viernes, 27 de marzo de 2009

LA PAZ - Una ciudad de contrastes.

Partí de Oruro en las primeras horas de la tarde, el viaje fue hermoso, me sentí cómoda, el paisaje de las montañas al atardecer, pincelaba de claroscuros los valles y el cielo semicubierto de nubes dejaba filtrar rayos de sol que semejaban hilos dorados, creando la sensación de un cuadro surrealista.Empezaba a oscurecer cuando vi por primera vez a la distancia, desde la altura la ciudad de La Paz, como pequeños cuadritos de colores recostándose en una profunda hondonada rodeada de montañas. Comenzamos a descender poco a poco, el ómnibus iba haciendo paradas cada vez más frecuentes en diferentes lugares a medida que nos adentrábamos en la zona urbanizada y seguíamos descendiendo por la ruta recostada en los faldeos montañosos que rodeaban la ciudad. Ingresamos en La Paz, cuando ya era noche cerrada. Había poco movimiento, la Terminal estaba casi vacía, bien iluminada, limpia. El diseño raro, altísimos techos, bancos, plantas, numerosos locales comerciales, a esta hora cerrados. Recordé algunas recomendaciones que me habían hecho, respecto a cuidar mi seguridad en horas de la noche; y decidí dejar la mochila en uno de los varios locales guarda – valijas que estaban abiertos las 24 horas. Por pocas monedas recibieron mi equipaje y me dieron un ticket numerado. Eso permitía que lo guardara durante un día entero; (de hecho que no pensaba en tenerlo más allá de las dos horas) pero la idea era moverme rápidamente hasta encontrar alojamiento en un lugar adecuado y seguro, antes de la medianoche. Eran casi las 11 p.m. cuando salí de la bella y amplia Terminal. Afuera, poco movimiento de vehículos; sin embargo, como en cualquier lugar del mundo, un grupo de taxistas esperaba potenciales clientes mientras fumaban y reían, conversando animadamente.Me acerqué a ellos y les expliqué que viajaba sola, no conocía la ciudad y necesitaba alojarme en un lugar cómodo seguro, pero barato, pues no tenía demasiado dinero. (Es adecuado decir esto, cuando uno se dirige a un extraño en un lugar desconocido, ante la posibilidad de contactar accidentalmente a una persona de no buenas intenciones), pero de inmediato, varios de ellos coincidieron en indicar un Hostal que quedaba casi al frente de la entrada, subiendo por la avenida. Me informaron que era un lugar serio, limpio y seguro. Crucé la calle y me dirigí a la entrada. El Hostal estaba como colgado en un desnivel, tenía escaleritas por las que se iba subiendo en pequeñas terrazas con bancos y plantas. Era el Tambo de Oro, tenía habitaciones disponibles de varios tipos y precios, de acuerdo a las comodidades que ofrecía. Pedí habitación, y regresé a la Terminal, donde agradecí por la atención al grupo de taxistas que me lo había recomendado. Iba rumbo al depósito de equipaje, cuando encontré una pareja de jóvenes en el hall central casi desierto; miraban a uno y otro lado, desorientados y con cara de preocupación. Me acerqué a ellos y les dije si podía ayudarlos. Venían de luna de miel, eran de Chile, no conocían la ciudad y no tenían alojamiento; así que cargué mi equipaje y los llevé conmigo, para que se instalaran en el mismo Hostal. De allí en más, una buena parte del trayecto hasta Macchu Picchu fueron mis compañeros de aventuras e hicimos varias excursiones juntos. Probamos comidas y compramos souvenirs. A la mañana siguiente inicié mi paseo por La Paz, caminando y sacando fotografías, el corazón me golpeaba como tambor, estaba agitada, me zumbaban los oídos, no podía respirar y un fuerte dolor de cabeza no me soltaba a pesar de haber tomado aspirinas. A la hora del desayuno –café con leche, mantequilla, mermelada y dos panecillos (del tipo de los que usamos para hamburguesas)- le comenté mi malestar a la empleada que servía el desayuno. Me preguntó si era de zona de llanura y cuando le respondí afirmativamente me dijo: eso es el soroche. Vaya a la farmacia, le venderán unas pastillas que debe tomar todos los días a la mañana, y no la molestará más. Sabias palabras! Compré una caja y el resto del viaje tanto en Bolivia como en Perú no volví a sentir ninguna cosa extraña. Ciertas veces chupaba también caramelos de coca o tomaba una taza de este té que me servía no solo como paliativo para el apunamiento, sino como digestivo cuando me daba algún atracón de comidas.La capital boliviana me recibió con sus brazos abiertos, era una ciudad antigua, con bellos balcones y casas de frente ornamentados del siglo pasado, que convivían con grandes edificios modernos. Anchas avenidas, que se entrecruzaban con angostas callecitas de adoquines. Plazas secas imponentes en contraste con otras llenas de flores multicolores. Muchísima gente, impresionante cantidad de puestos callejeros. El tráfico enloquecedor y desorganizado. El parloteo altisonante de los extranjeros y el suave murmullo quechua o aymará de los naturales. La elegancia y sobriedad de hombres y mujeres de negocios, con el colorido y los bordados de los trajes tradicionales de faldas superpuestas y sombreros de fieltro. Un lugar de contrastes, para disfrutarlo llenarse los ojos de historia, de paisajes y de sabores fuertes, condimentados, tan fuertes como el impacto de diferentes culturas entremezcladas en el oficio diario de la convivencia armónica. La huella aborigen era fuerte, la huella de las migraciones europeas también; el resultado eran hermosos frontispicios bellamente trabajados en ornatos afiligranados y una cultura digna de verse y revelarse al mundo. Era cuestión de saber descubrir el corazón de Bolivia, en esta ciudad cuyo nombre sonaba como una ofrenda y oración: La Paz.
Magui Montero
NOTA: Foto 1- Iglesia San Francisco. Foto 2- Casa de Gobierno.
Foto 3-Congreso de la Nación. Foto 4- Monumento en piedra cerca de la Iglesia San Francisco
Foto 5- Una calle de La Paz - Foto 6- Detalle de tallado en piedra en el frontispicio de la Iglesia San Francisco

No hay comentarios: