sábado, 28 de junio de 2008

LA LLEGADA – PRIMER DÍA EN EL HOTEL


El Aeropuerto Internacional de Punta Cana fue todo un impacto, por su belleza. Los pisos y paredes eran de granito espejados, pero los techos y el resto de la estructura superior respetaba el estilo caribeño; en caña y paja.
Los lugareños, funcionarios y empleados, son en su gran mayoría gente de color o mestizos de piel color canela, pero muchos de ellos tienen ojos azules; lo cual me extrañó y cuando pregunté me dijeron que los indios tainos, naturales de la región, etnia de la cual descienden, tenían esa particularidad.
A pesar de hablar en español, nos cuesta comprender, pues tienen una tonada especial, pronunciación diferente para algunas letras y se expresan rápidamente. Son amables, atentos; casi todos hablan más de un idioma, cantan y bailan mientras atienden al público y la sonrisa a flor de labios es una constante. Desde el momento que pisamos ese hermoso país, no hemos visto alguien que no tenga un buen trato para los turistas.
Comentando esta situación con la persona que esperaba para trasladarnos al hotel en una combi, me dijo lo siguiente: Somos un pueblo que tiene su economía dependiente del turismo; si no tratamos bien, los estafamos, o hacemos algo desagradable, el turismo disminuye. Tenemos una premisa, por cada persona que visita nuestro país, intentamos que vuelvan al menos dos, no es un gran secreto. La riqueza o pobreza de los habitantes depende de la propaganda que se le haga al país y de que las grandes cadenas hoteleras sigan instalándose. Casi todos los jóvenes que estudian, buscan alguna carrera que tenga que ver con turismo o con lo que tiene inserción laboral relacionada a ello; por eso es que también estudiamos idiomas. Esta conversación me dejó pensando en que hay países que tienen muchísimas bellezas, pero sus habitantes no se concientizan de la importancia que tienen los ingresos de la industria sin chimeneas; y si ven un turista, solo piensan en ver la forma de sacarle dinero estafándolo o robándole, aprovechando que no conoce el idioma o el lugar.
Pude comprobar que el pueblo dominicano educa a su gente para ser servicial y honesto con quienes lo visitan, y efectivamente la gente regresa a su país de origen, feliz del trato que recibió. Uno de los ejemplos anecdóticos es que en el mismo hotel en que me encontré alojada, había una señora alemana muy despistada. Se olvidó la filmadora dos veces en la playa, y las dos veces le fue entregada en la recepción del hotel.
En el trayecto hasta el complejo “Riu” formado por cuatro hoteles, el guía nos fue informando sobre la historia, economía, costumbres, del país; hasta que llegamos.
No podíamos creer lo que veíamos. El lujo, la vegetación exótica, los jardines, glorietas, puentes que cruzaban pequeñas corrientes de agua; y mayor fue nuestra sorpresa cuando ingresamos en las habitaciones. Decoradas en estampados con predominio de verde y con flores que imitaban la vegetación tropical en cortinados y alfombras, juego de living en cuya mesita había una canasta con flores frescas y frutas (tarjeta de bienvenida incluida), block para cartas, lapicera, postales, mini-bar, heladera con bebidas, amplios placares de madera lustrada con caja fuerte incluida, muebles de mimbre de un diseño rarísimo.
El baño de granito rosado con artefactos cromados, una canasta más pequeña con flores y artículos de tocador. Las toallas y toallones colocados sobre la cama plegados formando un hermoso diseño (algunos días eran cisnes, corazones o canastas donde colocaban flores). Cada habitación tenía su propia terraza con sillones que daban a jardines tropicales cubiertos de flores y cocoteros.
Todo el grupo se cambió rapidísimo de ropa, dejamos las valijas a medio desarmar y nos fuimos a desayunar (de nuevo) jajajaja! pues lo que consumimos en el avión era para mantenernos sin hambre por una semana! Pero era el ansia de seguir conociendo y ver que nuevas sorpresas nos deparaba ese lugar de ensueño.
Las construcciones estaban separadas como si se tratase de pequeñas casitas y el comedor no era menos esplendoroso que el resto. El comedor se llama La Proa tiene amplios ventanales que dan al mar o hacia los jardines internos con múltiple vegetación y caminitos serpenteantes cuyos bordes están delimitados por cáscaras de coco barnizadas como si fueran pequeñas piedras semiesféricas. Allí vi por primera vez, que varias edificaciones tenían agujeros en el techo, para no sacar los árboles que estaban antes, y los integraba al interior. La decoración es en madera oscura, iluminada por grandes faroles típicos de la decoración del Caribe. A un lado, mesas en distintos niveles con todo tipo de frutas (algunas totalmente desconocidas para nosotros, tanto de nombre como de sabor), jugos, yogures, leche, dulces, café (riquísimo), comidas saladas, quesos de varios tipos, fiambres, ensaladas, salsas de sabores extraños, panes, budines, tortas y ¡¡cerveza!!! Si!! Como lo están leyendo!! Cerveza de barril para tomar la cantidad que quisieras, en el desayuno… Al ver esto, mentalmente hacía un cálculo de los kg. de sobrepeso que llevaría de regreso a la Argentina, y seguí mi paseo saliendo por otra puerta. Era un hermoso jardín central, donde estaba la pileta de natación de impresionantes dimensiones circundada por plantas de diferentes colores de verde, dándole un marco adecuado.
Casi ningún turista hablaba español, el 90% eran suizos, alemanes, italianos, franceses. En la playa las mujeres caminaban con los pechos al aire, pero nadie reparaba en ello, esto no se limitaba a las chicas jóvenes; algunas muy maduras y hasta ancianas también andaban de igual forma; gordas, flacas; rubias, morenas y canosas. Yo que pensaba que mi tanga era muy escotada, me sentía al mirarlas como si tuviera un traje de baño de 1920, con cofia incluida. Era una de las múltiples sorpresas que nos tenía reservadas este viaje. ...Y recién comenzaba.

Magui Montero

No hay comentarios: