sábado, 20 de septiembre de 2008

CON LAS ALAS DEL ALMA

Antes de comenzar el siguiente relato, que insertaré en días próximos; he decidido incluir un comentario. Este espacio fue destinado solo a relatar lo que conocí y mis impresiones en los países que tuve oportunidad de visitar.
No significa en modo alguno estar a favor de determinadas políticas. Muchas veces fui buscando bellos paisajes y encontré situaciones desconocidas o injustas que me impactaron; lo cual volqué en los cuadernos que habitualmente llevo para no olvidar detalles porque al paso del tiempo se desdibujan.
Quiero una vez más alzar mi humilde voz en pos de la Libertad, de la Paz, del derecho a una vida digna y a la convivencia en fraternidad de todos los pueblos del mundo.
Los próximos relatos se referirán a mi viaje a Cuba, por ello decidí incluir dos cosas: unas palabras del escritor cubano José Martí, y a continuación un tema de la compositora y cantante argentina Eladia Blázquez. En nombre de todo esto vaya mi homenaje a los cubanos; -dentro o fuera de su patria- quienes tienen un país hermoso en paisajes y un corazón tan bello como el lugar que los vio nacer.
Magui Montero

Libertad y Honradez
José Martí (1853-1895)
Libertad es el derecho que todo ser humano tiene a ser honrado, a tener decoro y a pensar y hablar sin hipocresía.
Un hombre que oculta lo que piensa o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado.
Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado.
Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas y permite que le maltraten el país en que nació no es un hombre honrado.


Con las alas del alma - Eladia Blazquez (1931-2005)

sábado, 13 de septiembre de 2008

LA DESPEDIDA

Era nuestro último día en República Dominicana. La madrugada siguiente dejaríamos el hotel para partir rumbo a Cuba. Ansiaba conocer el próximo país que visitaría, pero al mismo tiempo me apenaba dejar éste. Todo había sucedido con rapidez; demasiadas cosas bonitas, infinidad de paisajes nunca vistos, sensaciones nuevas –como la excursión en velero y la práctica de snorkel, maravillándome con los colores de la fauna y flora submarina-, el romanticismo de cenar a la luz de las velas, la intensidad de los ritmos de esta tierra, la sensualidad de su danza, había calado profundamente dentro mío. Ahora esa euforia ante las cosas vividas se trastocaba en una tenue congoja, pues por dentro sabía que difícilmente esta oportunidad se repitiera.
Decidí levantarme muy temprano y dejar el equipaje casi listo para aprovechar al máximo las últimas veinticuatro horas que me quedaban por gozar en este lugar bendecido con tanta belleza.
Amaneció algo nublado, pero a pesar de ello, tercamente luego de desayunar me dirigí hacia el mar. El viento soplaba con fuerza, aunque las aguas cercanas estaban casi mansas; a la distancia, en el borde que formaba el anillo coralino, las grandes olas restallaban levantando espuma.
El personal iba y venía presuroso recogiendo reposeras, asegurando puertas y ventanas. Veía sus sonrisas algo forzadas y me aconsejaron volver hacia el hotel. Las palmeras se cimbraban, sus hojas caían pesadamente. Era la hora del desayuno, el cielo se oscurecía rápidamente. A la distancia podía oír los truenos y los relámpagos formaban dibujos extraños cada vez más cerca.
Finalmente, uno de los múltiples empleados que corrían trabajando esforzadamente se acercó y recriminó mi actitud. –Usted no sabe los peligros que implica una tormenta tropical, por favor acepte mi consejo, esto no tardará en llegar, y se irá en seguida. Tendrá el resto de la jornada para disfrutar de la playa, pero ahora por su seguridad, le sugiero regresar al hotel.
Acepté la sugerencia, que sonaba en realidad como una orden y me encaminé al dormitorio. Tercamente trataba de espiar a través de las persianas y encontrar una explicación a la angustia que veía reflejada en los rostros de los lugareños, disimulada detrás de sus sonrisas forzadas… En pocos minutos lo comprendí… El ulular del viento se convirtió en sonido arrollador, un rayo hizo temblar todo; toneladas de agua se precipitaron de golpe. Una sombrilla parasol olvidada en el jardín, se elevó varios metros, impactando con fuerza en el balcón del bar; fueron no más de treinta minutos, después todo quedó en silencio. Esperé varios minutos y salí nuevamente. Parecía que un loco enfurecido había pasado por allí. Había brisa fresca, pero el panorama de plantas desgajadas, bellas flores destruidas y hasta dos o tres cocoteros con las raíces al aire me sorprendió. Sin embargo, como pequeñas hormigas laboriosas, muchísimos empleados trabajaban limpiando y colocando cuidadosamente todo en su lugar. El sol se dejó ver nuevamente, la tormenta había pasado…
Luego de sorprenderme con la vista de una pequeña grúa que ayudaba a colocar nuevamente las palmeras en su sitio de la playa y remojarme un rato en el agua –aun algo oscura- me envolví en el pareo y fui a “Bachata” para tomar un capuchino con un copo grandote de crema espolvoreada con canela, mientras otros preferían comer pequeños bocadillos acompañados de cerveza.
Ese día no almorcé… -ni falta que hacía- tenía suficiente reserva de comida por haber pasado toda la mañana picoteando delicias que se nos ofrecían a cada instante. Volví a la playa a sumergirme nuevamente en el mar, hasta el atardecer.
Era sábado, la fiesta de gala de despedida se acercaba, después de quince días transcurridos concluía nuestra visita a Punta Cana.
El Hotel tenía por costumbre ofrecer cotidianamente en la cena, una noche dedicada a cada país. Durante estos eventos, decoraban el comedor con adornos, banderas, tragos, música y comidas temáticas. Tuve oportunidad de disfrutar sabores de Alemania, Francia, España Italia y otros lugares. Abanicos, mantones, sombreros, sones de acordeón, punteos de guitarra, voces en diferentes idiomas interpretando canciones fueron creando un clima excepcional, acompañando nuestra estadía. Ahora se acercaba el momento del gran final.
Me arreglé cuidadosamente, tenía un vestido negro largo con un atrevido escote, las uñas esmaltadas y el maquillaje –muy suave, porque el bronceado lo hacía innecesario- sandalias altas de tacón fino hicieron el resto.
Bajé a cenar, me encontré con una decoración sorprendente, era dedicada a Japón. Cócteles, flores, abanicos y sombrillas de papel de arroz cubrían la recepción. La luz de las velas daba un aspecto maravilloso a la escena. Comí sushi de cerdo y ensalada de mariscos sabrosísima. Otros pidieron langosta y ostras. Tomamos vino blanco, terminé con un postre que me agradó, pero nunca pude entender como se llamaba.
Más tarde nos reunimos todos en “Bolero” bailé hasta quedar agotada de cansancio, me saqué los zapatos tomé el último trago, saludé y agradecí al personal del bar antes de regresar a la habitación.
Preparé el resto del equipaje, dejé solo lo que me pondría para viajar. Eran las tres de la mañana… A las cinco treinta me despertarían para volar hacia Cuba. Restaban pocas horas en Dominicana. Iniciaba otra etapa… Nuevamente el cosquilleo de ansiedad se hacía sentir en la boca del estómago.
Magui Montero

lunes, 1 de septiembre de 2008

CAMBIO DE HABITOS Y SENSACION DE LIBERTAD

Los días iban pasando, mi estado de ánimo fluctuaba entre la felicidad de vivir tantas cosas diferentes y la pena de saber que mi estadía en este hermoso país estaba llegando a su fin, aunque el viaje continuaba.
El aprendizaje acerca de los hábitos, el modo de vida, el carácter de los dominicanos y al mismo tiempo estar en un ambiente paradisíaco, rodeada de lujo, con paisajes desconocidos para una persona criada con sencillez en una provincia de costumbres austeras; había modificado en parte mis actitudes.
Me sentía más dispuesta al diálogo, tomaba con naturalidad una conducta osada que jamás se me hubiese ocurrido estando en mi país –bañarme en el mar a la luz de la luna, asolearme sin sostén- pues aquí todo ello era parte de las cosas habituales que podía realizar sin culpas ni vergüenza.
Despertaba al amanecer, para correr o caminar por las extensas playas silenciosas cuando el sol empezaba a asomar y sin embargo la sensación de seguridad me acompañaba permanentemente.
Desayunaba jugo de fruta, yogur, cereales, -bastante diferente al consabido mate amargo o el café bebido antes del trabajo-, pocas veces almorzaba y tomaba la cena a la hora en que estaba merendando en mi casa.
Lógicamente, hacía un tentempié alrededor de las cinco de la tarde apenas salía del mar y devoraba algún sándwich acompañado de cerveza –que era muy sabrosa, de acuerdo a la opinión autorizada de los alemanes-.
Respecto al consumo de alcohol, si bien es ilimitado para quienes se hospedan en carácter de turistas en estos inmensos hoteles, está totalmente prohibido para los empleados, quienes viven en edificios separados, dentro del mismo complejo. Esta pauta continúa fuera del horario de trabajo, solo pueden aceptar “excepcionalmente” una copa si alguna persona que se aloja los invita y paga por ella.
En una de mis caminatas mañaneras, fui hasta el mercado de artesanos, situado a unos tres kilómetros sobre la playa, compré pequeñas artesanías y aprendí una costumbre -después tuve oportunidad de verlo en varios países visitados- que es parte de antiguas prácticas en el comercio. El regateo, la conversación especial entre comprador y comerciante donde éste promociona las bondades del artículo, pide el doble de su valor y poco a poco baja el precio hasta que ambas partes llegan a acordar lo razonable. En caso de desconocimiento del adquirente sobre dicha tradición, simplemente bajan el precio sin que se lo pidan y entregan un regalito.
Ya de regreso por la costa, compré dos caracoles muy grandes, dos trozos de coral blanco y uno de coral lila a un pescador; me dijo que los caracoles eran “Reina Café” y “Cobo” –este último, cuando llegué a Cuba me fue confiscado por la Policía en el Aeropuerto, se trataba de una especie protegida, situación que ignoraba-
Al regresar del paseo, el sol estaba muy fuerte, era cerca del mediodía, hacía calor y me tomé un cóctel en el Snack Bar cuyo nombre es “Bachata”, me decidí por un Caribbean Blue (Ron Blanco, Crema de Coco, Zumo de Piña, Curacao Azul y Triple Seco). En realidad era un trago que no conocía, pero me llamó la atención el color turquesa que se veía fantástico en los vasos altos y bien decorados. No me sentí defraudada por su sabor exquisito; pero me hizo sentir con un poco de flojera, pues había desayunado temprano.
Almorcé liviano y dormité en una reposera al abrigo de las palmeras. A pesar del protector solar, tenía la piel enrojecida y las pecas –que tanto me enfurecían- habían hecho su aparición.
Esa noche fui a bailar con todo el grupo de argentinos en “Bolero” un lugar mezcla de Pub y Disco, donde hay espectáculos teatrales, desfiles de modelos, música en vivo ó se hacen juegos de entretenimiento, dentro del mismo hotel. A las 0,30 caí rendida en la cama. Había transcurrido un día más en Punta Cana.

Magui Montero

NOTA: Imagen de Postal. Playa Arena Gorda. Punta Cana. República Dominicana