El Museo de la Revolución y mis sentimientos
Poco a poco mi estado de ánimo fue cambiando, yo deseaba conocer La Habana, ansiaba saber un poco de Cuba, pero lo único que recibía era propaganda oficial. Es cierto que se admiraba a los héroes de la Revolución y estos recibían homenaje de su pueblo; pero ¿Eso era lo que yo buscaba? Internamente me respondí que no había ido a ver fotografías ni la Historia de luchas intestinas que ya llevaba varias décadas. El pueblo cubano era toda su gente, la de antes y la actual. El sufrimiento se podía palpar a cada paso, me pedían caramelos para endulzar la leche de los niños, papel y lapiceras para poder escribir, dentífrico y jabón para el aseo. No eran mendigos, no era gente desocupada, como había podido ver en dis
tintos países, incluso en el mío. Eran seres humanos trabajadores, íntegros, sacrificados, que se veían imposibilitados de tener lo necesario para seguir adelante. Temerosos de ser vistos por el personal de vigilancia que podía denunciarlos, susurraban y escapaban rápidamente ante el menor síntoma de que alguien pudiese culparlos de algo.
En medio de ese sentimiento de rabia e impotencia que me embargaba, llegamos al antiguo Palacio de Gobierno, cuya construcción databa de 1920, actualmente Museo de la Revolución… Y entonces más de lo mismo. Una construcción antigua, maravillosa, la arquitectura sublime, los techos y columnas con ornamentos de increíble belleza; y en incongruencia total, muestrarios de armas, y recuerdos, que resultaban dolorosos haciendo apología de la violencia; aunque hubiese habido razones fundadas para ello.
Nuestra sorpresa nos dejó callados, hasta que pregunté el porqué de todo esto. Quizás si este edificio hubies
e sido usado en forma diferente, con eso se hubiese podido alimentar a miles de cubanos que carecían de cosas imprescindibles. El guía, sinceramente molesto, respondió que los héroes de la Revolución merecían ese homenaje, y de hecho no alcanzaría para subsanar problemas que no eran culpa del País ni de su pueblo, sino del bloqueo injusto que los estaba perjudicando. Recibí un codazo de un compañero de excursión, que me susurró ¡callate! Y el resto del recorrido lo hice en silencio.
El paseo había sido curioso, las cosas que había aprendido eran muchas, sin embargo nuevamente me quedaba un sabor amargo y las ganas de expresar mi protesta. ¿Qué podía hacer yo, una simple turista? Solo mirar y escuchar, lo demás era actuar como lo que hacían tantas personas que sabían y se encogían de hombros; pero yo me negaba interiormente a hacer lo mismo.
Conociendo a los cubanos

En medio de ese sentimiento de rabia e impotencia que me embargaba, llegamos al antiguo Palacio de Gobierno, cuya construcción databa de 1920, actualmente Museo de la Revolución… Y entonces más de lo mismo. Una construcción antigua, maravillosa, la arquitectura sublime, los techos y columnas con ornamentos de increíble belleza; y en incongruencia total, muestrarios de armas, y recuerdos, que resultaban dolorosos haciendo apología de la violencia; aunque hubiese habido razones fundadas para ello.
Nuestra sorpresa nos dejó callados, hasta que pregunté el porqué de todo esto. Quizás si este edificio hubies
El paseo había sido curioso, las cosas que había aprendido eran muchas, sin embargo nuevamente me quedaba un sabor amargo y las ganas de expresar mi protesta. ¿Qué podía hacer yo, una simple turista? Solo mirar y escuchar, lo demás era actuar como lo que hacían tantas personas que sabían y se encogían de hombros; pero yo me negaba interiormente a hacer lo mismo.
Conociendo a los cubanos
Salí a la calle y me separé del grupo, quería caminar; en la mochila guardaba la cámara y mi cuaderno de notas, un poco de dinero, agua mineral, y algunos artículos personales para higiene. No sacaba fotos, en la mano llevaba un plano de la ciudad y folletos, donde se indicaban los principales lugares y monumentos; pero yo tenía ganas de hablar con la gente, de escuchar ese dulce y cantarín sonido de la voz de los cubanos.
Deseaba conversar sin presiones, sin propaganda, sin otros recuerdos que no fueran los de la hermosa música y la vida simple de cualquier persona; aunque sabía que era improbable que pudiese ocurrir.
Quedé parada en una esquina, admirando los coches antiguos, de marcas que ya no se veían en otros lugares, motocicletas con sidecar preciosas, muchas bicicletas. En ese momento, un automóvil paró frente mío, y un moreno canoso y sonriente me preguntó respetuosamente si necesitaba movilidad. Sin pensarlo dos veces le dije que si; y antes que pudiera abrir la puerta trasera, me ubiqué a su lado. – Quiero conocer un poquito de la ciudad y luego escuchar música, pero lléveme a un lugar común para ustedes, no donde van los turistas. Al principio me miró sorprendido, luego de indicarle lo que deseaba, aceptó.
Conversamos mucho, no era de La Habana, aunque hacía años que vivía ahí. Me explicó algunas cosas; respondía mis preguntas y aclaraba preconceptos que yo guardaba dentro mío. El automóvil recorría diferentes lugares mientras él me contaba parte de su vida y cosas de la ciudad.
Me llamó la atención, una construcción blanca, bonita, con banderas y custodia. Le pregunté que edificio era; soltó una carcajada y respondió esa es la casa de las “jineteras” o las putas como dicen ustedes los argentinos. ¿Cómo dice? -Usted perdone, señorita; le explicaré… Es La Casa de Suiza, allí se siguen haciendo negocios entre Cuba y EEUU, por medio de ellos que hacen de intermediario. Eso no nos llega al común de la gente, pero hay dinero que sigue entrando por esas transacciones. Son cosas que Cuba produce y se exportan. ¿Donde conseguirían los yankees cigarros cubanos? ¡¡Solo en Cuba!! – dijo a modo de broma.
Paseamos un rato más, y dijo – la llevaré a escuchar música nuestra, ya verá que divertido es, iremos a un lugar seguro, es gente amiga.
Yo no sabía donde estaba, pero intuía que andábamos a buena distancia del lugar donde me alojaba. Me sentía a gusto con ese hombre mayor risueño y conversador, que me trataba cordial y respetuosamente.
A medida que seguíamos, las callecitas se veían más angostas, unos pequeños jugaban sentados en una vereda. Dejamos el automóvil y caminamos dos cuadras, hasta que llegamos.
Pintado prolijamente sobre la pared descascarada, estaba el nombre del lugar al que me llevaba, bajamos dos escalones y abrió la cortina de tiras plásticas.
Por fin! Acababa de entrar en el corazón de Cuba, era lo que había estado buscando.
Deseaba conversar sin presiones, sin propaganda, sin otros recuerdos que no fueran los de la hermosa música y la vida simple de cualquier persona; aunque sabía que era improbable que pudiese ocurrir.
Quedé parada en una esquina, admirando los coches antiguos, de marcas que ya no se veían en otros lugares, motocicletas con sidecar preciosas, muchas bicicletas. En ese momento, un automóvil paró frente mío, y un moreno canoso y sonriente me preguntó respetuosamente si necesitaba movilidad. Sin pensarlo dos veces le dije que si; y antes que pudiera abrir la puerta trasera, me ubiqué a su lado. – Quiero conocer un poquito de la ciudad y luego escuchar música, pero lléveme a un lugar común para ustedes, no donde van los turistas. Al principio me miró sorprendido, luego de indicarle lo que deseaba, aceptó.
Conversamos mucho, no era de La Habana, aunque hacía años que vivía ahí. Me explicó algunas cosas; respondía mis preguntas y aclaraba preconceptos que yo guardaba dentro mío. El automóvil recorría diferentes lugares mientras él me contaba parte de su vida y cosas de la ciudad.
Me llamó la atención, una construcción blanca, bonita, con banderas y custodia. Le pregunté que edificio era; soltó una carcajada y respondió esa es la casa de las “jineteras” o las putas como dicen ustedes los argentinos. ¿Cómo dice? -Usted perdone, señorita; le explicaré… Es La Casa de Suiza, allí se siguen haciendo negocios entre Cuba y EEUU, por medio de ellos que hacen de intermediario. Eso no nos llega al común de la gente, pero hay dinero que sigue entrando por esas transacciones. Son cosas que Cuba produce y se exportan. ¿Donde conseguirían los yankees cigarros cubanos? ¡¡Solo en Cuba!! – dijo a modo de broma.
Paseamos un rato más, y dijo – la llevaré a escuchar música nuestra, ya verá que divertido es, iremos a un lugar seguro, es gente amiga.
Yo no sabía donde estaba, pero intuía que andábamos a buena distancia del lugar donde me alojaba. Me sentía a gusto con ese hombre mayor risueño y conversador, que me trataba cordial y respetuosamente.
A medida que seguíamos, las callecitas se veían más angostas, unos pequeños jugaban sentados en una vereda. Dejamos el automóvil y caminamos dos cuadras, hasta que llegamos.
Pintado prolijamente sobre la pared descascarada, estaba el nombre del lugar al que me llevaba, bajamos dos escalones y abrió la cortina de tiras plásticas.
Por fin! Acababa de entrar en el corazón de Cuba, era lo que había estado buscando.
Magui Montero
NOTA: Imágenes extraidas de internet
Imagen 1- Frente del Museo. Imagen 2- Detalle de la cúpula desde el interior