sábado, 13 de septiembre de 2008

LA DESPEDIDA

Era nuestro último día en República Dominicana. La madrugada siguiente dejaríamos el hotel para partir rumbo a Cuba. Ansiaba conocer el próximo país que visitaría, pero al mismo tiempo me apenaba dejar éste. Todo había sucedido con rapidez; demasiadas cosas bonitas, infinidad de paisajes nunca vistos, sensaciones nuevas –como la excursión en velero y la práctica de snorkel, maravillándome con los colores de la fauna y flora submarina-, el romanticismo de cenar a la luz de las velas, la intensidad de los ritmos de esta tierra, la sensualidad de su danza, había calado profundamente dentro mío. Ahora esa euforia ante las cosas vividas se trastocaba en una tenue congoja, pues por dentro sabía que difícilmente esta oportunidad se repitiera.
Decidí levantarme muy temprano y dejar el equipaje casi listo para aprovechar al máximo las últimas veinticuatro horas que me quedaban por gozar en este lugar bendecido con tanta belleza.
Amaneció algo nublado, pero a pesar de ello, tercamente luego de desayunar me dirigí hacia el mar. El viento soplaba con fuerza, aunque las aguas cercanas estaban casi mansas; a la distancia, en el borde que formaba el anillo coralino, las grandes olas restallaban levantando espuma.
El personal iba y venía presuroso recogiendo reposeras, asegurando puertas y ventanas. Veía sus sonrisas algo forzadas y me aconsejaron volver hacia el hotel. Las palmeras se cimbraban, sus hojas caían pesadamente. Era la hora del desayuno, el cielo se oscurecía rápidamente. A la distancia podía oír los truenos y los relámpagos formaban dibujos extraños cada vez más cerca.
Finalmente, uno de los múltiples empleados que corrían trabajando esforzadamente se acercó y recriminó mi actitud. –Usted no sabe los peligros que implica una tormenta tropical, por favor acepte mi consejo, esto no tardará en llegar, y se irá en seguida. Tendrá el resto de la jornada para disfrutar de la playa, pero ahora por su seguridad, le sugiero regresar al hotel.
Acepté la sugerencia, que sonaba en realidad como una orden y me encaminé al dormitorio. Tercamente trataba de espiar a través de las persianas y encontrar una explicación a la angustia que veía reflejada en los rostros de los lugareños, disimulada detrás de sus sonrisas forzadas… En pocos minutos lo comprendí… El ulular del viento se convirtió en sonido arrollador, un rayo hizo temblar todo; toneladas de agua se precipitaron de golpe. Una sombrilla parasol olvidada en el jardín, se elevó varios metros, impactando con fuerza en el balcón del bar; fueron no más de treinta minutos, después todo quedó en silencio. Esperé varios minutos y salí nuevamente. Parecía que un loco enfurecido había pasado por allí. Había brisa fresca, pero el panorama de plantas desgajadas, bellas flores destruidas y hasta dos o tres cocoteros con las raíces al aire me sorprendió. Sin embargo, como pequeñas hormigas laboriosas, muchísimos empleados trabajaban limpiando y colocando cuidadosamente todo en su lugar. El sol se dejó ver nuevamente, la tormenta había pasado…
Luego de sorprenderme con la vista de una pequeña grúa que ayudaba a colocar nuevamente las palmeras en su sitio de la playa y remojarme un rato en el agua –aun algo oscura- me envolví en el pareo y fui a “Bachata” para tomar un capuchino con un copo grandote de crema espolvoreada con canela, mientras otros preferían comer pequeños bocadillos acompañados de cerveza.
Ese día no almorcé… -ni falta que hacía- tenía suficiente reserva de comida por haber pasado toda la mañana picoteando delicias que se nos ofrecían a cada instante. Volví a la playa a sumergirme nuevamente en el mar, hasta el atardecer.
Era sábado, la fiesta de gala de despedida se acercaba, después de quince días transcurridos concluía nuestra visita a Punta Cana.
El Hotel tenía por costumbre ofrecer cotidianamente en la cena, una noche dedicada a cada país. Durante estos eventos, decoraban el comedor con adornos, banderas, tragos, música y comidas temáticas. Tuve oportunidad de disfrutar sabores de Alemania, Francia, España Italia y otros lugares. Abanicos, mantones, sombreros, sones de acordeón, punteos de guitarra, voces en diferentes idiomas interpretando canciones fueron creando un clima excepcional, acompañando nuestra estadía. Ahora se acercaba el momento del gran final.
Me arreglé cuidadosamente, tenía un vestido negro largo con un atrevido escote, las uñas esmaltadas y el maquillaje –muy suave, porque el bronceado lo hacía innecesario- sandalias altas de tacón fino hicieron el resto.
Bajé a cenar, me encontré con una decoración sorprendente, era dedicada a Japón. Cócteles, flores, abanicos y sombrillas de papel de arroz cubrían la recepción. La luz de las velas daba un aspecto maravilloso a la escena. Comí sushi de cerdo y ensalada de mariscos sabrosísima. Otros pidieron langosta y ostras. Tomamos vino blanco, terminé con un postre que me agradó, pero nunca pude entender como se llamaba.
Más tarde nos reunimos todos en “Bolero” bailé hasta quedar agotada de cansancio, me saqué los zapatos tomé el último trago, saludé y agradecí al personal del bar antes de regresar a la habitación.
Preparé el resto del equipaje, dejé solo lo que me pondría para viajar. Eran las tres de la mañana… A las cinco treinta me despertarían para volar hacia Cuba. Restaban pocas horas en Dominicana. Iniciaba otra etapa… Nuevamente el cosquilleo de ansiedad se hacía sentir en la boca del estómago.
Magui Montero

3 comentarios:

Lil Smith dijo...

Que sabroso!!!! estaré esperando por tu viaje a Cuba

Te cuento que a las tormentas tropicales hay que tenerle respeto. Acá entre julio y agosto vienen de visita ess tormentas y vuela todo aquello que no esté bien sujeto y después se unen a los huracanes que azotan el caribe
Pero es digno de admirar la fuerza de la naturaleza.

Te dejo un abrazo grande Magui y también enlazaré este blog =)

Anónimo dijo...

en eso de la actividad cansada con pocas horas de sueño tengo experiencia

un beso

Magui Montero dijo...

Ya pronto los haré pasear por Cuba Shanti!!

Besitos
Magui

En cuanto a lo que dices mi querido amigo, de la falta de sueño y el cansancio por la intensa actividad, opino que es eroneo decir que las personas vamos de vacaciones para descansar. Más bien opino que nos cansamos más pero con una actividad diferente a la que habitualmente desarrollamos.
...Y sino, como es que luego necesitamos unos dias para descansar del "descanso" de las vacaciones??? jajajaja!!!
Un abrazo!
Magui