sábado, 25 de abril de 2009

Excursión al Titicaca - Reserva Islas flotantes de los indios Uros – Isla de los Taquile. Perú

Por la mañana muy temprano, partí junto a un grupo de turistas hacia el Lago. Allí nos esperaban ya listas las embarcaciones, para adentrarnos en el lago. Esta vez vería dos comunidades diferentes a las que había tenido oportunidad de conocer en la parte boliviana.
Los guías en su mayoría hablaban fluidamente más de un idioma; los grupos de personas fueron separaron de acuerdo al idioma en que se daría la explicación y partimos.
Poco a poco nos fuimos adentrando en el Lago; nos dirigíamos hacia una zona con abundancia de totoras, hasta que aparecieron las primeras islas. Cada una de ellas albergaba alrededor de doce familias, con sus correspondientes viviendas. Tenían aves de corral y la vida en muy poco difería de aquella que podía transcurrir en tierra firme. Había escuela, hospital, iglesia, mercado y hasta un lugar para actividades sociales y deportivas. Contaban con luz eléctrica por medio de energía solar, radio y tv. Solo que en lugar de calles se sucedían los canales por donde la gente lugareña iba de uno a otro lado en sus barcazas.
Tanto las islas, como las embarcaciones y las viviendas estaban construidas en totora – que también les servía de alimento- (por supuesto que probé para conocer su sabor) aunque también comí panecillos horneados muy sabrosos. Su principal fuente de recursos era el turismo o los diversos artículos artesanales que comercializaban en moneda o por sistema de trueque (de acuerdo a sus necesidades) Cada Isla tenía un nombre. La que tuve oportunidad de conocer se llamaba Santa María. Fuimos recibidos con mucha alegría, y nos sentamos en rollos de totora preparados a modo de banquetas en el centro, para presentarnos a los miembros de esa comunidad y darnos las explicaciones. Los trajes de las mujeres estaban algunos bellamente bordados, había tapices, cestas, cortinados y miniaturas hechas artesanalmente que se vendían a precios sumamente accesibles.
Los niños jugaban alegremente como en cualquier otro lugar, a pesar de la cercanía del agua. Las barcas tenían una vida útil de alrededor de dos a tres años, luego de lo cual pasaban a ser parte del suelo de la isla; Por lo que constantemente se estaba construyendo una.
Nos sacamos fotografías, paseamos en estas grandes embarcaciones, bellas, livianas y con una gran similitud de diseño con las barcas vikingas y continuamos viaje, luego de comprar algunos recuerdos y despedirnos de nuestros anfitriones.
Navegamos durante un largo rato, hasta que se divisó la Isla de los Indios Taquile. Hermosa, rodeada de vegetación multicolor y sembrados. La Isla sobresalía formando un cono de ancha base, con sus caminos serpenteantes que llevaban hasta la cumbre, donde estaba emplazada la plaza principal, la iglesia, el Centro Cultural y otros edificios importantes hechos en piedra. Sus casitas de adobe y piedra de techos rojos, se destacaban en medio de la vegetación en distintas partes de la isla.
Durante el trayecto de navegación, nos informaron que si bien esta Isla se encontraba en territorio peruano, las costumbres y las leyes estaban pautadas de otra forma. Cada problema familiar o los delitos que podían suceder en su territorio, eran presentados ante toda la comunidad en voz alta y juzgados por todo el pueblo un día especial de cada semana.
El Jefe de la Isla (y su grupo familiar) vestían de forma diferente al resto de los habitantes y era el único que puede llevar sombrero y una faja roja en la cintura. El resto de los hombres lleva en su cabeza un gorro tejido de diversos colores, y la manera en que está colocado indicaba su estado civil o situación (soltero, casado, comprometido, en busca de novia) las mujeres visten un traje cuya falda (ancha y con varias enaguas) es bordada en diferentes colores, y una manta color negra tejida, en cuyos extremos lleva un pompón de colores cuya lana está teñida en tres colores, formando círculos concéntricos. La forma de colocar la manta o de ubicar los pompones, significa algo similar a lo que simboliza el gorro en los hombres; con la diferencia que también pueden expresar su estado de ánimo. (Incluso lo usan para avisar al resto de la comunidad que su marido las engañó y así avergonzarlo delante de todo el pueblo)
Otra de las particularidades de esta comunidad es que los hombres son tejedores y consiguen hermosos diseños en los artículos que venden. Algunos comercializan piedras semipreciosas que se consiguen en el lugar a precios irrisorios. Las mujeres se dedican a las tareas de la casa y la agricultura, los niños aprenden a tejer o cuidan el ganado.
El Jefe de los Taquile, nos fue a dar la bienvenida en el embarcadero acompañado de su esposa y sus dos hijos. Luego nos dirigimos al centro del poblado, almorzamos comidas típicas (bastante condimentadas pero sabrosas) disfrutamos de su música y su danza y emprendimos el regreso luego de pasar por el Centro Cultural, donde los hombres tenían a la venta sus tejidos. Ese día había sido sorprendente; el buen tiempo nos había acompañado; las personas que conocimos tenían costumbres muy diferentes, pero todo el entorno respiraba paz y armonía.
El paisaje y la naturaleza se brindaban plenos; pero también su gente de rostros broncíneos y parcos de palabras nos estaba dando una lección de convivencia y respeto por lo que ella les estaba dando.
Volví feliz, con los ojos llenos de tantos colores, pero debía continuar camino. Se acercaba el momento más importante. Mi próximo destino guardaba la raíz de una civilización maravillosa. Mañana partiría para Cusco.
Magui Montero
NOTA: Fotografías 1, 2, 3, y 4 Reserva Islas flotantes del Lago Titicaca (indios Uros)
Fotografías 6 y 7 Isla de indios Taquile del Lago Titicaca.
Fotografía 5 ropa típica de indios Taquile (foto bajada de internet).

miércoles, 15 de abril de 2009

MI ENTRADA A PERÚ. PUNO LA CAPITAL FOLCLÓRICA DEL PAIS.

Salí de Copacabana al atardecer; luego de cambiar algo de dinero para tener soles cuando llegara. Me habían explicado que el viaje sería bordeando el lago Titicaca, aunque no tendría oportunidad de ver el paisaje, porque lo haría durante la noche. Y en la mañana estaría llegando a Puno. Quizás el cansancio y lo confortable del bus hizo que me quedara dormida en seguida. Iba en uno de los primeros asientos, era de madrugada cuando abrí los ojos. Una luna enorme iluminaba el paisaje y a lo lejos se observaban matas de pastizales, el brillo del agua, algunos charcos aquí y allá en lo que parecían humedales o esteros y manchones blancos que supuse podía ser rastros de salitre. Volví a dormirme y la luz del amanecer me despertó. Estábamos pasando por un pequeño pueblo; las casitas de adobe y techos inclinados se veían nítidamente, como si el bus estuviese transitando por su calle principal. Aquí los manchones blancos eran mucho más grandes y visibles, también en los techados.
¿En los techos? Pues si! Ignorante o despistada, le pregunté al chofer si que era y se rió muy fuerte. Es hielo señorita! Está haciendo mucho frío; es habitual en esta zona. Pero estamos en febrero – le dije- Se encogió de hombros y calladamente observé su sonrisa burlona y preferí quedarme callada.
A la mañana llegamos a Puno. La Terminal de buses bullía de turistas, muchos con valijas, otros iban y venían con su mochila y una innumerable cantidad de agencias de turismo y personas dedicadas a ofrecer sus servicios tanto hoteleros como excursiones a viva voz. Sin embargo, me llamó la atención escuchar palabras en quechua – que me resultaba algo familiar – por provenir de un lugar donde muchos de sus vocablos se asimilaron a nuestro lenguaje coloquial diario. Era la lengua que utilizaban para conversar entre ellos (o hacerle una broma a algún turista incauto) Me dirigí hasta un hombre joven que ofrecía hotelería de buena calidad en zona céntrica a precio que me pareció conveniente; en el momento en que hacía un comentario referido a mi. Sonriendo, le dije que casualmente yo entendía lo que había dicho; se quedó callado, luego pidió disculpas y en correcto español me expresó que conseguiría una rebaja importante sobre el precio ofrecido.
Allí nos dirigimos a la salida y conocí un medio de locomoción que nunca había visto. Eran algo parecido a pequeños automóviles carrozados, con capacidad para dos pasajeros y el chofer; pero en realidad estaban armados sobre motocicletas. Un medio de transporte cómodo y económico, que habitualmente se usa –como después pude comprobar- en casi todo el Perú.
El hotel estaba ubicado a pocos pasos de la plaza principal y a 1 manzana de la peatonal de Puno. Por la tarde salí a conocer la ciudad. Se respiraba aire festivo, había música y gente que danzaba en trajes suntuosos, porque era carnaval. Las bandas llenaban el aire con el acompasado sonido de sus parches e instrumentos de viento. Toda la celebración se hacía en homenaje a la Virgen de La Candelaria. Nuevamente pude observar esa rara mezcla de fiesta pagana y cristianismo que había observado en Bolivia. Era un espectáculo bellísimo. Regresé al hotel ya tarde, pero las personas seguían danzando y el desfile de bailarines era incesante; pero al día siguiente debía partir a una excursión que deseaba hacer. Conocería la Reserva Indígena de los Uros en las Islas Flotantes y luego conocería una comunidad indígena con costumbres diferente, la Isla de los Indios Taquile.
Magui Montero
NOTA: Todas las fotografías fueron captadas durante el desfile de carnaval por las calles de Puno.

martes, 7 de abril de 2009

La Isla del Sol - Una excursión por el Titicaca

Eran las 8 de la mañana cuando llegué al embarcadero. Estaba molesta porque amaneció con nubarrones, hacía frío y corría viento. Había comprado un pasaje para la excursión de todo el día a la Isla del Sol; pero nuevamente apelé a mi "mentalidad de turista" para hacer volar el enojo, y me apresté a disfrutar del viaje. Muchas personas se embarcaban con la mochila porque iban a acampar durante algunos días y volverían en otra embarcación. Dos excursiones salieron juntas, repletas de gente de los más diversos países. A pesar del frío y el viento, elegí ir en la cubierta superior, para poder lograr mejores fotografías. Otros excursionistas hicieron lo mismo; a pesar de que teníamos comodidad suficiente para ir bajo cubierta. El guía se presentó, al igual que la persona que iba a cargo de la embarcación, durante el trayecto, se hicieron juegos, pusieron música; fueron contando parte de la historia y las características de la Isla. Antes se hacía simultáneamente la excursión a la Isla del Sol y a la de la Luna, pero en este momento estaban cancelados los viajes a esta última, porque se realizaban tareas relacionadas con la arqueología; -al menos eso es lo que nos dijeron-.El lago estaba picado y las olas golpeaban, pero teníamos colocados salvavidas y el paisaje era demasiado imponente para pensar en otra cosa. Luego de un largo trayecto, cuando nos empezamos a acercar a destino, pudimos observar su impactante belleza. La Isla tenía unos 10 km. de largo por casi 7 kilómetros de ancho; haciendo honor a su nombre, las nubes comenzaron a abrirse y un tibio sol iluminó las laderas verdes, en su mayor parte cubiertas por terrazas, construidas hacía muchísimas centurias.Nos explicaron que pararíamos un momento en la parte sur para bajar algunos pasajeros y luego continuaríamos hacia la parte norte. Allí treparíamos la montaña, acompañados del guía. A nuestro regreso, volveríamos a la parte sur para almorzar junto al lago y emprender el regreso. Allí miré por primera vez las barcas de totora, similares a las que días después vería en el Perú, de diseño similar al de los barcos vikingos; en su proa llevaban la figura de dos dragones. Deseaba acercarme más, para observarlas en detalle y curiosear la técnica con que estaban tejidas, pero debíamos continuar el viaje, pues la caminata para trepar llevaba tiempo.Continuamos hasta la parte norte y desembarcamos. Era un caserío, los pobladores en su mayoría eran descendientes de antiguos habitantes indígenas; a poca distancia un pequeño museo con piezas encontradas en el lugar y ciertos documentos que reflejaban la historia. Antes de iniciar la subida, pasamos por una playa donde estaban instaladas carpas con acampantes, casi todos jóvenes, el lugar era bonito y se respiraba tranquilidad. Más allá comenzaban las elevaciones y se iniciaba el ascenso. A medida que subía, por caminos construidos de un adoquinado muy prolijo y antiguo, pude observar infinidad de pequeños islotes rodeando la Isla. Sorprendía la similitud con figuras de animales que tenían algunos. El guía nos relató que de acuerdo a las antiguas creencias, había nacido el Dios Sol, desde una piedra que estaba en la parte más alta, donde se encontraban el altar ceremonial y las ruinas que visitaríamos; los islotes eran la representación de los animales que fueron parte de la creación, como recordación del nacimiento de la vida en este lugar. Pasamos por un pueblo indígena, y continuamos el ascenso, el paisaje se hacía más hermoso de contemplar cuando ganábamos altura, hasta que finalmente llegamos a la cumbre. En el centro se alzaba un altar ceremonial, rodeado de 12 piedras cúbicas, colocadas en forma circular, a su alrededor. A un lado una piedra de grandes dimensiones con una concavidad, de donde habíase producido el surgimiento de Inti. Luego seguían las ruinas de diferentes habitaciones para ceremonias y recogimiento de los sacerdotes. El lugar impactaba por la mezcla de colores donde resaltaba el color azul intenso de las aguas poniendo un marco maravilloso a este templo enclavado en la parte superior de la Isla del Sol.Debíamos regresar, y allí se nos dio la opción a bajar por el mismo sendero por el que subimos, o tomar otro por la altura, hasta llegar a la parte Sur, donde nos recogerían. Fueron pocos los que se atrevieron a ir por la parte superior. Teníamos solo dos horas para hacer varios kilómetros por una zona escarpada y desconocida. El resto prefirió volver con el guía, en la embarcación hasta el embarcadero Sur, donde tomaríamos el almuerzo. Bajamos por segunda vez en la parte Sur y nos sentamos en una linda posada, a comer pescado fresco preparado de distintas formas. Mientras esperábamos el regreso de los que venían por el camino de la cumbre, aprovechamos para sacar fotografías y admirar el paisaje. El sol caía con fuerza a esta hora, pero la frescura de la sombra y la brisa que venía del Titicaca, nos permitía disfrutar de las flores y la vegetación en la ladera, por la que veía subir a grupos de mochileros, rumbo a un espacio destinado a acampar, que se encontraba en lo alto. Una vez reunidos con nuestros compañeros de excursión que venían caminando, emprendimos la vuelta, haciendo otra parada más en las ruinas que habíamos visto a la distancia, cuando navegábamos esa mañana. El sol estaba empezando a bajar y nuevamente el viento y el frío se impusieron. Bajo cubierta, tomamos té de coca para mitigar la baja temperatura y reconfortarnos. Llegamos al muelle aproximadamente a las 18,30 la excursión había sido maravillosa. Había compartido momentos gratísimos con viajeros de distintas partes del mundo. Confraternizamos, consultamos sobre excursiones a realizar y cambiamos ideas. Muchos regresaban de Perú, otros tomaríamos ese rumbo. Queríamos seguir la charla y decidimos ir hasta un hermoso lugar a poca distancia de donde desembarcamos. Tomamos chocolate caliente y bollitos dulces, como para prolongar dentro de nosotros el recuerdo de los momentos compartidos. Al anochecer nos despedimos deseándonos buen viaje. Cada uno de los que estaba en la mesa -éramos 7 personas- continuaba su camino. A la mañana siguiente, cruzaría la frontera; dejaba Bolivia y entraría a Perú. Mi primer destino era Puno, la Capital folclórica de ese país. Se iniciaba otra etapa.
Magui Montero
Nota: Foto1- Fondeadero parte sur Isla del Sol. Foto 2- paisaje parte norte 3- parte norte
4- Isla del Sol camino a la cumbre parte norte. 5-Isla del Sol camino a las ruinas 6- pircas y paisaje parte norte Isla del Sol. 7-embarcación típica de totora Isla del Sol parte Sur. 8- en ruinas indígenas parte sur