horas estaría con ellos. Antes de visitar a la familia, saqué pasaje para las 2 a.m. del día lunes a La Quiaca. Tenía sábado y domingo para conocer desde la ciudad Capital de Jujuy hasta la frontera. Esa parte la haría en compañía de quién sería mi guía en la provincia norteña. Un amigo que hasta ese momento era "virtual" Theo. Toda la tarde, anduve con Theo recorriendo distintos lugares bellos de la linda y pintoresca ciudad de Jujuy; aproveché para comprar pastillas para el "soroche" también llamado mal de la altura o mal de la Puna. En el almuerzo y la cena probé comidas diferentes a las que yo conocía. La carne de llama era sabrosa y curiosamente la vendían en casi todas las carnicerías, la humita en chala y el picante de pollo también me agradaron. El dulce de papaya era espectacular! y la cerveza (que ya conocía) helada. La atención al turista excelente. El domingo a las 6 de la mañana partimos en la Kangoo de Theo. Me explicó que haríamos todo el recorrido hasta la frontera, conociendo diferentes lugares, pues teníamos suficiente tiempo, porque no había mucha distancia entre una y otra población. Volveríamos el domingo a la noche a San Salvador, (donde había dejado casi todo mi equipaje), pues solo llevaba para este paseo el equipo de mate, algunas galletas y los consabidos cigarrillos. Había aceptado la sugerencia de regresar a San Salvador y partir desde allí a La Quiaca porque pasaría la noche en el colectivo (en lugar de hacer noche en La Quiaca) y podría visitar Yavi y la Quiaca, en un día y medio; pasar la frontera con Bolivia y tomar el tren en Villazón que me llevaría rumbo a Oruro. Cada lugar era para el asombro, la belleza del paisaje, de la tierra, las flores silvestres, los cactales, las ruinas indígenas, los lugares históricos, me apabullaban. Desde la ruta, y en cada giro del camino podía ver cerros cubiertos de un tapiz verde brillante por la vegetación o de pronto ni una brizna de pasto y franjas de muchísimos colores, de acuerdo al mineral que contenían. El cielo era de un azul intenso y a la distancia podía ver líneas oscuras que subían verticalmente de algún fogón encendido en una humilde vivienda perdida entre los cerros. Era un maravilloso día; me estaba llenando los ojos de los colores que regalaba la naturaleza dentro de mi país, acompañada por Theo, quien me dijo: "para mi es un orgullo poder mostrar mi provincia y hacer conocer sus bellezas"

Magui Montero
NOTA: Foto 1- Ruta Nº9 cerca de Volcán. Foto 2-Purmamarca. Foto 3- Cruce del Trópico de Capricornio. Foto 4- Paisaje desde la Ruta - Foto 5- Tilcara. Ruinas del Pucará (Todas las fotografías en Argentina - Provincia de Jujuy)