Nos levantamos a las 7,30 y fuimos a desayunar, a las 9,00 pasaron a buscarnos; debíamos ir a varios hoteles más a recoger otros turistas. Había un guía que hablaba varios idiomas, porque el grupo era heterogéneo. El sol brillaba bajo un cielo límpido, y corría un suave viento desde la costa. Muchos de nosotros apelamos a protectores solares, gorras y sombreros, sobre todo varios europeos que venían de regiones poco cálidas. Apenas estuvimos todos ubicados en el bus, se nos hicieron algunas recomendaciones que a mi criterio resultaron indignantes. Se
nos aconsejaba, en lo sucesivo, contratar servicios oficiales para paseos, excursiones y taxis; alegando la importante cantidad de delincuentes, estafadores y gente que se aprovechaba del turista. Me mordí las ganas de protestar, pues sabía que esta gente, pertenecía al grupo de personas que trabajaba para los estamentos oficialistas, y quizás por miedo, obsecuencia o fanatismo; no comprendían que estaban hablando mal de su propio pueblo.
Luego de este mal inicio, partimos rumbo a la Vieja Habana, veíamos asombrados construcciones bellísimas, que estaban siendo restauradas en algunos sectores, pero a pesar del paso del tiempo no dejaban de mostrarnos lo hermoso de su arquitectura. Visitamos El Capitolio, réplica exacta del que se encuentra en EEUU, transformado luego de los cambios del régimen en la Academia de Ciencias, la Plaza de Armas, el Castillo del Morro con sus baterías apuntando hacia la Bahía para protección de la Ciudad, tal como estaban enclavados antiguamente. Nos explicaron que para evitar la entrada de los piratas; a determinada hora se acostumbraba a levantar una pesada cadena que cruzaba de un lado al otro, e impedía el ingreso nocturno de barcos bucaneros. Aun hoy, al atardecer, se realiza la ceremonia de cambio de guardias a la luz de las antorchas con cañonazos que anuncian el cierre con cadenas del puerto de la Ciudad (un espectáculo que tuve oportunidad de disfrutar y fue maravilloso).
Por toda la ciudad veíamos desplazarse vehículos muy antiguos e incluso las famosas motos con sidecar, dejándonos boquiabiertos por el buen estado de mantenimiento en que se encontraban. Nos informaron que las piezas eran reparadas y modificadas para seguir usándolos
, pues el cierre del comercio con otros países les impedía traer lo necesario. Pasábamos en nuestro recorrido por lo que eran antiguas mansiones, el joven que oficiaba de guía, explicaba con orgullo que eran algunos de los bienes quitados a la gente rica y entregado al pueblo; y ciertamente no mentía. Podíamos observan en los ventanales de las habitaciones que daban a la calle, en medio de ropa colgada y jardines cubiertos de yuyos, pequeños carteles que decían “zapatero”, “peluquera” y otros por el estilo, mostrando que se habían convertido en inquilinatos, donde cada habitación funcionaba como una vivienda. Conocimos la Catedral, y allí tuve mi primera reacción desde que iniciara el paseo. Ya había sacado varias fotos; estaba parada en la Plaza, buscando resguardo en la sombra, esperando reunirme nuevamente con todo el grupo que se demoraba en comprar artesanías, cuando se acercó un señor mayor, de ropas humildes pero impecablemente limpio, tenía en las manos algo como un folleto y se dirigió hacia mi.
Me saludó, miraba con temor hacia uno y otro lado; me ofreció algunas monedas y billetes cubanos. Le pregunté cuanto costaban, dijo déme lo que usted deseé. Estaban colocados dentro de un folleto recordatorio de la llegada del Santo Padre a Cuba. En ese momento, ambos nos dimos cuenta que se acercaba personal uniformado, el hombre comenzó a titubear, me las entregó y empezó a alejarse. Guardé en mi cartera lo que me había dado y le dije – Espere, venga aquí. Ya el guardia estaba a lado mío y el hombre se había parado, me miraba con miedo. Lo tomé del brazo, mientras el guardia preguntó que hacía ese hombre conmigo, si me molestaba. Mi carcajada sorprendió a ambos, al tiempo que enfrenté al guardia y le dije: Yo molesté al señor, porque le pregunté donde podía tomar un “mojito”, él dijo que no sabía porque no era de esta zona. ¿Hay algún problema? y quiero darle un pequeño regalo por su atención Supongo que no está prohibido!
- No señora, disculpe usted, pensé que la estaban molestando.
Descaradamente, desafiando la autoridad, saqué un billete de diez dólares, se lo entregué al anciano, me dio
las gracias y se alejó casi corriendo.
Era una forma de rebelión interna que me iba ganando poco a poco, tenía ganas de patear a alguien y no sabía bien que hacer.
Cuando seguimos nuestra excursión, sin haberlo pensado, me llevaron a conocer “La Bodeguita del Medio” donde tomaba su tradicional mojito el escritor Ernest Heminway. Allí me di cuenta que no había mentido, estaba tomando un mojito, sabroso, frío, dulzón y cubano. Este pequeño incidente, me devolvió el buen humor.
Por la tarde haría otra excursión, deseaba ver la ceremonia del cañonazo de las 21,00 y al día siguiente iría a conocer la Plaza y el Museo de la Revolución.
Finalmente fuimos hasta el Templete, lugar donde está colocada la placa que recuerda la designación de La Habana como “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO. Podía ser por los edificios antiguos, por las construcciones hermosas; en cuanto al resto? Esas palabras me sonaban como carcajada de burla.
Magui Montero
Luego de este mal inicio, partimos rumbo a la Vieja Habana, veíamos asombrados construcciones bellísimas, que estaban siendo restauradas en algunos sectores, pero a pesar del paso del tiempo no dejaban de mostrarnos lo hermoso de su arquitectura. Visitamos El Capitolio, réplica exacta del que se encuentra en EEUU, transformado luego de los cambios del régimen en la Academia de Ciencias, la Plaza de Armas, el Castillo del Morro con sus baterías apuntando hacia la Bahía para protección de la Ciudad, tal como estaban enclavados antiguamente. Nos explicaron que para evitar la entrada de los piratas; a determinada hora se acostumbraba a levantar una pesada cadena que cruzaba de un lado al otro, e impedía el ingreso nocturno de barcos bucaneros. Aun hoy, al atardecer, se realiza la ceremonia de cambio de guardias a la luz de las antorchas con cañonazos que anuncian el cierre con cadenas del puerto de la Ciudad (un espectáculo que tuve oportunidad de disfrutar y fue maravilloso).
Por toda la ciudad veíamos desplazarse vehículos muy antiguos e incluso las famosas motos con sidecar, dejándonos boquiabiertos por el buen estado de mantenimiento en que se encontraban. Nos informaron que las piezas eran reparadas y modificadas para seguir usándolos
Me saludó, miraba con temor hacia uno y otro lado; me ofreció algunas monedas y billetes cubanos. Le pregunté cuanto costaban, dijo déme lo que usted deseé. Estaban colocados dentro de un folleto recordatorio de la llegada del Santo Padre a Cuba. En ese momento, ambos nos dimos cuenta que se acercaba personal uniformado, el hombre comenzó a titubear, me las entregó y empezó a alejarse. Guardé en mi cartera lo que me había dado y le dije – Espere, venga aquí. Ya el guardia estaba a lado mío y el hombre se había parado, me miraba con miedo. Lo tomé del brazo, mientras el guardia preguntó que hacía ese hombre conmigo, si me molestaba. Mi carcajada sorprendió a ambos, al tiempo que enfrenté al guardia y le dije: Yo molesté al señor, porque le pregunté donde podía tomar un “mojito”, él dijo que no sabía porque no era de esta zona. ¿Hay algún problema? y quiero darle un pequeño regalo por su atención Supongo que no está prohibido!
- No señora, disculpe usted, pensé que la estaban molestando.
Descaradamente, desafiando la autoridad, saqué un billete de diez dólares, se lo entregué al anciano, me dio

Era una forma de rebelión interna que me iba ganando poco a poco, tenía ganas de patear a alguien y no sabía bien que hacer.
Cuando seguimos nuestra excursión, sin haberlo pensado, me llevaron a conocer “La Bodeguita del Medio” donde tomaba su tradicional mojito el escritor Ernest Heminway. Allí me di cuenta que no había mentido, estaba tomando un mojito, sabroso, frío, dulzón y cubano. Este pequeño incidente, me devolvió el buen humor.
Por la tarde haría otra excursión, deseaba ver la ceremonia del cañonazo de las 21,00 y al día siguiente iría a conocer la Plaza y el Museo de la Revolución.
Finalmente fuimos hasta el Templete, lugar donde está colocada la placa que recuerda la designación de La Habana como “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO. Podía ser por los edificios antiguos, por las construcciones hermosas; en cuanto al resto? Esas palabras me sonaban como carcajada de burla.
Magui Montero