miércoles, 17 de junio de 2009

ANSIEDAD Y MISTICISMO. Aguas Calientes y Macchu Picchu. La llegada

Finalmente había llegado el momento esperado. Los proyectos que hiciera desde el inicio del viaje; unos se concretaban y otros fueron modificándose por la falta de experiencia. Los consejos de algunos viajeros me indicaron llevar aparte de la mochila grande para portar todo el equipaje, una más chica que servía para cargar los artículos personales de higiene, el botiquín, linternas, pilas y otras pequeñas cosas de uso diario, sin tener que desarmar aquella que cargaba en las espaldas. Era más cómoda para las excursiones cortas, (de no mas de dos o tres días) sin llevar conmigo tanto peso. El camino iba enseñando; paso a paso conocí que el guarda-equipaje de los hoteles o de las terminales resultaban una buena opción.Antes de salir de Argentina, había leído lo que debía llevar para hacer la Ruta Sagrada de los Incas (con el cruce de la selva incluido) para llegar a Macchu Picchu; pero a pesar de contar con los implementos necesarios, no había hecho las reservas y la cuestión se había complicado. Reflexioné y comprendí que quizás esto era lo mejor. Sabía que la travesía resultaría muy dura para mi; resignada pero teniendo siempre mi objetivo de hacer -aunque fuera en parte lo que me había propuesto- opté por adquirir en Cusco un pequeño paquete que incluía el viaje en tren de Cusco hasta Aguas Calientes, dos noches (con desayuno) en un Hostal del pueblo y la entrada con visita guiada a la Ciudadela Macchu Picchu. Lo demás iría viendo como se presentaba; pero al menos me aseguraba un lugar donde dormir. Salí de Cusco con mi mochila chica. Llevaba una imprescindible muda de ropa, capa de lluvia, abrigo impermeable, un traje de baño y el infaltable mate (aparte de los artículos de uso diario e higiene).El tren resultó sorprendente. Tenía diferentes categorías y los precios consecuentemente, variaciones sustanciales; pero el servicio que había comprado era excelente. Música ambiental, coches climatizados, asientos confortables, ventanillas vidriadas amplias que permitían captar fotografías fácilmente, buena atención. Se podía comer en el coche comedor o en el asiento, apetitosos sándwich de los más variados gustos (aunque de precios altos). Llegué a la Estación de Aguas Calientes avanzada la mañana y la primera impresión fue maravillosa. El pueblo estaba enclavado en una angosta quebrada, rodeada de montañas de lujuriosa vegetación; las viviendas, los hostales, y comercios de todo tipo, convivían armónicamente entre callecitas que subían o bajaban hacia uno y otro lado y puentes que unían la población pasando por encima de las aguas del río que bajaba con fuerza. A poca distancia se encontraba el Hostal Adelas, donde me alojaría; ubicado en la parte superior de un comercio con venta de artesanías, libros y postales. Cómodo, agradable, bien arreglado. La habitación tenía una gran ventana hacia el río Urubamba, afluente del Amazonas, cuyas aguas bramaban a escasos metros de mis pies y del otro lado una pared montañosa cubierta de vegetación. Me dediqué a recorrer el pueblo; era bonito, multicolor, con escaleras y declives; había una linda feria artesanal, tentadora por la variedad de artículos que ofrecía. La calle principal ascendía hasta donde estaban enclavadas las termas usadas desde tiempos remotos, por las cuales el pueblo recibía ese nombre. En torno a esa calle, grupos de turistas escuchaban música, descansaban, o bebían algo fresco en las veredas. Regresé para almorzar; tomaría el baño en las termas en horas de la siesta; el clima me acompañaba con sol brillante, aunque temía que al día siguiente pudiese cambiar el tiempo, cuestión habitual en ese lugar. Almorcé comidas típicas y me encaminé hacia las termas. El trayecto era ascendente, siguiendo el recorrido del río que bajaba con fuerza por la quebrada. Las flores, helechos, el musgo y los árboles indicaban un microclima tropical, pájaros y mariposas se cruzaban hacia uno y otro lado, entreteniéndome, por lo que la distancia, que no era demasiada, se esfumó y llegué casi sin proponérmelo. Pagué la entrada e ingresé en la zona de las piscinas. En realidad eran pequeños piletones con escaleritas para sumergirse y permanecer sentados. El lugar estaba rodeado de césped y flores a los costados. Eran varias piscinas, ubicadas en el declive natural del terreno, me explicaron que las que se encontraban más abajo en la pendiente, eran de mayor temperatura y que se debían tomar las precauciones habituales de todo baño termal. Estuve los consabidos diez minutos y me senté a un lado a gozar del sol.En ese lugar conocí a otro grupo de gente que al día siguiente iría a conocer la Ciudadela y nos entusiasmamos en armar un proyecto (irresponsable). Teníamos pagado el microbús para la ida y el regreso hasta Aguas Calientes; pero al no haber podido hacer "el camino del Inca" decidimos trepar hasta la Ciudadela, ayudados por la experiencia de un muchacho peruano que ya lo había hecho.Para ello debíamos subir durante tres horas aproximadamente y llegar al amanecer, para ingresar apenas se abrieran las puertas. Allí me reuniría con el guía y las personas que iban en los microbuses y entraría a Macchu Picchu. De la partida fuimos seis. Una pareja de jóvenes japoneses, una chica australiana, un estadounidense, yo y nuestro audaz guía; quien solo por entusiasmo de aventura se unía a esta experiencia con personas que nunca lo habían hecho y desconocían los peligros de realizarlo de esta forma. Partimos con pocas cosas. Yo llevaba en mi mochila aparte de linterna y agua mineral, mi botiquín, dos sándwich, dos manzanas, la cámara de fotos, la capa de lluvia y otra camiseta. Sabía que sería un trayecto duro y no debía llevar nada pesado. Había luna, pero igualmente la noche no era clara; al principio las linternas sirvieron, pero cuando comenzamos a trepar, por momento necesitábamos las dos manos y no sabía como hacer. Tomé la decisión de atarla firmemente con una correa en mi pecho apuntando hacia abajo, así al menos vería donde ponía los pies. Me puse unos viejos guantes porque las piedras lastimaban las manos, la hierba estaba húmeda y había niebla, ¿o serían nubes? Hablábamos poco, por problemas de idioma y porque el esfuerzo cada vez era mayor. Agradecía por otra parte que fuera de noche y no tener idea de la altura, pero me arrepentía de haber seguido a este puñado de jóvenes locos. Sabía que íbamos trepando por el mismo lugar donde iba el camino, pues de rato en rato, cruzábamos la ruta, hacíamos descansos, y luego continuábamos subiendo acortando distancia. Nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad y ahora era más fácil ver el empinado trayecto, empecé a transpirar y me saqué el sweater y la campera impermeable. Empecé a ver que el cielo estaba más claro, pero gris y una fina llovizna nos humedecía. Rony nos dijo que no era lluvia sino nubes bajas y que faltaba apenas media hora de trepada. A lo lejos alguno que otro vehículo subía, lo supe por el sonido de motores y la luz de los faros; nos comentó que eran los empleados que empezaban a subir. Llegamos cansados, con algunos raspones, agitados pero con la mirada brillante de los que lo han conseguido. Una amplia calle con un edificio, asientos en lo que parecía una parada de buses, y la entrada. Recién empezaba a clarear y estaban llegando los primeros buses. Me separé de los compañeros de la improvisada expedición y entré a los baños, a asearme. A la salida, el lugar estaba cubierto de micros y turistas que pululaban; encontré a la persona que debía contactar, quien me miró con sorpresa y disgusto cuando le comenté lo que había hecho. Recibimos recomendaciones de quien sería nuestro guía dentro de la Ciudadela. Nos dijo que debíamos ir al baño antes de ingresar, ya que adentro no lo había; no debíamos hablar en voz demasiado alta, pues cualquiera fuese la religión que profesáramos, teníamos que comprender que estábamos entrando a un lugar que era un templo, por lo cual era primordial tener respeto. Amanecía, el lugar permanecía en medio de bruma espesa; yo rogaba interiormente que no lloviese para poder disfrutar a pleno aquello que tanto quería conocer. Estaba ingresando a Macchu Picchu.
NOTA: Foto1- Ciudad de Cusco. Foto 2 y 3- Llegada estación Aguas Calientes.
Foto 4- Río Urubamba. Foto 5- Almorzando en Aguas Calientes.
Foto 6- Pueblo de Aguas Calientes. Foto 7- Termas de Aguas Calientes
Fotos 8, 9, 10, 11 - Camino hacia las termas- Foto 12- Subiendo a la Ciudadela de Macchu Picchu

miércoles, 3 de junio de 2009

RECORRIENDO EL CUSCO. TEMPLOS, FORTALEZAS Y PUEBLOS. II


Continuamos la excursión saliendo de la ciudad para ir a la Fortaleza Saqsayhuaman a poca distancia, pues desde la altura podía aun ver la ciudad. La fortaleza estaba construida en forma de tres estructuras concéntricas. La exterior a nivel y las murallas internas a su vez sobre elevadas respecto a la primera, como si se tratara de una torta de tres pisos. Algunas piedras tenían hasta dieciséis caras, tan bien talladas que a pesar de los cientos de toneladas encajaban perfectamente la una con la otra, sin que una hoja de papel pudiese ser introducida entre ellas (lo comprobé). Continuamos hacia el Templo Qengo, donde se realizaban las ceremonias de iniciación de las mujeres púberes y sacrificios de animales dedicados a la Luna, entramos por pasadizos hacia un nivel inferior y pude observar tanto los altares preparatorios de sacrificios, como el altar principal. En la parte superior se hallaban los tronos tallados en piedra donde se ubicaban tanto el Inca como los sacerdotes del Pueblo Tahuantisuyo (verdadero nombre y no Inca como erróneamente se lo llama). Continuamos visitando la fortaleza Pucapucara, era la fortaleza encargada de proteger la zona más alejada del los alrededores del Cusco.
De allí fuimos al Templo Tipón, lugar donde antiguamente se realizaban las ceremonias de purificación y las mujeres recibían bendiciones de fertilidad. En ese lugar, aquel día a pesar del sol había viento muy frío; compré a una vendedora ambulante por 0,50 soles humita en chala rellena con queso de llama. Sabroso manjar caliente que me sirvió de tentenpié y tentó al resto de los excursionistas a probar lo mismo que yo.
Continuamos el recorrido hasta una feria de artesanos, luego seguimos rumbo a Pisac, allí visitamos el pueblo donde se realizaba la fiesta de carnaval. Había personas de diferentes comunidades indígenas que concurrían al pueblo para esta celebración. Cada comunidad durante todo el año trabaja duramente y va bordando los trajes que se usarán para esta ceremonia. Fue maravilloso contemplar sus danzas, sus trajes, la diferencia entre cada región y los rasgos distintivos. El haber concurrido la primera noche al Centro Cultural, me servía ahora para identificar la región a la que pertenecían y me sentí feliz de haber tomado nota.
Las calles de Pisac eran adoquinadas pero formando diseños con las mismas piedras. La gente del lugar congregada en la plaza del pueblo formaba una abigarrada multitud que miraba el espectáculo en silencio. Yo los observaba con curiosidad y solo sus ojos mostraban alegría, pero comprendí que era parte de sus características. Estaban acostumbrados a los silencios, a las grandes distancias, a la inmensidad de sus montañas y la profundidad de sus precipicios. Ríen sin estridencia, hablan bajo, caminan con pasos cortos; pero tienen mirada fuerte, ojos rasgados, penetrantes, quizás con mucho de los cóndores que habitan en su alturas montañosas.
Seguimos rumbo a las ruinas de Tambomachay, en los alrededores del mismo pueblo y enclavados en el monte de este nombre. Lo que a la distancia parecían pinturas o grabados en la montaña, formando diseños incaicos, en realidad eran construcciones de grandes dimensiones, que pueden observarse en detalle acercándose a ellas. ¿Cómo se había construido todo esto? ¿Cuántas generaciones habían trabajado para lograr tan geniales obras? Los detalles de belleza que se veían desde muy lejos como diseños y arabescos, eran grandes paredones de la fortaleza; habían sabido jugar hasta con la perspectiva para que se tornara un elemento decorativo de la montaña. En el valle, el pueblo entero estaba danzando y jugando con agua, el carnaval nos mostraba sus distintos rostros en cada población. Lo sorprendente es que se bailaba, se cantaba, pero todo en el contexto de una festividad religiosa; pues las imágenes de el Cristo crucificado o la Virgen estaban presentes en cada lugar que visitábamos; lo religioso estaba incorporado a lo pagano. Comprendí lo que el guía nos explicaba acerca de que para evangelizar, se los había incorporado a Dios, Jesús y la Virgen, como parte de su misticismo y religiosidad anterior.
Desde allí fuimos con rumbo a Chinchero, un pueblito enclavado en la montaña, de belleza indescriptible, con la capilla maravillosa llena de historia y antigüedades de gran valor, ubicada en el lugar más elevado del pueblo.
Había comenzado a anochecer. Hacía frío y emprendimos el regreso, antes de llegar al Cusco cuando ya se veían muy abajo las luces de la ciudad como pequeñas lentejuelas doradas, paramos en una posada para tomar una taza caliente del consabido té de coca acompañado de un sandwich.
Terminaba un día más en el Cusco y aun restaban muchas sorpresas porque comenzaba el viaje a Macchu Picchu.
Magui Montero
NOTA: Foto 1- Fortaleza Saqsayhuaman. Foto 2-Templo Qengo Trono Ceremonial. Foto 3-Fortaleza Pucapucara. Foto 4- Templo Tipón. Fots 5 y 6- Lugarenos con trajes típicos de Fiesta. Foto 7- Camino al templo Pisac. Foto 8- Tambomachay. Foto 9- Iglesia de Chinchero