jueves, 29 de enero de 2009

ULTIMOS DÍAS EN VARADERO

Todos los días cuando regresaba al Hotel desde la playa, me agradaba ver las toallas y toallones plegados sobre la cama, formando canastas, cisnes, abanicos, decorados con flores naturales y una pequeña notita deseándome que pase buena jornada, firmada por la persona que había acomodado y limpiado el desorden habitual cuando uno está de vacaciones. Era un detalle cálido que me hacía sentir atendida y mimada por la gente del hotel. Era una de las cosas que me agradaban, tanto como la buena predisposición a explicarme cosas, conversar o sugerir paseos. Es cierto que era su tarea, pero ciertamente excedía lo que había podido ver en otros lugares. Así aprendí a respetar la forma en que realizaban su trabajo.
En el bar, una delgada y hermosa mujer, tocaba con maestría el piano de cola allí instalado, eran canciones de diferentes lugares y supe que en realidad se trataba de una eximia concertista, ejecutando otro tipo de música fuera de la clásica, como una manera de ganarse la vida.
Empecé a curiosear entre quienes cumplían distintas funciones dentro de la estructura del personal. En su mayoría eran profesionales de las más diversas especialidades, que en otros países hubiesen tenido un buen nivel económico y aquí realizaban humildes trabajos; ponían lo mejor de sí desempeñándose con eficiencia, sin importar cual fuera la función que tenían.
Pensaba que si bien es cierto ello lo hacían para mejorar los ingresos de su hogar; también muchísimos profesionales de otros países debían aprender de ellos en cuanto a humildad y don de gentes; evitando tratar con aires de superioridad a quienes suponen de menor nivel.
Por las mañanas luego del desayuno, iba a la playa, a tomar sol y disfrutar del paisaje, nadaba un poco, comía cualquier tontería acompañada de grandes vasos de jugos de fruta o licuados para aprovechar la jornada, pues ya faltaba muy poco para emprender el regreso y recién al anochecer, comía una buena cena.
Uno de estos días fui testigo de algo que me divirtió. Vi cerca de mí una hermosa joven, de cuerpo escultural, piel bronceada, cabello oscuro hasta los hombros; la había oído hablar español bastante elemental, pues era italiana. Habitualmente solía ir a la playa con otra chica que supuse sería su hermana, pero hoy andaba sola.
Los habituales “tiburones humanos” nadaban cerca de ella, buscando entablar conversación. Eran tres y trataban de ganarse su interés comentando la temperatura del agua, el paisaje, reían y se pavoneaban; parecían amigos entre ellos. La chica respondía con monosílabos, sonreía pero no les prestaba atención, salió del mar y se tiró en la arena. –Creo que era una forma de escapar al asedio de los muchachos que no cejaban en su intento; más que deseos de seguirse bronceando- pero “los galanes” vinieron y se sentaron cerca de ella. En ese momento, alcancé a ver que se acercaba la otra chica. Los jóvenes dibujaron su mejor sonrisa, imaginando que ya tenían la noche de juerga armada. Pero la reacción no se hizo esperar; ante la sorpresa de quienes éramos involuntarios observadores de la escena, les dirigió unas palabrotas perfectamente entendibles en cualquier idioma; tomó del brazo a la sensual muchacha y mirándolos dijo: es mía! Le dio un beso en la boca y se la llevó con ella. Yo hundí la cabeza en la arena, para ahogar la carcajada que pugnaba por soltar, ante la frustración de los presuntuosos; mientras los tres, rojos por el papelón, empezaron a hacerse burla, rieron entre ellos y se metieron de nuevo al mar.
Apenas era la siesta cuando empezó a nublar, gruesos goterones caían en medio de truenos y un viento fuerte se desató. Volví a la habitación, y quedé dormida. Llovió hasta el atardecer, la jornada estaba más fresca y seguía corriendo viento. Entonces decidí salir a pasear en una especie de trencito que recorría los complejos hoteleros, fui conociendo diversos lugares que no había visitado, estuve en un centro de compras, solo mirando, pues los precios eran inalcanzables; finalmente quedé sentada nuevamente frente al mar, en un lugar hermoso, cubierto de piedras. Las olas rompían varios metros debajo, rugientes y me salpicaban; aunque me negué a salir durante un rato, pues el espectáculo era imponente.
Regresé caminando al hotel, había parado de llover, podía percibir en el aire el perfume del césped húmedo. Por la noche, fui al teatro del hotel, era un espectáculo de danzas típicas y un grupo que cantaba canciones latinas; pero estaba algo melancólica y decidí retirarme temprano.
Era la primera vez que me alejaba por tantos días de la familia; había comenzado a extrañar.
La experiencia de conocer dos bonitos países, tan diferentes al mío era muy linda, aunque cuando oía las voces queridas a través del teléfono, me apenaba no tenerlos cerca para compartir con ellos todo lo que estaba disfrutando. Ya hacía un mes que había partido. Al día siguiente, regresaba a Argentina. Había vivido intensas sensaciones en ese viaje maravilloso por dos países del Caribe. No sabía si alguna vez regresaría, pues era una persona común, sin demasiados recursos; solo la casualidad -o la suerte- me habían permitido cumplir este sueño; todas mis impresiones quedarían grabadas dentro de mí para siempre.

Magui Montero

lunes, 12 de enero de 2009

DE LA HABANA A VARADERO

Las valijas ya habían quedado en depósito, así que nos sentamos un rato en el lobby. Salí a la vereda a disfrutar del paisaje que se veía; crucé la avenida hacia el Malecón donde me acodé, más allá el mar se agitaba con el viento cálido de la siesta. La reverberación del sol me hizo regresar rápidamente al reparo del interior.
Mientras veía los hermosos arreglos florales ubicados en diferentes rincones, observaba disimuladamente los trajes de un pequeño grupo de personas, que evidentemente provenían del África; bellos y coloridos trajes, túnicas con pliegues, tanto hombres como mujeres eran muy altos, probablemente pertenecían a un rango o clase social elevada, por la manera especial con que miraban al resto de los turistas.
Pasaron los minutos, hasta que llegó el colectivo, que contaba con todas las comodidades. Nos recogió y luego hicimos un recorrido por varios hoteles más. Fueron subiendo personas de diferentes nacionalidades que llevaban igual destino.
Íbamos por una autopista, rodeados de vegetación y montañas; a lo lejos, cuando pasábamos algún valle se divisaba nuevamente el mar de un profundo color turquesa.
Vi que aquí los cocales son distintos, un poco más pequeños que los de Dominicana, los frutos de color amarillo, mientras que conocía de color verdoso y el sabor más dulce; pregunté si eran de la misma variedad, me avisaron que pertenecían a una especie diferente. Dijeron que se trataba de cocos indios –es todo lo que pude saber-, pero se veían más vistosos.
Fuimos atravesando varias poblaciones del Departamento Matanzas, todas ellas de gran colorido, casas mas bajas coches de caballos, gran cantidad de bicicletas. Llegamos a Varadero, y seguimos de largo, hasta donde comienza el Complejo Sol-Palmeras, que también pertenece al grupo de los Hoteles Meliá, ubicado junto a varios otros en una especie de avenida amplia, llena de flores y plantas.
Nuevamente sentí la sensación de ingresar a un mundo diferente. Pájaros, flores, diversas variedades de una planta que en Argentina yo conocía con el nombre de “croto” con hojas multicolores de distintas formas. Coches de plaza con la capota baja llevando turistas de paseo, cuatriciclos, autos importados. Aquí la tierra formaba una especie de lengua; de los dos lados y hasta donde me alcanzaba la vista había veleros y lanchas navegando.
La recepción del hotel toda en mármol, sobre la pared frontal una inmensa jaula con vegetación selvática, una cascada central y cientos de pájaros multicolores llenaban el ambiente con los gorjeos y el sonido del agua cayendo. La música tropical sonaba y daba el toque adecuado que se completaba con las ropas de tonos alegres de quienes se alojaban en este bello lugar.
El Complejo estaba formado por la estructura del Hotel y bungalows. El acceso a la habitación, encendido de luces y aire acondicionado era por medio de tarjeta magnética, Yo estaba alojada en un bungalow. Tenía una puerta vidriera desde la habitación que me comunicaba con una pequeña terraza donde había un juego de jardín con sombrilla. Desde allí podía ir entre la vegetación por un camino de lajas hacia el mar o hasta las dos piscinas; una de ellas dedicada a los niños, y la otra con un puente desde el que se ingresa al bar-piscina que está en el centro de la misma.
Esa tarde, luego de deshacer el equipaje, me fui caminando para conocer el resto de las instalaciones y llegué hasta la orilla del agua. El snack bar playero estaba cerrando y el personal ya recogía las reposeras. Me senté en la arena a ver como se escondía el sol.
Desde el piano bar, llegaba con el viento la música de un viejísimo bolero. Ya era noche cerrada, me levanté, sacudí los restos de arena, tomé las chinelas y caminé descalza rumbo al piano bar. Estaba cansada, pero eso no evitaría que me deleitara con un rico “mojito” y música romántica, antes de irme a dormir.

Magui Montero
NOTA: Imágen 1 bungalow - 2 piscina con snack bar escaneadas de folleto del Hotel. 3 Fotografía instantánea tomando mojito con amigos en el Piano Bar del Hotel