martes, 28 de octubre de 2008

UN CITY TOUR LLENO DE SORPRESAS

Nos levantamos a las 7,30 y fuimos a desayunar, a las 9,00 pasaron a buscarnos; debíamos ir a varios hoteles más a recoger otros turistas. Había un guía que hablaba varios idiomas, porque el grupo era heterogéneo. El sol brillaba bajo un cielo límpido, y corría un suave viento desde la costa. Muchos de nosotros apelamos a protectores solares, gorras y sombreros, sobre todo varios europeos que venían de regiones poco cálidas. Apenas estuvimos todos ubicados en el bus, se nos hicieron algunas recomendaciones que a mi criterio resultaron indignantes. Se nos aconsejaba, en lo sucesivo, contratar servicios oficiales para paseos, excursiones y taxis; alegando la importante cantidad de delincuentes, estafadores y gente que se aprovechaba del turista. Me mordí las ganas de protestar, pues sabía que esta gente, pertenecía al grupo de personas que trabajaba para los estamentos oficialistas, y quizás por miedo, obsecuencia o fanatismo; no comprendían que estaban hablando mal de su propio pueblo.
Luego de este mal inicio, partimos rumbo a la Vieja Habana, veíamos asombrados construcciones bellísimas, que estaban siendo restauradas en algunos sectores, pero a pesar del paso del tiempo no dejaban de mostrarnos lo hermoso de su arquitectura. Visitamos El Capitolio, réplica exacta del que se encuentra en EEUU, transformado luego de los cambios del régimen en la Academia de Ciencias, la Plaza de Armas, el Castillo del Morro con sus baterías apuntando hacia la Bahía para protección de la Ciudad, tal como estaban enclavados antiguamente. Nos explicaron que para evitar la entrada de los piratas; a determinada hora se acostumbraba a levantar una pesada cadena que cruzaba de un lado al otro, e impedía el ingreso nocturno de barcos bucaneros. Aun hoy, al atardecer, se realiza la ceremonia de cambio de guardias a la luz de las antorchas con cañonazos que anuncian el cierre con cadenas del puerto de la Ciudad (un espectáculo que tuve oportunidad de disfrutar y fue maravilloso).
Por toda la ciudad veíamos desplazarse vehículos muy antiguos e incluso las famosas motos con sidecar, dejándonos boquiabiertos por el buen estado de mantenimiento en que se encontraban. Nos informaron que las piezas eran reparadas y modificadas para seguir usándolos, pues el cierre del comercio con otros países les impedía traer lo necesario. Pasábamos en nuestro recorrido por lo que eran antiguas mansiones, el joven que oficiaba de guía, explicaba con orgullo que eran algunos de los bienes quitados a la gente rica y entregado al pueblo; y ciertamente no mentía. Podíamos observan en los ventanales de las habitaciones que daban a la calle, en medio de ropa colgada y jardines cubiertos de yuyos, pequeños carteles que decían “zapatero”, “peluquera” y otros por el estilo, mostrando que se habían convertido en inquilinatos, donde cada habitación funcionaba como una vivienda. Conocimos la Catedral, y allí tuve mi primera reacción desde que iniciara el paseo. Ya había sacado varias fotos; estaba parada en la Plaza, buscando resguardo en la sombra, esperando reunirme nuevamente con todo el grupo que se demoraba en comprar artesanías, cuando se acercó un señor mayor, de ropas humildes pero impecablemente limpio, tenía en las manos algo como un folleto y se dirigió hacia mi.
Me saludó, miraba con temor hacia uno y otro lado; me ofreció algunas monedas y billetes cubanos. Le pregunté cuanto costaban, dijo déme lo que usted deseé. Estaban colocados dentro de un folleto recordatorio de la llegada del Santo Padre a Cuba. En ese momento, ambos nos dimos cuenta que se acercaba personal uniformado, el hombre comenzó a titubear, me las entregó y empezó a alejarse. Guardé en mi cartera lo que me había dado y le dije – Espere, venga aquí. Ya el guardia estaba a lado mío y el hombre se había parado, me miraba con miedo. Lo tomé del brazo, mientras el guardia preguntó que hacía ese hombre conmigo, si me molestaba. Mi carcajada sorprendió a ambos, al tiempo que enfrenté al guardia y le dije: Yo molesté al señor, porque le pregunté donde podía tomar un “mojito”, él dijo que no sabía porque no era de esta zona. ¿Hay algún problema? y quiero darle un pequeño regalo por su atención Supongo que no está prohibido!
- No señora, disculpe usted, pensé que la estaban molestando.
Descaradamente, desafiando la autoridad, saqué un billete de diez dólares, se lo entregué al anciano, me dio las gracias y se alejó casi corriendo.
Era una forma de rebelión interna que me iba ganando poco a poco, tenía ganas de patear a alguien y no sabía bien que hacer.
Cuando seguimos nuestra excursión, sin haberlo pensado, me llevaron a conocer “La Bodeguita del Medio” donde tomaba su tradicional mojito el escritor Ernest Heminway. Allí me di cuenta que no había mentido, estaba tomando un mojito, sabroso, frío, dulzón y cubano. Este pequeño incidente, me devolvió el buen humor.
Por la tarde haría otra excursión, deseaba ver la ceremonia del cañonazo de las 21,00 y al día siguiente iría a conocer la Plaza y el Museo de la Revolución.
Finalmente fuimos hasta el Templete, lugar donde está colocada la placa que recuerda la designación de La Habana como “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO. Podía ser por los edificios antiguos, por las construcciones hermosas; en cuanto al resto? Esas palabras me sonaban como carcajada de burla.

Magui Montero

viernes, 24 de octubre de 2008

Mi primer día en La Habana

Pisé la entrada del Hotel Melia Cohiba, y no podía creer lo que veía, mármol y granito, bronce y terciopelo, sillones de estilo, lámparas antiguas se codeaban con spots cromados que brillaban dando destellos a los espejos y cristales. El espacioso lobby decorado con buen gusto; tan grande que me hacía sentir pequeña.
El personal, impecable en sus uniformes se mostraba diligente, con una sonrisa nos explicaron cada detalle y las comodidades con que contaba el hotel. Un botones cargó el equipaje, acompañándome hasta la suite que me fuera asignada, en el 4º piso, que se abría con tarjeta magnética. Casi me desmayo de sorpresa al ver el tamaño que tenía la habitación; totalmente cubierta de espejos. La cama (dividida en dos partes) tenía más de tres metros de ancho, los cortinados, sillones y cobertores hacían juego. El escritorio, la silla y la lámpara de bronce eran de estilo inglés, El baño, con hidromasaje y sauna incluido íntegramente cubierto en mármol rosado, con secador de pelo, teléfono hasta ceniceros!! Desde la tina se podía tener una amplia vista del mar y la Bahía, pues estaba rodeada por un ventanal curvo de visión panorámica. Una canasta de frutas y flores, un plato con bombones y otras confituras con tarjeta de bienvenida completaban este cuadro inimaginable. ¿Esto había pagado yo? ¿Era posible o se trataría de un error? Sin embargo, dejé de lado mis resquemores, dedicándome a desarmar rápidamente el equipaje, para darme un baño de espuma, pues esa noche conocería el mundialmente famoso Cabaret Tropicana, por los espectáculos al aire libre y su estilo de los años 50.
Debíamos vestir ropa de noche para ir a la excursión nocturna; cenamos a las 20,00 horas y partimos. Nos sentamos adelante, en una larga mesa preparada para quienes participábamos de la salida, sirvieron bebidas, y disfrutamos de dos horas de baile, canciones y trajes de un lujo increíble. Tanto los hombres como las mujeres bailarines eran muy bellos y la plasticidad maravillosa, llevaban el ritmo en la piel.
La noche era tibia, la música nos envolvía, todo fue perfecto. Por fin regresamos al hotel; nos acostarnos a la madrugada, muy cansados y felices. Debíamos despertarnos temprano, haríamos un city tour con visitas guiadas. Por la mañana comenzaría a conocer otro aspecto de La Habana. Estaba ansiosa, deseaba descubrir una ciudad “diferente” aun restaba mucho por aprender, pero eso lo sabría con el paso de los días…

Magui Montero

jueves, 2 de octubre de 2008

Entre los sueños y la realidad

Siempre me dijeron que soy algo “rara” en cuanto a mi forma de pensar y los criterios que tengo; pero desde que comencé a viajar hacia otros países había tomado una decisión.
Sé que hay gente, que va solo a los lugares que las empresas de turismo ofrecen dentro del “paquete”. Yo soy cabeza dura para ciertas cosas y me propuse como imprescindible conocer la Capital de cada país al que pudiese llegar, por respeto a su pueblo; porque me parecía ridículo visitar una nación y desconocer al menos lo fundamental de la ciudad más importante.
En algunos casos, esta determinación hizo que el viaje se encareciera o complicara, o tuviera que separarme del resto de mis compañeros de excursión; pero la herencia de sangre gallega, provocaba que mi terquedad se impusiera a cualquier sugerencia. Por ello, no pudiendo hacer otra combinación en el vuelo; iría desde Punta Cana hasta Varadero –la mayoría hacia ese recorrido-, luego por carretera a La Habana por algunos días y recién a mi regreso las playas de Varadero. Así que me esperaban muchas horas de viaje antes de llegar a mi primer destino en Cuba.
Luego de la fiesta en el Hotel de Punta Cana, daba vueltas en la cama porque temía dormirme. A las 5,30 de la mañana oí el sonido del teléfono; antes de contestar ya estaba totalmente despabilada. Desayunamos a las 6 de la mañana, pasaron a buscarnos 6,45; llegamos al aeropuerto, hicimos los trámites y nos despedimos de Estefan, -nuestro guía anfitrión y responsable de la empresa que habíamos contratado- ¡Por fin embarcamos rumbo a Cuba! Antes del descenso -por exigencias sanitarias del gobierno de Cuba- rociaron el interior del avión con aerosol desinfectante, como prevención contra los insectos que pudiesen haberse introducido en la cabina, y evitar la propagación de enfermedades tropicales. Durante el vuelo nos informaron que la temperatura era de 28º y había brisa. Desde la ventanilla del avión alcancé a ver que el día estaba hermoso, brillante; la vegetación era abundante y muy colorida.
A las 11,40 aterrizamos en el Aeropuerto “Juan Gualberto Gómez” de Varadero.
Descendimos cantando, el grupo estaba bastante bullicioso; nos hicieron parar a pocos pasos de la escalerilla cada uno con su equipaje de mano, había personal uniformado dándonos indicaciones, esperando que bajaran los pasajeros y nos quedamos en silencio. Teníamos la sensación rara de ser observados como sospechosos; no como un alegre grupo de turistas que llegábamos de diversos lugares del mundo a conocer este hermoso país.
En migración nos recibieron cordialmente; sin embargo, al llegar a la Aduana las cosas cambiaron. No había sonrisas, abrían los equipajes, revolvían todo, hasta que vieron la mochila donde colocara los caracoles y los trozos de coral -cuidadosamente acomodados, para evitar que se rompieran- que adquiriera en República Dominicana, Se miraron entre ellos, llamaron otro funcionario y me pidieron el pasaporte. Me puse nerviosa, estaba asustada, pero -por suerte- me tranquilizaron ellos mismos. Explicaron que el caracol Cobo es una especie en extinción, su comercialización estaba prohibida en toda la zona del Caribe. De nada sirvió decirles que no lo sabía, porque no me habían informado, el animal ya estaba muerto, y en Dominicana autorizaron que pasara.
Me lo quitaron, firmé varios documentos; mis compañeros de viaje se quedaron conmigo por precaución, a pesar de tener sus papeles en orden. Me enojé y empecé a protestar a los gritos; hasta que alguien me pidió calma. Yo sentía que me estaban robando lo que había comprado, experimenté la sensación de ser estafada.
Dejaron mi ropa revuelta sobre el mostrador, las prendas íntimas a los ojos del resto de los pasajeros. La rabia tiño de rojo mi rostro, hice un gran esfuerzo por evitar la humillación de llorar. Tenía ganas de patear a todo el mundo, mandarlos a paseo y acabar el viaje allí mismo. Luego la cordura se impuso, aunque decidí poner mayor énfasis en conocer la realidad de este país, que había visto solo en fotografías; y del que tantos comentarios escuchara -unos a favor y otros en contra-. Debía saber cual era la verdad; solo así me lograría quitar el sabor desagradable de este disgusto inicial.
Las cosas se habían iniciado mal, aunque más tranquila analicé que era algo de menor trascendencia, y terminaría por olvidarlo. A las 13 horas, me separé del resto del grupo; solo cinco personas más, tomaron similar decisión a la mía y debíamos viajar aproximadamente 180km. hasta llegar a la Habana. El camino estaba rodeado de bellezas naturales, hermosa vegetación, pero se veía mucha pobreza; aunque diferente a lo que acostumbraba a ver en mi país. Quizás afectada por los eventos ocurridos en el Aeropuerto, o por lo que mis ojos observaban, empecé a llorar silenciosamente; venía en plan de vacaciones, pero me di cuenta, que estúpidamente no había pensado en que la miseria toca con igual crueldad en cualquier lugar de la tierra.
Me esforcé por ahuyentar estos pensamientos y cerré los ojos concentrándome en descubrir quien era el intérprete de un bonito son que se escuchaba.
A las tres de la tarde, cuando pensé que estábamos ya por llegar, el bus hizo una parada en un restaurante costero, estaba semi-vacío decorado con redes pesqueras y ambientación marina, tenía forma semicircular; grandes ventanales vidriados daban al mar y las olas rompían sobre las rocas que estaban debajo.
Almorcé pizzeta de camarones, tomé una lata de cerveza muy fría mientras contemplaba el mar; estaba agotada y hambrienta, así que prácticamente devoré en un suspiro este sabroso tentempié, pues me había levantado a la madrugada y luego del desayuno en Punta Cana, en el avión nos invitaron solo un sándwich de miga acompañado de un vaso de refresco.
Sabía que aquí se respetaba a rajatabla la velocidad máxima, por lo que el recorrido duró más de lo esperado. Llegué a La Habana a las cinco de la tarde; olvidé mi cansancio ante la sorpresa de conocer el lugar donde me hospedaría. Era el hotel Meliá Cohiba, ubicado al frente del Malecón, y su aspecto era lujosamente imponente. ¿Qué sorpresas me aguardaban? Aun no lo sabía, pero ansiaba descubrirlas.
NOTA: Fotografía 1 - vista desde la carretera, trayecto Varadero - La Habana.
Fotografía 2 - vista de La Habana desde el Morro.
Fotografía 3 - Imagen frontal inferior del Hotel Meliá Cohiba (escaneada de un folleto)