miércoles, 25 de junio de 2008

RUMBO AL CARIBE - Hacia República Dominicana

LA PARTIDA DE ARGENTINA. LOS PRIMEROS PAPELONES
Era la época del dólar barato para los argentinos; el uno a uno. Yo, una simple laburante del montón, que nunca lograba ir más allá de donde alcanzaba el sueldo de un empleado público. Vacaciones cortas, con gastos muy acotados, a los destinos turísticos que nos permitía pasear con lo que cobrábamos de aguinaldo. Y ahora, de pronto, podía hacerlo! Un dinero extra cobrado en el momento adecuado y me lancé a la aventura de conocer ¡EL CARIBE! Ni en mis sueños más locos lo había imaginado! Varios santiagueños éramos de la partida. Todos haciendo planes, ninguna experiencia en viajes internacionales.
Llegamos a Buenos Aires un día sábado por la mañana. Fuimos a almorzar en el restaurante Pippo en calle Montevideo, pleno centro de nuestra querida ciudad de Buenos Aires. Hacía un frío terrible, y llevábamos muy poca ropa de invierno. Las valijas estaban repletas de remeras, pantalones cortos, tangas y bikinis, bronceadores, pareos, zapatillas y chinelas playeras.
Partimos rumbo al Aeropuerto Internacional de Ezeiza a las 21,30. Llovía torrencialmente y corría viento. Algunos conversaban con el chofer del minibús, yo intervenía de a ratos, pero iba más bien callada, tratando de mirar a través de la lluvia.
Por suerte llegamos bien al aeropuerto. Allí nos quedamos parados, sin saber que hacer ni a donde ir. Conseguimos carritos para llevar las valijas y luego a buscar donde consultar… Un audaz de los que no faltan dijo: “quédense aquí cuidando las cosas, yo averiguo donde está Dinar y les aviso”
El “valiente” demoró un largo rato en volver, no había mucha salida de vuelos a esa hora, la gente que andaba era poca, volvió riéndose a las carcajadas. Dinar y Aero Cancún eran la misma empresa, y estaba al frente de nosotros, con una cola de más de cien personas, que nosotros veíamos llegar y ubicarse en la fila, en todo el tiempo que estuvimos esperando.
Allí estaba el responsable de la Agencia de Viajes, algo enojado, esperando a estos “pedazos de bestia” que no llegábamos!. Nos entregó la documentación necesaria, y empezó el sufrimiento!! Hacer fila para entregar el equipaje, hacer fila para la visa, hacer fila para control de la policía aeronáutica, hasta que por fin!! Embarcamos!!!
Me tocó el asiento a lado de la ventanilla, estaba nerviosa, el avión era grande, llevaba 300 pasajeros. Nos informaron que iba a República Dominicana (nuestro destino) y luego seguía a Cuba.
Los asientos me resultaron duros, y yo que soy alta, tenía poco espacio para estirar las piernas; de todas maneras no me importaba, ya estaba rumbo a Punta Cana, luego a otros lugares y después a Cuba.
El despegue fue hermoso, había dejado de llover y Buenos Aires brillaba; estaba iluminada como una tela cubierta por lentejuelas doradas y plateadas en pequeñas hileras formadas por la luz a mercurio de sus calles. Al ir elevándonos observamos la Costa de Uruguay. Una luna preciosa, me permitía ver claramente nuestro rumbo hacia el norte, siguiendo la línea del Río Paraná.
Cené muchísimo,. Luego los pasajeros se acomodaron para ver una película, yo me quedé dormida antes de que sirvieran el café. No se cuanto tiempo dormí, me despertó la claridad de la noche, estábamos volando a 10.000 metros de altura y sin embargo pude distinguir al Río Amazonas y más tarde el Orinoco casi al amanecer, en medio de un mullido colchón de nubes rosadas, mientras el sol asomaba desde medio del mar, por el este.
Ya con el sol a pleno distinguí la costa de Venezuela (preguntaba todo) porque quería ir recorriendo el mapa dentro de mi mente y pegando interiormente cada imagen que lograba rescatar en el lugar preciso. Luego que dejamos atrás la costa de Venezuela todo fue mar…
Creí que me iba a impresionar, pero desde arriba se veía tan calmo! A las 7 de la mañana, nos sirvieron el "desayuno". Oh sorpresa! Era una mezcla rara de americano y continental Salchichas, huevos revueltos, tortilla de papas, jugo, café con crema, mermelada, manteca, medialunas, masas, scones. Por supuesto comí todo a riesgo de reventar, pero quería probar como sabía y me pareció bárbaro!.
Avisaron que aterrizábamos en cinco minutos, y allí empezó la lucha por sacarnos la ropa de abrigo porque nos dijeron que estaba haciendo una temperatura de 29º y eran apenas las 7,30 de la mañana.
No comprendía como, faltando tan poco para aterrizar, solamente veíamos mar a nuestro alrededor, pero recordé que el piloto había informado que la velocidad crucero era de 1000 km. por hora, o sea que aun estábamos a más de 80 km. de nuestro destino.
Noté que íbamos cada vez más bajo, pues ya distinguía a lo lejos las olas y las crestas blanquecinas de espuma. De pronto me golpeó la vista el paisaje más hermoso que pudiese imaginar. Casi debajo mío una punta de tierra con infinidad de palmeras, la rodeaba el mar de un color turquesa tan claro que parecía una inmensa pileta de natación.
Ya a baja altura pudimos ver que la isla tenía montañas (aunque no muy altas) y debajo de una vegetación bastante frondosa la tierra era de color rojo intenso.
A mis pies ya estaba la pista de aterrizaje y en pocos segundos tocamos tierra. Cuando se abrieron las puertas del avión una bocanada de aire caliente nos recibió. Ante la carcajada del resto de los pasajeros, el grupo de santiagueños que veníamos en vuelo preguntamos a viva voz: ¿Están seguros de que estamos en Punta Cana y no nos trajeron de vuelta a Santiago? Habíamos llegado al Aeropuerto Internacional, en la República Dominicana.

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